La castración de Foucault, por Mariano Dorr
Por Mariano Dorr
Un “diccionario de bullshit” -explica su autor- es un compendio de mentiras esgrimidas en su momento con el objetivo de hacerlas pasar por verdaderas cuando en realidad no eran más que un montón de basura reunida en forma de discurso para que todo el mundo lo crea. El deleuziano Esteban Cobasky me escribió hace unos días, a propósito de las declaraciones de Esther Díaz en La Nación sobre el affair Sorman, que: en primer lugar, la filósofa argentina es clarísima sobre este tema y explica de manera suficiente por qué la forma de obrar de Sorman es una canallada: “Si fue cierto lo que dice, ¿por qué no lo denunció antes? Si no lo hizo, fue cómplice de un pedófilo”, dice la filósofa.
En segundo lugar, Cobasky me sugiere que Sorman, al traer a colación una supuesta actividad criminal de Foucault (“era un pedófilo declarado en su época y no le chocó a nadie”, dice Sorman en una entrevista que publicó Clarín) en realidad no hace más que generar “bullshit”, su objeto de estudio, con fines publicitarios. Sorman, entonces, estaría haciendo lo que Foucault afirmó en la primera página de su Raymond Roussel: “La obra se nos ofrece desdoblada en su último instante por un discurso que se encarga de explicar cómo…”.
Las entrevistas dadas por Sorman pueden leerse como una suerte de gesto rousseliano patético en el que el autor estaría confesando “cómo escribí mi diccionario”. Para ello, hace falta una fuerte dosis de bullshit. Algo así como castrar a Foucault, por ejemplo. El problema de la castración de Foucault, sin embargo, ronda su obra traducida al español desde que Edgardo Castro se ocupó de ella. Nuestro ultimísimo Foucault está siempre atravesado por Castro. Si hay un “ultimísimo Lacan”, como quiere Jacques Alain Miller, hay también un “ultimísimo Foucault”: el que nos da a leer Edgardo Castro. ¿Qué dice Castro sobre Obrar mal, decir la verdad: la función de la confesión en la justicia? Cito: “La exposición de Foucault va mucho más allá de cuanto se sugiere en el subtítulo. En efecto, no se trata sólo de la función de la confesión en la justicia, sino de una historia de la confesión desde Homero hasta el siglo xx, en la que Foucault nos muestra las líneas que vinculan los dos extremos de su proyecto en torno a la sexualidad. Este curso es, de algún modo, el eslabón perdido de la Historia de la sexualidad”. Es decir, Foucault es el pensador de “la historia de la confesión”, y esta historia se inserta como eslabón perdido dentro de la historia de la sexualidad. Al mismo tiempo, lo que dice Sorman no es solo que Foucault era un pedófilo sino que, además, era un pedófilo “declarado”. Esto es: lo confesaba. Obraba mal y decía la verdad, según Sorman, para decirlo con el título del curso presentado por Castro.
¿Qué es un autor castrado? Aquí tenemos que recordar al menos dos elementos. Por un lado, que “autor” es -para Foucault- una “función”: la de crear una discursividad. Por ejemplo: Freud, Marx, Nietzsche o Foucault mismo. Por otro lado, un autor, precisamente por haber escrito su obra, no está vivo en ella. Mucho menos inmortalizado. El autor está muerto en su obra. Las obras, como los muertos, no pagan deudas. Cuando le preguntamos a una obra qué quiso decir, nos contesta lo mismo que ya está escrito. Esto ya lo había advertido Platón hace dos mil quinientos años. La idea de la cancelación de Foucault es la torpeza de quien quiere castrar al castrado o matar al muerto. Es el muerto riéndose del degollado. Como si estar castrado, por otra parte, fuera un castigo. La castración no es una pena, es un complejo. La castración es, bien entendida, la teoría de la muerte del autor. Foucault está muerto. En sus libros, en sus cursos publicados. No se puede cancelar a la muerte, castrar a la castración. Edgardo Castro viene haciendo un trabajo titánico en torno a la obra de Michel Foucault. Esa es la castración del buen análisis de Castro, un seguimiento a la letra del trabajo de un pensador.
En cambio, la errática castración de Sorman es la agitación de una navaja en la oscuridad cuyo corte abre la superficie de su propio diccionario como quien realiza incisiones aleatorias en un cuerpo muerto. Sorman hace una autopsia a ciegas y vende los informes fraguados a un alto costo. ¿Cuál es la confesión de Sorman? ¿Dónde están ahora los niños de Túnez? Se trata, por supuesto, de una cuestión grave. El problema no es Foucault sino los niños de Túnez y de todo el África colonizada por los franceses y sus socios europeos que continúan desangrando a un continente bajo la opresión postcolonial, la desestabilización, el ultraje impune y el hambre planificado. Uno de los libros de Raymond Roussel que Foucault analizó en su estudio es precisamente Impresiones de África. Ya no podemos destrozar la obra de Foucault como en las descripciones de los castigos que se relatan al comienzo de Vigilar y castigar. No podemos porque una obra siempre está ya desmembrada, cortada, injertada desde el momento de su escritura. Leer a Raymond Roussel es una experiencia de este desollamiento del lenguaje. Lo que sí podemos hacer es luchar contra el colonialismo en el siglo xxi. En cada lugar, en cada momento, en cada palabra, en cada lectura. La lucha contra el colonialismo no es bullshit, es un acto de resistencia política.