Homenaje al músico Gustavo Zavala, líder de Tren Loco
Por Gito Minore | Ilustración: Gabriel Musse
Gustavo Zavala fue un verdadero pionero del heavy metal en nuestro país. Durante la década de los 80 integró Apocalipsis, para luego dedicarse de lleno al grupo Tren Loco donde se desempeñó como bajista y compositor, hasta la actualidad. Con dicho grupo grabó una decena de álbumes y realizó giras interminables por distintos puntos de Argentina y Latinoamérica, e incluso llegó a tocar en Japón, en el mítico Estadio Budokan, de Tokio, en el año 1990. Durante la última década armó la agrupación S.U.R. (Somos una rebelión), en la cual debutó como cantante.
Más allá de ser una figura indiscutible dentro de la escena metálica, también realizó álbumes para niños y niñas (los reconocidos Metal for babies) adaptando grandes clásicos, colaboró con distintos artistas tanto del género musical como poético, y escribió poesía y narrativa.
Gito Minore, editor de su libro Bajo cero. De Grand Bourg a Tokio, y amigo de varias décadas, lo despide con estas palabras que hoy comparte en APU.
¿Cómo agradecer con unas líneas todo el bien que obraste?
Desde hace mucho te convertiste en mi héroe y lo supiste. Pero siempre le esquivaste al bulto de la adulación y la alabanza estéril, la misma que otros en condiciones similares o inferiores que las tuyas, sí hubiesen aceptado. Porque entendiste mejor que nadie que los héroes están allá lejos, y vos preferiste quedarte cerca de toda la gente que te quiso y quiere. En el “barrio bajo”, como le decías. Por eso, más allá de cualquier virtud que pueda resaltar, no puedo más que celebrar tu característica esencial de ser un gran amigo. Uno de esos que valen oro. Y en mi caso, uno de los poquísimos que tuve.
Un amigo que te abre la puerta de su casa y de su obra, y deja que te sientas cómodo en ambas; que enseña desde su experiencia, pero que comparte de igual a igual, escucha tu poco conocimiento, y también aprende. Un amigo que señala rutas, tiende puentes y camina con vos. Pero sobre todas las cosas, un amigo que se ríe, que siempre encuentra una excusa para la carcajada.
No te miento, ¿para qué? Desde aquella noche de 1995 que te conocí en el Winners de Flores hasta el miércoles pasado, que fue la última vez que nos vimos, no he dejado de admirarte. Además de ser un gran bajista, compositor y escritor, supiste ser un excelente ser humano. Siempre tuviste un gesto, una palabra, una sonrisa, un consejo y un chiste para mí y para todos los que tuviste cerca.
Te digo gracias y sé que me quedo corto.
De tantas vivencias que compartimos en estos veintipico de años, esta es la más triste. Nunca pensé tener que despedirte.
Descansá en paz, gran amigo mío. Siempre que te recuerde, volveré a ser ese muchachito ilusionado que cruzaba corriendo la General Paz, a medianoche, con un cuaderno bajo el brazo para ir a tu casa de la Loma a pergeñar juntos una historia colectiva del heavy metal y cagarnos de la risa, hasta cualquier hora de la madrugada.