Irene Kleiner: “La literatura no se nutre de los acontecimientos sino del alma de los hechos”
La escritora Irene Kleiner, autora del libro de cuentos Todos los mundos, ninguno, conversó con AGENCIA PACO URONDO sobre la publicación de su primera novela, Cuando caigan todas las promesas, publicada por Corregidor en 2024. En el libro aborda la vida, vejez y muerte de un padre que fue médico y dirigente del Partido Comunista. La historia de una familia que gira en órbitas, circundando esa presencia y esa pérdida.
Agencia Paco Urondo: ¿Cómo fue la experiencia de la escritura de un tema que expresa una relación con el duelo? Me refiero a la relación entre ambas.
Irene Kleiner: Supongo que la relación del duelo con la escritura no se da siempre de la misma manera. Te puedo contar cómo fue en mi caso, cómo transcurrió el proceso de escritura en el marco de un tiempo que era muy doloroso, pero que yo aún no percibía como de duelo. Empecé a llevar un diario personal en el que fui registrando lo que marcaba el comienzo del final en la vida de mi padre y lo que eso significaba para mí. Su vejez se había convertido en un campo minado, a cada paso, un nuevo estallido y era difícil encontrar un pedazo de suelo firme donde pisar. Creo que el diario fue lo que me permitió hacer pie en algún lugar.
Escribía en caliente, mientras todo sucedía, pero a la vez la escritura ya era una forma de tomar perspectiva, de reflexionar sobre eso mismo. Creo que esas páginas me acercaban a la esencia espiritual de los hechos, ya eran un híbrido entre la vida y lo literario, porque la literatura no se nutre de los acontecimientos sino del alma de los mismos, de esa textura espiritual que otorga sentido y valor más allá de lo fáctico. Volviendo al tema del duelo, creo que siempre lo entendí como un trabajo posterior a una pérdida consumada, ya sentida como tal.
Pero ahora que me detengo a pensarlo, me doy cuenta de que ese tiempo del diario personal, esa escritura que creía un poco catártica que transcurría en simultaneidad con los hechos, ya era mi manera de ir elaborando algo. Creo que cumplía esa función, un proceso inconsciente en el sentido estricto del término, como un saber no sabido. Es decir, lo sabía y a la vez no. Con todo ese material —más de cuatro años de diario— construí la novela.
Y acá viene otro elemento que no puedo dejar de mencionar; sólo después de la muerte de mi padre pude empezar a escribirla, a pensar su estructura, a armarla. Antes no. Entonces, quizás ahí tenemos una respuesta; el duelo estaba en curso en el diario, el duelo de las pequeñas pérdidas que anunciaban la última, la definitiva, la de la muerte. Pero ésta terminó de elaborarse con la novela misma. Aunque ¿quién puede asegurar que exista un punto final en el duelo por un padre?
APU: El padre médico es capaz de entender o no, pero tiene ciertas ideas sobre la enfermedad que va viviendo. Piensa que tiene alucinaciones por un medicamento, o lleva diálogos con sus médicos donde muestra conciencia de lo que pasa. Es un elemento muy fuerte en la novela, ¿Cómo lo ves?
I.K.: Efectivamente, la figura del médico cobra relevancia a la hora de pensar cómo se produce ese giro en la vida de alguien que estuvo del lado del saber y que, de pronto, es un paciente más; especialmente si consideramos que mi padre perteneció a una generación en la que el médico gozaba de un prestigio notable.
Para mí también, desde muy chica, significaba un plus en torno a su figura. Por eso, cuando empezó el derrumbe (creo que es una buena definición) verlo aferrarse a sus antiguas herramientas, a lo que él sabía en tanto médico, era conmovedor. A veces daba la impresión de que se tomaba a él mismo como un caso clínico y trataba de dilucidar lo que le pasaba. Como si se negara a entregar esa parte que quedaba de él; un último gesto de resistencia.
También creo que en la novela aparece un contraste entre dos modelos, un contrapunto entre ese estilo de los médicos de antes, podríamos decir, humanistas, con sensibilidad ante el sufrimiento y otro, producto del andamiaje tecnocrático y capitalista de la medicina como mercancía, que se traduce en un modelo de atención completamente deshumanizante. En la novela —como en la vida —hay distintos personajes médicos, desde la que fue su alumna y se resiste a ver los signos de la enfermedad en su maestro, hasta el gélido especialista que da por muerta la vida de un escritor porque se ha quedado ciego. En ese periplo obligado por el devenir de la enfermedad, el personaje se encuentra con colegas con quienes se identifica en un ideal humanista, solidario, y también con otros que le muestran la cara más cruda del sistema contra el que luchó toda su vida.
APU: Hay algo poderoso en la forma en que se narra el proceso de la enfermedad: el cuerpo va deteriorándose y eso va cargando al personaje de Luna. Me hizo pensar en La Vida Breve, de Onetti, cómo el deterioro del cuerpo estimula una relación con la imaginación y la literatura. ¿Observas algo de esto?
I.K.: El cuerpo se va resintiendo con cada una de las batallas que pierde. Pero no es sólo eso, porque en ese quebranto se van apagando rasgos, detalles que configuran un estilo, por ejemplo, la manera de moverse, el brillo de la mirada, la voz. Eso te lleva a pensar en temas más existenciales, es decir ¿dónde está lo más propio de uno mismo? ¿Cuál es nuestra marca personal? Porque en la medida en que se van perdiendo esos rasgos, queda el cuerpo como vaciado, una cáscara.
La narradora es testigo de ese proceso en el cual se va diluyendo la singularidad de su padre y se pregunta dónde queda lo que él era, y cuándo dejará de serlo, aún antes de que muera. Hay un capítulo en el que ella lo graba en medio de un delirio alucinatorio porque encuentra que en ese momento de locura vuelve la voz que él tenía, es decir, un tono enérgico, vehemente que se había ido perdiendo. Lo graba con cierta culpa, con el sentimiento de estar traicionándolo, pero a la vez necesita guardar esa voz que regresa intacta en ese rato que dura el delirio.
Creo que todas esas reflexiones son parte de ir siguiendo paso a paso esa deriva que anuncia la muerte. Volviendo a lo que te decía antes, a la esencia espiritual del asunto, a lo que nos toca de manera más universal a pesar de ser un hecho que acontece en lo personal.
APU: La relación con la militancia es un elemento importante en la novela, el padre de Luna fue dirigente estudiantil y ella recupera una historia que tiene que reconstruir a través de otros. ¿Cómo pensaste el foco en ese aspecto de la novela?
I.K.: El tema de la militancia era insoslayable para alguien que hizo de la actividad política uno de los ejes de su vida y, por consecuencia, la de su familia. No podía no estar en foco en la novela. Sin embargo, eso también trae aparejado un sentimiento de pérdida. Por un lado, el pasado del padre está teñido de connotaciones épicas; fue un reconocido dirigente universitario en una época de gran protagonismo de los estudiantes. Eso marcó la vida familiar, y está muy presente en los recuerdos de Luna, en su infancia, en las relaciones con el entorno. El Partido Comunista hacía de su pertenencia una especie de linaje mucho más fuerte que el de la familia de sangre.
Creo que eso se percibe en lo que trae Luna de esa infancia sobreadaptada que la hace, incluso, sentirse un poco por encima de los demás. Después está lo otro, la decepción y alejamiento del padre que se refugia en un silencio que a ella le cuesta desentrañar. Escribiendo la novela tomé dimensión de lo que había significado para mi padre el apartamiento del partido, lo mucho que lo había dañado decepcionarse de esa manera, abandonar ese horizonte en el que había depositado sus esperanzas; creo que nunca se recuperó del todo.
APU: La pregunta sobre la muerte del padre también la pone a Luna ante el paso del tiempo y ahí serán sus hijos lo que cumplirán el rol que ella llevó con su padre.
I.K.: Claro, la muerte del padre es el punto de llegada desde donde ella mira todo en perspectiva. Constituye un quiebre a partir del cual se proyecta hacia un futuro que ya no aparece como tan lejano. Y ahí surge algo que para mí fue revelador, algo que no tenía previsto cuando imaginaba la novela: la figura de la madre. Fue la historia misma la que me fue llevando a hacerla crecer, a darle esa centralidad, el motorcito que hacía funcionar las cosas. Es ahí donde la narradora empieza a cuestionar lo incuestionado hasta ese momento, y reconstruye la historia familiar.
APU: ¿Cómo fue desplegándose el personaje de la madre?
I.K.: Me sorprendió cómo fue creciendo; a esta altura, no podría decir quién es el personaje de mayor relevancia. Yo digo un poco en chiste —una de las formas de decir una verdad— que la novela me salió feminista. Pero más allá de la broma, quizás haya algo propio de la época, un contexto en el cual me fue posible hacer una relectura, darle un giro diferente a la historia tal como la pensaba antes de escribirla. Una prueba más de que la escritura es transformadora. Al menos yo, después de este libro, ya no soy la misma y ojalá suceda con quienes la lean.