La militancia estética de Lucrecia Martel
Por Leandro Suárez
Ocho mujeres nos dan la espalda y bailan escupiendo gestos poco naturales. El barco inmune flota y dentro de él lo sonoro y lo sororo se muestran sin rostro, sin voz, como si estuviesen tan a la vista que el sólo hecho de materializarlo fuese redundante. Irrumpen en la secuencia teléfonos móviles que imponen su derecho a brotar y perturbar el paisaje femenino. Mientras la tarde escapa, ellas hablan en japonés y destruyen mapas con sus propias manos.
Detrás del lente se encuentra Lucrecia Martel, cineasta salteña, quitándole el velo a lo surreal y arrojándonos hacia una belleza de extremada elegancia en el cortometraje MUTA que cuenta con producción internacional y de libre reproducción en la plataforma YouTube.
Tras una importante filmografía y una carrera bastante aliada a la reflexión cinematográfica, Martel, resulta una figura que nos ayuda repensar el séptimo arte y sus batallas conceptuales desde un costado alternativo y contra hegemónico.
Un claro y potente indicio de que su abordaje representa una apertura en la forma de percibir el cine es su planteamiento prioritariamente sonoro de la atmósfera retratada. El sonido es el encargado de modificar el acontecimiento visual, lo que escuchamos es el elemento que termina de cerrar el carácter de una escena o secuencia.
Tal técnica compositiva deja entrever una declaración de principios estéticos, que está fielmente acompañada de una lucha constante que tiene como objetivo repensar lo narrativo. Con este posicionamiento, Lucrecia Martel, se ve claramente alineada a la tendencia narrativa de directores como Lynch, Miyazaki o Tarkovsky.
"Vivimos en la dictadura del entretenimiento"
En el auge de Netflix y la masiva cantidad de series que se han producido en este corto siglo XXI, es necesario (por no decir obligatorio) analizar el cambio que este fenómeno ha generado en nuestra forma de observar creaciones audiovisuales hoy en día.
¿Cuán alejado está nuestro consumo diario de series al consumo de enlatados telenovelescos donde el único estimulo que nos incita a ver el próximo capítulo es saber lo que va a suceder a nivel trama? ¿Son las series y sus hiperguiones, una forma de conservadurismo narrativo? ¿Son un paso atrás del lenguaje audiovisual?
En una entrevista con Sebastián De Caro en la radio Vorterix, la directora salteña afirmaba con contundencia: “Creer en la trama es confiar en una invención arbitraria como la línea de tiempo y la causa- consecuencia, cuestión inexistente en el mundo que habitamos y es una reducción enorme. Una trama es un sistema de prejuicios, donde con los elementos dados suponemos lo que viene y así se crea la tensión. El cine que no apuesta a eso necesita crear la tensión con un conjunto de elementos que no se organizan bajo el sistema de causa y consecuencia, como la expectativa sonora, profundidad de plano, etc.”
Ante un panorama creativo “sobrentramado”, repleto de peripecias circunstanciales y cliffhangers, la directora de Zama toma partido por una militancia estética que tiene como eje esquivar lo hegemónico, retratar la angustia de la indeterminación, abolir el costumbrismo impuesto y educar la percepción. Martel está buscando que no vayamos al cine a solo ver historias, sino que vayamos a introducirnos en un universo en donde lo que puede suceder o no suceder no esté regido por un guion omnipotente de curvas narrativas artificiales y en donde lo dramático no solo esté reflejado en una sucesión de acciones que lleven inevitablemente hacia una consecuencia repleta de previas conjeturas. El problema existe cuando el objetivo de entretener se convierte en un fin absoluto.
Las mujeres de Martel
En las películas de Lucrecia Martel las mujeres en sus distintas edades son el elemento de cambio constante. Sobre todo en su primera trilogía La ciénaga, La niña santa y La mujer sin cabeza podemos hallar en el género femenino una fuerza y un despliegue de la condición humana muy poderosos. En estas tres películas de inauguración, las situaciones y los personajes se hallan en los sectores acomodados del interior del país donde el machismo está instaurado fuertemente.
Aún estando lejos de habitar el llamado “cine feminista”, el cine de Martel, consta de la mirada adulta-femenina e infanto-femenina como gesto de alternancia como caballo de batalla ante la homogeneización narrativa actual. Imposible no soslayar las madres de clase media interpretadas por actrices de poderosas interpretaciones como Graciela Borges o Mercedes Morán, o de adolescentes como Julieta Zylberberg son las partes de un todo avasallante, colores de un cuadro que muestra lo femenino como factor determinante y no como adorno o como acompañamiento secundario del hombre y sus hazañas.
Sobre el feminismo y el rol de la mujer en el cine, la cineasta comentó hace un tiempo: “Noto que se demoniza la lucha de las mujeres. No me considero feminista por respeto a la cantidad de mujeres comprometidas y formadas intelectualmente que conozco que llevan a cabo la lucha. (…) La mujer está mejor entrenada para hacerle frente a la frustración, por eso la mujer es ideal para hacer cine. El hombre está acompañado y empujado por toda la sociedad para lograr lo que se propone.”
En donde más podemos hallar a la mujer dentro de circunstancias que devienen de un sistema patriarcal es en su segundo largometraje La niña santa, el cual narra cómo se desarrollan hechos de acoso sexual en un congreso de medicina en el interior del país. Allí podemos observar todo un proceso de asimilación conjunta ante un hecho de estas magnitudes y como obran las fuerzas del conservadurismo en nuestra sociedad.
Seres fosforescentes
El enfoque “marteliano” tiende a desviar el eje narrativo pero contiene en sí mismo un trasfondo ideológico que sintetiza una mirada sobre el ser humano y de sus relaciones sociales, así como su entorno tecnológico y cultural. En cada una de sus películas flotan las preguntas esenciales que nacen de un constante esquivar las respuestas que nos son dadas día tras día.
El ser humano como ser tecnológico, ser que alimenta sus creaciones con la luz y que emite fotoparticulas para sobrevivir. Al mirarnos de arriba somos una especie fosforescente y no logra ver una distancia entre la humanidad y la naturaleza, la tecnología es parte de lo natural.
El cine de Lucrecia Martel indaga en conocer nuestras necesidades como existencias particulares en un mundo hiperconectado, así como nuestras costumbres y debilidades, el ritmo que rodea nuestras vidas y las distintas dinámicas de nuestra coyuntura.
“Hay una circulación simbólica que hace falta para que una comunidad exista. Lo que nos aglutina es el intercambio y la reinterpretación de lo que creamos, cada vez más la tecnología empieza a tener una perspectiva propia, prescindiendo del ojo humano.”
La tecnología nos modifica al mismo tiempo que nosotros la modificamos y nuestra forma de crear el objeto artístico se ve inmerso en este cambio perpetuo. Ver lo natural no sólo como paisaje sino como erosión, como metamorfosis visible de nuestro entorno.
Todo este mundo conceptual engloba el arte de Lucrecia Martel y ejerce gravedad sobre la escena artística argentina y latinoamericana, un mundo de eterna expansión y de una fuerza inmensa que atenta directamente contra una hegemonía, factores que la convierten en una resistencia estética invaluable.