Libros: “Luciérnaga”, de Natalia Litvinova
Luciérnaga es la primera novela de la poeta Natalia Litvinova, ganadora del Premio Lumen. Cuando un libro me conmueve mucho me cuesta ponerle palabras. La obra habla por sí misma.
Leo a Natalia desde hace mucho, celebré la salida de Luciérnaga con el afán de alguien que ya conoce tímidamente las aguas por las que va a bucear.
El universo de este libro está conformado por la unión de todas esas partículas que Natalia empezó a enlazar en los poemas.
Luciérnaga está divido en tres partes, en la primera la narradora cuenta su infancia, evoca los orígenes en Bielorrusia y la decisión de sus padres a emigrar.
La segunda parte un cambio de plano convierte la obra en una dramaturgia donde la voz conversa con su abuela en diálogos hermosos que bien podrían ser episodios mitológicos de una niña con las chicas del pantano, deidades sabias y luminosas con poderes sobrenaturales.
Esta serie de capítulos es reveladora, porque en este vínculo con el pasado hay una figura que me parece bellísima y que me hace reformular una inquietud recurrente: ¿los espíritus son nómades o están en lugares que fueron importantes para ellos?
En Luciérnaga la aparición la tiene el espíritu cuando la nieta irrumpe en el lugar donde sabe que va a encontrarlo y no al revés como se suele contar.
En la última parte hay un presente significativo. La voz joven mira hacia atrás y en una suerte de reparación ata cabos, relaciona situaciones, ve una secuencia de hechos que se fueron repitiendo durante generaciones. La reincidencia de vidas signadas por la catástrofe en una misma familia.
Lo personal es político. Natalia constituye con voz poética una novela con la materia prima de su infancia. La vida en Gomel, los resabios de la radiación, el miedo latente a lo desconocido, la falta de certezas.
A la distancia Natalia logró enhebrar las partes sueltas de la historia.
La escritora yuxtapone los elementos y trabaja con el tiempo, traza una línea imaginaria en la que confluyen las experiencias ancestrales y la repercusión en las generaciones subsiguientes. Concluye en un círculo acabado y perfecto en la que se dirime el porqué de su escritura.
“No quería nacer en otoño en un país radioactivo” en ese comienzo la narradora nos posiciona en un tiempo y un lugar. En Luciérnaga lo contextual juega un rol preponderante, saber el punto de partida nos permite adentrarnos en un paisaje conocido. Por un lado cuenta un testimonio crudo, una realidad que aun en la literatura expresa más cercanía con el hecho que las noticias o los documentales sobre el tema.
En esta instancia no solamente se aborda la explosión nuclear en la central de Chernobyl sino que muestra los aspectos poco conocidos de la vida cotidiana de los habitantes de la región.
Desde el temor de haber sido irradiados hasta el desconocimiento en el que las autoridades del gobierno subsumían a la sociedad. ¿Cuál era el riesgo máximo de irradiación? ¿Cómo se sabía si la persona había sido afectada? ¿La naturaleza era una amenaza? ¿Qué alimentos se podían consumir? ¿Se podía estar bajo la lluvia? ¿La nieve era inofensiva? ¿El agua se podía tomar? A los miedos normales de cualquier madre se habían sumado los riesgos de una zona en irradiación permanente.
Después del accidente nuclear en el año 1986 la vida de los habitantes de Pripiat y de los alrededores cambió para siempre. Aún más para los niños/as. La niña de esta historia nació cinco meses después de la explosión.
Por otra parte, en la novela se relatan las consecuencias de una catástrofe: los éxodos, la contaminación, la escasez de alimentos, el desequilibrio de la economía, la salud mental de la población, la preocupación constante.
La escritora con pericia muestra la vida después de un desastre, inclusive hasta la inocencia que tiene la virtud de causar momentos felices en la desgracia.
En Luciérnaga lo contextual juega un rol preponderante, saber el punto de partida nos permite adentrarnos en un paisaje conocido.
Entre todos los tópicos de Luciérnaga el desarraigo aparece como una característica que marca fuertemente a los personajes en distintos aspectos. El trauma de volver a empezar, el lenguaje nuevo, las pérdidas de vínculos, la inserción en una sociedad extraña y el refugio que cada persona toma para canalizar los cambios son centrales en esta historia.
En Luciérnaga, la madre es la raíz, la que sostiene la planta, el ancla del jardín. El vínculo entre la madre y la hija es la fuente del cultivo. La matriz de la escritura, la usina donde trabaja y se retroalimenta la memoria.
Sin duda en Luciérnaga, como en los poemas de Natalia, las mujeres de la familia construyen el relato y desde sus quehaceres parecieran unirse para armar la trama.
“Abuela, creo que los pensamientos densos son nuestra herencia familiar y hacemos lo que podemos para no hundirnos. Yo, por ejemplo, me cuelgo, me hamaco y escribo”.
La abuela Catalina, extraía la turba, despejaba de los pantanos las raíces y los árboles.
La madre Tamara, confeccionaba vestidos, cosía, unía las partes desperdigadas de la seda.
Natalia escribe, extrae y une a la vez. A los diez años llegó a un país desconocido y tuvo que aprender un idioma nuevo. Ese lenguaje se encarnó en poesía. Sin querer sintetizó todos los lenguajes, la línea sucesoria de labores:
“Recuerdo que un día le pregunte por que le gustaba coser. “Unir” me contestó. “unir con hilos que después no se ven, las partes, las capas, la ideas todavía invisibles”.
Natalia, igual que su madre, unió los hilos y confeccionó esta historia.