“La Biblia y el dron”: cuando el desvío de la lengua forma parte del conflicto
Por Norman Petrich
“Cuando uno publica un libro, suele hacer votos porque el texto conserve su actualidad. No es el caso del presente. Extrañamente anhelo que su contenido sea parte de un pasado perimido. Que este libro quede como testimonio de una pesadilla obsolescente de la lengua bíblica. Que se consulte un día como una curiosidad, un mal paso, un desvío que dio una lengua que pronto supo reencontrar su cauce, reconocerse como esperanzadora introducción”, dice la autora de La Biblia y el dron, en una de las aclaratorias que inauguran el libro.
Silvana Rabinovich (1965) aprendió la Biblia hebrea de su abuelo y, como él, se hizo maestra en Rosario. Eterna aprendiz en Filosofía: licenciada por la UNR, maestra por la Universidad Hebrea de Jerusalén y doctora por la Universidad Nacional Autónoma de México. Esta investigadora del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, se propone en este libro mostrar cómo los personajes bíblicos emergen de manera anacrónica en el discurso militarista, el cual se apoya en ese “invento panóptico” que es el dron.
Recostándose en Said, la rosarina comienza a desdoblar la rigidez de la mirada de la conducción política actual de Israel con un ejemplo sencillo sobre el éxodo: mientras los sionistas la ven sólo en clave de “liberación”, para los habitantes de la “tierra prometida” (los cananeos) existe una lectura en clave de “expulsión”. Es que la Biblia evocada desde la soberbia puede ser usada para sojuzgar al otro, y lo que Rabinovich viene a plantear es que el mismo texto, pero con otra lectura, puede plantear la promesa de liberarse “con el otro”. Si esto es posible, entonces cabe preguntarse qué tipo de lecturas permiten que la circulación del discurso avale el accionar militar, cuál es la polémica relación entre ética y política dentro del discurso político israelí cuando se escuda en el uso teológico-político de la Biblia.
El libro está compuesto por varios ensayos que están relacionados, pero tranquilamente pueden ser leídos de forma independiente. En primero de los ensayos, arranca con unos terribles y hermosos versos del poeta Yehudah Amijai:
Hablar ahora este idioma cansado, /Idioma que fue desgajado de un sueño en la Biblia: cegado/ Vagará de boca en boca. Un idioma que describió/ Milagros y a Dios para decir ahora coche, bomba, Dios.
Es que en este apartado, la autora se dedica a analizar la metamorfosis que recibe el hebreo bíblico al ser secularizado por el movimiento sionista. Como ya se preguntaba Scholem: “¿no es posible que la fuerza religiosa de este lenguaje se vuelva violentamente contra los que lo hablen?”. Embanderado en la causa de la lengua nacional, el movimiento sionista puso la lengua renovada al servicio de la cohesión nacional y a las figuras bíblicas según sus intereses políticos. Rabinovich va describiendo la diferencia entre autodeterminación y la exigencia de un “Estado judío”, la descripción del amplio abanico cultural, ideológico y político que compone el movimiento sionista (los hay laicos y religiosos, de derecha e izquierda) y cómo éste utiliza el hebreo moderno y las figuras bíblicas para que emerjan en contextos completamente diferentes, con el objetivo de causar efectos que los modifiquen. Remarca la posibilidad de que a esa lengua le acechen los peligros de un egoísmo colectivo, subordinada a una cosmovisión que se reduce a la propiedad privada. Y en ese espacio se mueve el maridaje entre la espada y la pluma, o entre la Biblia y el dron. Y para consolidarlo, un instrumento necesario: el lugar que le otorgan los medios de comunicación. Este instrumento potenciador del lenguaje globalizado entrampa a la lengua en un ímpetu monológico, que hace olvidar sus raíces semíticas (el hebreo no es un lengua homogénea, sino que está compuesta por otras lenguas semíticas como el arameo o el arcadio, entre otras) El sionismo “viriliza” la lengua hebrea inventándose una antigüedad que le permite alcanzar el esplendor de un Estado nacional colonial. Y aquí algo interesante y, a la vez, bellísimo: la posibilidad depositada en judíos que escriben en árabe, en palestinos que escriben en hebreo, como expertos en desactivar minas lingüísticas, los únicos capaces de romper con la amenaza de muerte.
El segundo ensayo, suspicaz, habla de las fraternidades peligrosas, de hermanos bíblicos que no la tienen fácil, la relación de contigüidad entre hermanos y enemigos, a través de tres historias bíblicas donde resuena el nombre de Caín, el primer fraticida, retrata cómo el conflicto doméstico de “aquellos días” se amplifica a escala (bio)política en “nuestro tiempo” bajo el argumento de amenaza demográfica. La pregunta que resuena es: el hermano ¿será siempre el enemigo? Porque el lazo amenaza con ahogar a los dos.
En el tercero, la imagen de Sansón resume toda una distopía: suicidarse con el enemigo. Arranca descolocándonos diciendo que “tal vez el atentado suicida más antiguo en Medio Oriente haya tenido lugar precisamente en Gaza”, cuando este héroe bíblico derrumba las columnas que sostienen la edificación y los filisteos mueren aplastados, junto con él. Juventudes israelíes que fantasean con ser los nuevos sansones, un “morir matando”. Aunque en este caso, el morir sea moral. Es decir, se mata sin morir. Para ello, nos dice la autora, el sionismo parte de una triple negación: del componente árabe, la realidad territorial bajo la mentira de “un pueblo sin tierra que llega a una tierra sin pueblo”, y la negación de la diáspora.
En el cuarto analiza el estatuto de la víctima, su relación al sacrificio, la Shoá y el sacrificio de Isaac conformando la identidad nacional israelí. Esto conlleva la idea de pureza, ya que sirven para conjurar peligros que atenten contra el orden establecido. Así se convierten en víctimas y victimarios al mismo tiempo. Este concepto se traslada al siguiente ensayo, pero desde la mirada del otro: la destrucción desde la perspectiva palestina, lo que vendría a derribar o, por lo menos, ponerle un signo de pregunta a lo de “la tierra sin pueblo”. O como dice Said: “leer la Biblia con los ojos de los cananeos”. Así, un pueblo que padeció el exilio, expulsa sistemáticamente a otro, escudándose en un discurso que se parece mucho al de “guerra preventiva”. Rabinovich se plantea cuán difícil es imaginar posibles formas de convivencia. La solución parece estar en un estado multiétnico y plurinacional, que no borre la memoria de nadie. Hacer memoria de la negación de la memoria de otro, que sería la negación de la Nakba, la diáspora palestina. La autora cierra sus ensayos con una reflexión en torno a la necesidad de pensar las relaciones entre ética y política y su convergencia en la función poética del lenguaje, la palabra propia en el oído del otro: “Pasajeros entre palabras fugaces:/ Vosotros tenéis espadas, nosotros la sangre,/ Vosotros tenéis acero y fuego, nosotros carne… Pero el cielo y el aire/ Son los mismos para todos./ Tomad una porción de nuestra sangre y marchaos,/ Entrad a la fiesta, cenad y bailad…/ Luego marchaos./ Para que nosotros cuidemos las rosas de los mártires/ Y vivamos como queramos”, dice en un poema Mahmud Darwish, traspolando el dolor. ¿Por qué el derecho de uno tiene que encontrarse en las antípodas de la ley de los otros? Para la autora de La Biblia y el dron, si bien este último poema habla de un huésped no correspondido, existen numerosos testimonios donde hay correspondencia entre judíos, cristianos y musulmanes. Que “este odio es nuevo”. Y allí radica la esperanza.
Alguna vez leí a Pound afirmar que “sobre La Ilíada y La Odisea no se levantaba un imperio, sino toda una civilización”. Lo recuerdo porque esta nueva edición de La Biblia y el dron, corregida y ampliada, llevada adelante por dos editoriales rosarinas (Último Recurso y Casagrande) y una mexicana (Heredad) es imprescindible para entender cómo sobre las palabras del “libro sagrado” y su interpretación teledirigida, se cimienta todo un accionar bélico, que es necesario cambiar. Reinterpretar. Tal vez desde el otro. Para que este libro, como desea su autora, se convierta en el recuerdo de un mal sueño. Que así sea.