Iorio no es un meme
Se cumple un año de la partida física de Ricardo Iorio, y sobran motivos para evocarlo, pero, sobre todo, para tomarlo como ejemplo de la cultura popular para estos tiempos posmodernos.
Recién, revisando un artículo sobre Iorio y la cultura popular para la Agencia Paco Urondo, leo un comentario donde con suma ironía replica: “Curioso que la nota que me recomienda al terminar se titule “Iorio, de standapero a facho”. La vida se goza cuando palpita’
Pero, ¿qué es lo curioso?
No es curioso porque a Iorio no se le está reivindicando sus exabruptos, ni se los justifica. Por el contrario, se le debe interpretar, historizar.
Lamentablemente, de Ricardo Iorio para la mayoría es un personaje delirante. Es precisamente un meme para la cultura digital. Un meme es capturar una imagen y resignificarla, identificarla con una respuesta fácil, sin compromisos.
Según Paula Quiroga, Licenciada en Comunicación Social para UNCuyo, el meme “no está cargado de información, lo cual hace que sea de rápido consumo y difusión; no tiene límites en cuanto a su formato y en su lenguaje suele valerse de ironía y sarcarmo”. Aventura además que dicho formato sirve para rebelarse contra lo oficial o lo hegemónico. ¿Rebelarse? Quizás más cercano a una “rebelión domesticada” ya que no sólo es difícil responderle a una hegemonía que en este mundo no es fácil de identificar sino que también su mensaje inocuo no busca reflexionar sino ofrecer una respuesta prefabricada y ocurrente que permanecerá en la memoria apenas un instante.
Pero la responsabilidad de la caricaturización no es de Iorio sino de la traslación del mensaje ya intervenido, sin profundizar. Ricardo quiso retratar con sus letras el derrotero del obrero y del desposeído de los tiempos actuales, así como Larralde pincelaba aquel mundo rural y las injusticias que sufrían y sufren los peones.
Puede que, para muchos, Iorio era “facho”. Porque cualquiera que se oponga a los desvaríos progresistas son fachos, aquel que ose pensar en nacional también lo será.
No deberíamos caer en la ucronía porque el poeta ya no está entre nosotros, pero, de seguro más de uno, especularía que hoy Iorio estaría quizás más cerca del pensamiento conservador voxista y libertario (extraña mescolanza) de Calamaro que de sus otros amigos León Gieco y Ricardo Mollo. Que, como hombres de lealtades antes de partidismos, hubiera ofrecido su apoyo a la vicepresidente Victoria Villarruel. Todo puede ser probable porque el pensamiento de Iorio estaba atravesado por el sentir y la intuición. Y lo plasmaba en un papel que, si tenía suerte, se convertía en canción aunque muchas por pudor las quemaba. En su ser estaba la ingenuidad y virginidad del saber científico como los gauchos. Como decía Elías Giménez Vega en su clásico “Vida de Martín Fierro”:
“El gaucho, es celular. Tiene la vida en sí mismo y no necesita la defensa de la sociedad. Siente la amistad con toda la generosa ofrenda de bien, pero sin exigencias que no lo reduzcan al “do ut des”.
La vida del juglar siempre se basa en compartir las desgracias y vivencias del pueblo, del que es parte. Si bien su métrica, sus preocupaciones no merecen contradicciones sí se pueden apreciar a las claras que no es el mismo el Ricardo que escribe para V8, así como difiere del de Hermética y de Almafuerte. Este último es el que es intervenido maliciosamente por los medios, burlándose de sus comentarios y destemplanzas. Lo convierten en meme. Salvo su público fiel, el metalero en particular y el rockero en general sabe lo que decía aquel poeta del “Sirva otra vuelta pulpero”, “Orgullo argentino”, “La máquina de picar carne”, “Justo que te vas”, “Guitarrera” y tantas otras canciones que merecen incluirse en una antología de la poesía popular.
Volviendo al presente, Iorio se mantiene como meme, como un desquiciado que se queja ante Beto Casella porque el té está caliente y despotrica ante los cumbieros, porque aquellos que intervienen sobre la cultura masiva y digital no permiten decodificar el mensaje sensato y directo de sus canciones. Hoy además de que el rock (el mainstream por lo menos) se desentiende de la realidad política y social también dejó de ser una expresión contracultural. Nada es casual que actualmente los que protestan ante el gobierno recurran al último tema de Lali que solo puede ser concebido como opositor al gobierno si se contextualiza y se decodifica su mensaje.
Historizar, problematizar el legado de Iorio también implicaría reflexionar sobre cómo se bastardea la idea de nacional, donde resulta ser sinónimo de facho. Hoy recurrir al mote de facho como descalificación es como sucede con la cultura del meme: es un estereotipo construido desde el lenguaje simbólico. Sin embargo, ante la realidad posmoderna, ser nacional es contracultural. Porque no forma parte de lo decible y racional, entonces se reacciona desde lo negativo. Sería el mismísimo Ricardo Iorio quien nos desasnaba recurriendo a un ejemplo escatológico pero que no deja de ser un mensaje perfecto, muy ilustrativo para muchos que ser nacionalista es ser una mierda:
“Ser nacionalista es ir a un baño público, tirar el agua, el papel en el tarrito, pasar la escobilla y antes de subirse los lienzos, mirar si no quedó nada desordenado porque el que viene atrás es tu hermano y esta es nuestra casa”.
Volviendo a aquel libro de Giménez Vega
“Que el gauchismo sea hoy tema de atracción o repulsión, que los hombres de estudio y sentimientos se sientan centrados por este tipo humano, de manera que el gaucho se haya convertido en punto de contradicción, no es sino una manifestación evidente del encuentro de dos tipos de vida que siguen vigentes en la realidad argentina, como constantes históricas: el libro, la doctrina, la academia, la escuela, la universidad… o la vida envuelta aún en la placenta del parto”
Resulta tentador hacer la traslación más de 60 años después de aquella “Vida de Martín Fierro”, a días de haberse cumplido 138 años del deceso de José Hernández, como el auténtico legado de Iorio debe ser reivindicado desde las trincheras de lo popular. Porque él fue de todo, pero nuestro. Y no es un meme.