Literatura sub-20: “El indicado”, de Melissa Conte

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Literatura sub-20: “El indicado”, de Melissa Conte

24 Enero 2021

Por Melissa Conte | Ilustración: Nora Patrich

El indicado

Mi nombre es Guillermina Schmidt y hoy les vengo a contar una historia de amor sin igual. La historia de mi vida no fue color de rosas, hace seis años tuve un accidente en moto, lo recuerdo borroso, pero allí está, en el fondo de mi cabeza: estaba en mi moto cuando en un milisegundo veo a aquel auto rojo a toda velocidad por donde yo pasaba. No recuerdo nada después de eso, me dijeron que estuve muerta por unos siete minutos, hasta que me pudieron traer de vuelta en el hospital. Tuve otras fracturas, pero no tan graves de forma que luego de un par de años pude continuar con mi vida normalmente. Desde ese momento, mis padres estuvieron más pegados a mí que nunca antes, caminando por la calle podía notar la preocupación en sus rostros, hasta con mis nuevas amistades eran sobreprotectores, y esa preocupación, esa maldita preocupación me hizo sentir toda mi vida como una víctima...

Decidí no contarle a nadie del accidente. A nadie excepto a él.

*

Dos años después lo encontré caminando por la calle. Toda mi vida odié pasar por esa calle, sin embargo ahora me trajo a la persona que más amo en el mundo, pensé. Eran las siete de la tarde en una fría tarde de invierno, una calle sombría, algunas de las luces en la calle andaban mal, generando un ambiente aún más tenebroso. Sin embargo, lo peor de esa calle era aquella casa. Un hogar abandonado desde que tengo memoria, la maleza cubría cada vez más la entrada de la vivienda, y por supuesto, la gente no podía evitar crear sus historias para asustar a todo aquel que pasaba por allí, ¿la más conocida? que una familia murió ahí, dice la gente que la hermana un día envenenó a todos en la cena familiar, ella incluida.

Un sábado mientras caminaba por allí, finalmente lo vi pasar, yo estaba con los auriculares escuchando música y mientras que volvía de correr, lo choqué. No sé que tan cliché suene decir que mi mundo se sacudió, su enorme sonrisa y su cálida voz diciendo que no me preocupe dejaron una huella en mí, y fueron todo lo que pude pensar por el resto de la semana. Desde ese encuentro lo comencé a ver todos los sábados a la misma hora y a reírnos por la coincidencia. Así empezamos a charlar, Martín me dijo que se llamaba, mucho no me contaba de él, pero sabía escuchar mejor que cualquier ser humano que conocí. Finalmente llegamos a la conclusión, después de un par de citas y, sobre todo muchas risas, que nos enamoramos. Un año después decidimos mudarnos y comenzar una vida juntos, por primera vez en mi vida, después del accidente, pude ver un futuro para mí en el que yo era feliz, en el que los dos juntos éramos felices.

Así llegamos hasta el gran día, la boda, donde todo cayó en picada. La celebramos en el aire libre, pero mientras esperábamos a los invitados, nadie venía. A su familia jamás la conocí, me dijo que no tenía relación con ellos y decidí no tocar más el asunto. Una vez el cura llegó y en su cara se podía detectar cierta intriga, “¿Dónde es la boda?” preguntó, una vez me presenté junto con mi prometido, le expliqué la situación, se tomó unos segundos, pensativo, y finalmente pareció entender.

Finalmente mis padres vinieron, pero en la expresión de sus rostros pude ver que algo andaba mal. Mi padre se encontraba claramente angustiado, mientras que mi madre estaba preocupada, con lágrimas en sus ojos, ambos observando el panorama. “¿Qué pasa? ¿por qué nadie vino?”, dije, con cada vez más angustia en mi voz.

“¿Qué querés decir?”, respondió mi mamá, antes de continuar hablando, mi papá la tomó del brazo, en el intento de retenerla, para evitar que diga lo que iba a decir a continuación, pero no funcionó, “Amor, no hay nadie aquí, excepto nosotros y el cura De Santis”, continuó, pronunciando una afirmación que en su momento no terminaba de comprender pero jamás olvidaré. Lo único que pude responder en aquel momento fue un “¿Qué?” débil, lo suficiente para que mi mamá quiebre en llanto. Allí es cuando mi papá decidió hablar:

“Hija, desde el accidente has tenido muchos amigos imaginarios, hablabas de personas que no estaban ahí, nosotros lo entendimos, lo justificamos con el trauma por muchos años, pero esto es un límite que no podemos pasar, es por tu bien, no hay nadie aquí, tu prometido no existe, no hay una boda.”

Sentí un escalofrío recorrerme todo el cuerpo, esas palabras me impactaron como un balde de agua fría. Palabras de las que me hubiese reído, si no hubiera sido porque cuando me volteé a ver a mi prometido, en su lugar, no había nadie.

*

Así llegamos al día de hoy, que terminé aquí, dije. Antes de continuar entra la enfermera para darme la medicación, y se queda hasta asegurarme de que la haya tomado.

“Pero después que te dijeran eso, ¿qué hiciste?”, pregunta Valeria, mi compañera de habitación, impaciente. Una de las personas más buenas que conocí en este lugar, una chica más joven que yo, castaña con algunos mechones de pelo rubios, según lo que escuché acabó aquí debido a un “episodio” debido a su trastorno bipolar… Se mostraba muy interesada en mi historia, así que continué narrando:

En primer lugar quedé muy confundida, y mi primer instinto fue ir corriendo a casa, busqué por todos lados, pero no había ni una señal de él, como si jamás hubiese existido. Después de unos días, me encerré en mi casa, hasta que vino el cura De Santis, una visita inesperada.

*

“¿¡Y!?¿¡Que te dijo!?” exclamó casi en un grito Vale, “¡Espera!” le contesté, y continué con la historia. Mi historia.

Lo dejé pasar, atónita por su presencia, supuse que luego de mi “episodio” lo que menos iba a querer hacer era tener algún tipo de contacto conmigo. Sin embargo, aquí estaba, en mi puerta. Reconociendo la extrañeza de su visita, se sentó y comenzó a tomar el matecocido que le hice.

“Entiendo la sorpresa de mi visita, pero luego de… de lo que pasó, me vi con la obligación de intentar ayudarla, por eso hablé con sus padres, me contaron sobre el accidente…” dijo cuándo lo interrumpí:

“Si… realmente no me gusta hablar de eso… Sé que ellos se preocupan, pero me victimizan constantemente y al final, ¡me siento peor!”

“Entiendo”-continúa- “Ellos me dijeron que usted estuvo muerta por unos minutos, y ahí entendí todo.”

“¿Qué entendió?” pregunté, aún más confundida que antes.

“No es la primera vez que veo un caso como este, usted tuvo contacto con la muerte, estuvo muerta, eso trae secuelas.”

“No entiendo qué es lo que quiere decir, ¿Qué tiene que ver mi accidente con Martín?” contesté.

“Bueno, que usted me mencionó el nombre de su prometido, y luego del episodio, decidí hacer una pequeña investigación”- continúa mientras saca un recorte de diario y me lo entrega-“Creo que usted sabe lo que está pasando, ¿es aquel, su prometido?”, pregunta. Cuando bajo la mirada, allí estaba, su rostro después de tanto, en un diario con fecha de 1978:

“Familia muere envenenada: La hija de la familia principal sospechosa”.

Mientras me acomodaba a la incómoda e increíble realidad que me acababa de golpear, el padre De Santis finalizó:

“Sus amigos imaginarios, su prometido… usted, Guillermina, ve gente muerta.”