La Beriso: símbolo de la industria cultural neoliberal
Por Ezequiel Palacio
Aún no puedo dilucidar cuándo se produce esta fractura cultural.Puedo arriesgar que los años 80 o principios de los 90 fueron los años en los que las bandas nacidas post dictadura cívico-eclesiástico-militar, tuvieron sus extraordinarios momentos de visibilidad social y popularidad masiva. Aunque es un espectro de análisis muy grande y complejo, veremos qué pasa hoy con la figura de referente en la actualidad.
Íconos musicales que priorizan una “carrera profesional” dejando de lado lo que podría ser un error comercial: la ideología.
El factor ideológico en la cultura es de vasto análisis y debate: la función del artista y del arte. El sentido estético antes que el ego. La concepción de un pensar se plasma necesariamente en la obra. Por omisión o por evidencia, todo arte es político. Por eso hay factores que en las instancias de creación aparecen y toman posición. Entre todo esto, desde mediados de los 80 y entrados los 90 pasaron hechos de relevancia para la humanidad que modificaron los paradigmas culturales, políticos, ideológicos, económicos y sociales. Sólo con nombrar dos de estos hechos ya tenemos un mosaico de análisis gigante: la victoria de la globalización imperialista y la aparición de Internet.
En América Latina, el proceso dictatorial cumplió un rol único de adoctrinamiento del miedo. El terror como herramienta de control social sigue siendo tan efectivo que ya no es necesaria la maquinaria militarizada. Aniquilada gran parte de la juventud militante argentina, avasallada la sociedad por medio del terror, el miedo al dolor, al asesinato, la tortura y, luego, el aprendizaje forzado al terror del desempleo, a aguantar los golpes del Estado, el aprisionamiento de las clases medias, el ensanchamiento de pobreza y la pérdida de derechos, empujándonos hacia la marginalidad, tiene efectos correlativos en quienes se presentan u ocupan el rol de exponentes culturales a gran escala. Sin dudas hubo en este período referentes culturales que pusieron la creatividad y su arte al servicio de la resistencia. Pero el mecanismo de control del sistema económico se pone creativo a la inversa cuando se trata de administrar todas las instancias conflictivas para el poder. Las productoras internacionales, mega corporaciones dedicadas al negocio de la música, vienen a instalarse en nuestros territorios con un objetivo simple: filtrar y ganar dinero. Filtrar a los movimientos culturales que son representativos y populares y ganar dinero fabricando artistas vendibles en distintas plataformas idiomáticas. En Argentina debemos también destacar dos sucesos trascendentales: el incendio en República de Cromañón en 2004 y, en la actualidad, el imparable movimiento de mujeres hacia la reivindicación de sus derechos a través de la visibilidad internacional sobre los asesinatos sistemáticos y vejaciones a las que son sometidas por los hombres argentinos.
Reacomodando el tablero
Después del arrebato democrático de los 70, sucede un auge de músicos y artistas que en la clandestinidad o en el under porteño o de las grandes ciudades argentinas, venían trabajando o intentado hacerlo. La industria de la música, principalmente, estaba fragmentada y atomizada en las grandes corporaciones internacionales. Son estas quienes entienden a la perfección el futuro de la comercialidad musical. Y si no lo entienden lo forjan a gusto y necesidad.
Reniegan con los viejos rockeros porque no pueden controlarlos y salen a la caza de los nuevos roqueritos, creídos herederos de un chaleco de cuero que les queda enorme, por lo estético y lo ideológico. Reniegan con el imparable movimiento de la cumbia villera, término que la misma industria disquera se ocupó de pulir y popularizar. La cumbia en las barriadas populares era la instancia en la que los pibes desocupados y marginados se juntaban a sobrellevar las realidades de desesperación y enajenamiento social a la que fueron empujados. La cumbia les escupía en la cara un par de verdades a muchos. Las disqueras lo entendieron, como entienden siempre el fenómeno y le pusieron nombre a una realidad: Cumbia Villera. Reniegan con la ilegalidad de las grabaciones que circulan en cds. Reniegan con las redes hasta que comprenden el fenómeno y lo absorben bajo su propia lógica mercantil.
Muchas bandas nacionales podrían ser tenidas en cuenta como referentes respecto a su resistencia política, hasta 2016. Pero en 2016 irrumpe en el tablón político y social el movimiento y colectivo de mujeres Ni Una Menos. Cuando esto sucede, estas bandas gestadas hacia finales de los 90 hoy no tienen cabida sociocultural debido a la exposición de una misoginia camuflada o explicita, según el caso, en las obras musicales o lo que es peor aún, artistas que han violado o abusado sexualmente de adolescentes. Y aquí son muy pocos los artistas o bandas que no quedan salpicadas por delitos sexuales.
Desde este punto de vista, entonces, el trabajo artístico de La Bersuit, por ejemplo, queda perdido entre el machismo y las frases misóginas en algunas de sus letras y de su exponente principalmente. Aunque, aun así, la banda parecería ocupar un lugar de privilegio entre los cánones populares. Muchísimas agrupaciones fueron destruidas por las drogas o por la muerte joven de sus referentes. El mundo del arte en Argentina es (como imagino debe serlo en cualquier país de economías vapuleadas) de muy difícil acceso. Vivir del arte es como una contradicción ética para algunos. La herencia del trabajo asalariado en relación de dependencia en nuestra cultura es muy fuerte.Y, entendiendo esta dificultad, es comprensible que los estudiantes de música profesional, por ejemplo, deban alejarse de sus estudios para poder trabajar bajo relación de dependencia para vivir. El estudio no es sólo musical sino que en la sociabilidad radica el enriquecimiento humano. La formación intelectual. La vinculación filosófica y el quehacer artístico. La búsqueda de un paradigma, un mensaje, la expresión de una emocionalidad intrínseca y personal de los varios que conforman una banda musical. Dicho esto y, a mi entender, aquí tenemos una punta de ovillo para comprender el fenómeno La Beriso.
La Beriso, símbolo del triunfo neoliberal en la industria cultural
¿La tolerancia hacia la vulgaridad, el empobrecimiento estético-musical, el vaciamiento de contenido más la consecuente búsqueda efectiva del éxito parecieran tener una vaga similitud con las políticas sociales, económicas y de comunicación del actual gobierno? Los exponentes quedan a la vista.
En la confusión ideológica aprendida en los medios masivos de comunicación y el desencanto premeditado de los y las adolescentes, surgen amarres hacia algo, lo que sea, que nos dé un respiro ante tanto avasallamiento. Como podemos, nos acercamos a referentes culturales que nos iluminen un poco como sea… una luz o un fuego. Están, existen, pero no tienen una visibilidad a través de medios hegemónicos. Hay que trabajar para acceder a ellos y ellas.
Pero volviendo a casos como el de Rolando "Rolo" Sartorio, quiero señalar que estos músicos se parecen bastante a nuestros políticos oficialistas actuales. Habrá que darle batalla a la estupidez de contenido propuesto por los referentes culturales actuales para no lidiar con mafiosos embrutecedores y militantes de una mentira televisiva por parte de sus pilares, las grandes corporaciones de la comunicación. Evitemos cultura basura, estudiemos, leamos, acerquémonos a una búsqueda que supere esta instancia de brutalidad intelectual a la que nos someten a diario. La Beriso no tiene la culpa de su imbecilidad política. Pero sí responsable. Mientras ellos sostienen y desarrollan un arte al servicio del poder retrógado y mancillador de nuestros derechos, nosotras y nosotros tendremos que trabajar más y más compartiendo y visibilizando arte y cultura que militen un universo ético y estético distinto al propuesto por este nefasto sistema neoliberal patriarcal y hegemónico.