Los dos Ciros: los Caínes del rock nacional (primera parte)

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    Los dos Ciros
    Ciro Martínez y Ciro Partusi

Los dos Ciros: los Caínes del rock nacional (primera parte)

05 Febrero 2025

La historia de los hermanos Caín y Abel es harta conocida: siempre se toma a Caín como el hermano receloso que asesina a su hermano porque Dios prefirió a Abel, por dicho motivo, Caín sería castigado a vagar por la tierra. La literatura le haría mayor justicia a la historia desdichada del más humano de los hermanos bíblicos. Desde Hesse a Saramago, la historia de Caín fue recuperada de manera simbólica. Caín es el pecador, no obstante haber sido el más laborioso, su arrebato de furia producto del desdén divino significó repetir el error paterno. Sin embargo, de aquel castigo, Caín seguramente vagó por las tierras donde los desdichados como él intentaban comprender el por qué de las injusticias.

Casi podríamos recurrir a la imagen icónica de Caín para reflejarlo en la trayectoria de dos figuras de nuestra música popular que también poseen nombres de reminiscencias biblícas. Me refiero a los dos Ciros: Andrés Ciro Martínez de Los Piojos y Horacio Demíán Ciro Pertusi de Attaque 77. A través de ellos también invocaremos a Plutarco para trazar sus vidas paralelas que poseen una alta significancia para comprender no sólo la trascendencia del rock barrial que se desarrolló durante los noventa sino también para analizar la persistencia de la cultura popular a pesar de la injerencia del mercado y el ascenso al mainstream.

El periodista y escritor Sergio Marchi fue uno de los responsables en definir el fenómeno conocido como “rock barrial” que se había gestado en los noventa (Marchi, S. Mi rock perdido. Buenos Aires, 2005). Nosotros, humildemente, sostuvimos que había existido anteriormente aquella expresión genuina durante los sesenta en nuestro país producto del repliegue de los sectores populares después del golpe de 1955, donde las juventudes descubrieron aquel nuevo frenético ritmo y recurrieron a él para replicarlo, como modo de expresión rebelde manifestando en los cuerpos por encima del mensaje (el mismo asumirá un protagonismo con la cultura beatnik y folk).

Producto de aquel fenómeno surgirían Los de Fuego desde Valentín Alsina; Los Tammys de Villa Lugano; Los Jets de Flores; Los Dukes de Mataderos, etc. Lo destacado de todo esto es que, al igual que el rock barrial (o chabón) de los noventa, todos eran jóvenes de los suburbios provenientes de sectores proletarios con muy poca formación musical. (Otal Landi, J. Sandro, el Padre del Rock and Roll en Argentina. Insolubles, 2020)

En ambos Ciros se dio una cuestión providencial, la estrella en ellos es tan fuerte que se convirtieron en líderes de ambos conjuntos (Andres Martínez en Los Piojos, Pertusi en Attaque 77) a pesar de no haber sido precisamente los fundadores iniciales. En el caso de Andres Ciro, su ingreso fue merced a la sugerencia del guitarrista Pablo Guerra para que haga coros y tocase la harmónica. Por entonces, Los Piojos tenían un cantante llamado Diego Chávez que no convencía a nadie. Un día, Ciro irrumpió haciendo un cover de sus amados Rolling Stones y a partir de ahí se ganó el escenario. Era un joven formado por una familia de clase media, oriundo de Ciudad Jardín, admirador de Mick Jagger, gran lector de Historia y Literatura gracias a una tía abuela que lo orientó. A pesar de formarse en los tiempos del Proceso, esas lecturas le dieron un sentido de conciencia nacional a punto tal que, aún siendo menor de edad, pretendió enrolarse para combatir en la Guerra de Malvinas. Durante los primeros tiempos junto a Los Piojos, su vida giraba entre trabajos temporarios y sujeto a su disyuntiva si dedicarse al teatro o bien apostar a la música. Finalmente, con la segunda opción pudo reflejar sus inquietudes teatrales, agregándole mayor magnetismo a sus performances. Su relación con el revisionismo histórico se manifiesta tempranamente y en una obra de teatro nutrida de interpretaciones titulada “Zapatos de gamuza azul” (titulo que demostraba su admiración hacia Moris). Allí interpretaba a un personaje grotesco que estaba al servicio de su amo, (“una suerte de monstruito”, recordaría él) que llevaba puesta una correa agarrada al cuello. Cuando su amo tocaba una corneta, a lo Pavlov, reaccionaba transformándose en una persona. Aquel personaje bizarro creado por él llevaba el nombre de Bartolo Mitre.

Horacio Demián Pertusi nació en Bahía Blanca aunque pasara sus primeros años por Parque Patricios, donde empezó a curtir la vida de barrio mezclada con la pasión boquense. Nunca tuvo interés en el estudio, a tal punto que su nombre “Ciro” lo obtendría como un logro vitoreado por sus compañeros debido a que había sido la única lección que estudió en el secundario cuyo tema era sobre Ciro, el rey de los persas.

Andrés descubrió el fascinante mundo de la música a través de la hermana mayor del baterista fundador de Los Piojos Daniel Buira, mientras que los hermanos Pertusi (Ciro y Fede) lo hicieron a través del tío de Mariano, Daniel “Danio” Caffieri quien fuera el guitarrista fundador de lo que posteriormente sería Attaque 77. Desde aquellas experiencias ambos Ciros descubrirían a Iggy Pop, Bob Marley y Pappo’s Blues sumándolas a sus inquietudes iniciales circunscriptas a Rolling Stones y Ramones, respectivamente. Después de intentos que marcaban los primeros pasos de lo que luego sería Attaque 77 (Cabeza de Navaja, Defensa y Justicia, Namores) Ciro de a poco empezaba a tomar presencia dentro del conjunto. En Los Piojos, Ciro comenzaba a persuadir como un gran conductor al resto del conjunto para ser un conjunto “en serio”: desplazan a Pablo Guerra (que no estaba muy comprometido) y con él se va la tecladista Lisa e ingresa Tavo como guitarra líder; mientras que en Attaque 77 surgía la oportunidad de grabar para el recordado sello under Radio Trípoli, y parten los fundadores Claudio Leiva, baterista y Danio (primera guitarra) quedando como única guitarra Mariano Martínez y entrando a la batería Leo “Chito” De Cecco (ex Mal Momento). Fede seguiría al frente de la voz mientras que Ciro compone y toca el bajo. Sorpresivamente, Fede se borra. Casi de manera providencial, el Ciro del punk se haría cargo de la voz. Ambos Ciros están cada vez más cerca del reconocimiento.

Sería Attaque 77 quienes se toparán con el éxito hasta entonces inusitado para una banda proveniente del punk rock. El segundo álbum de ellos se llamaría “El cielo puede esperar” producido en 1990 por Juanchi Baleiron de Los Pericos. Aquel álbum contenía el caballo de Troya del éxito que convulsionaría internamente a los jóvenes de aquel conjunto de barrio oriundos de Flores. “Hacelo por mí”, fue un suceso que hasta llevaría como título un recordado programa conducido por Mario Pergolini. Pero aquel disco presentaba además la pluma febril de Ciro que ya empezaba a plasmar la desazón que habría sobre los jóvenes durante los noventa: “Más de un millón” y luego para el disco siguiente “Justicia”, “Chicos y perros” relataban aquella sensación de orfandad y resistencia por parte de aquellos jóvenes que encontraban en el rock no solo un divertimento sino la posibilidad de establecer un código, una identidad. Ante una nación en crisis y un Estado que oscilaba entre ser ausente y represor.

Reflejo de aquella decepción quedaba atrás su simpatía inicial (casi instintiva) hacia el peronismo: su primer recital había traído una fuerte abrupto ya que se les había ocurrido debutar dentro del local de un comité radical luciendo la imagen de Perón en el parche de la batería. Con la llegada del menemismo y la entrada del país al ilusiorio “primer mundo”, Ciro Pertusi dejaba atrás su odio hacia el alfonsinismo y su simpatía hacia el mensaje combativo nacionalista de la controvertida banda punk Comando Suicida (el Chino Vera, bajista de Attaque cuando Ciro pasa a ser el vocalista, fue el guitarrista de aquel conjunto firmando la letra de “Argentina despierta”) para perfilarse en una de las voces detractoras del gobierno neoliberal liderado por el peronista Carlos Menem.

En tanto, desde la otra vereda, Los Piojos y el otro Ciro daban los primeros pasos discográficos grabando “Chac tu Chac” editado en 1992, mientras Attaque cosechaba otro disco de oro con su tercer álbum de estudio llamado “Ángeles Caídos”. “Chac tu Chac” presentaba la pluma particular y distintiva del otro Ciro. Tenía pinceladas que traían consigo aires de Discepolín, de aquel poeta furtivo que supo retratar la injusticia de la primera década infame. Aquella influencia no se evidencia únicamente por la grabación del clásico “Yira Yira” (cover que realizaban Los Piojos en aquel primer disco llamando la atención de la crítica snob) sino también por sus letras crudas que postulaban la cara no visible/oculta de la “fiesta menemista”:

“En la tierra del ruido
Y la prostitución
Y las calles mugrientas
Con mercados hambrientos
Que perforan la estación
Como largas culebras
Los mocosos se trepan y
Se van hacia el sol
En los trenes de piedra”

Andrés Ciro afirmaba, “Una vez leía que Discepolo decía que esa canción rescataba el amor de la gente que más quería y además escrachaba toda la careteada”. De alguna manera, replicaba aquella inspirada imitación bajo un clima de época que parecía repetirse.

En simultaneo a esas letras de denuncias que empezaba a compartir el Ciro de Los Piojos, el otro Ciro, escribía y cantaba en “Chicos y perros”:

“Pero existe una pesadilla
Que te hostiga con la realidad
De chicos y de perros hambrientos
Que en la calle olvidados están

“Con tantos lujos que tienes nada te puede afectar
Pero de esta pesadilla no te pudiste librar
Vamos, dinos la verdad

“Haz callar el triste llanto
De chicos y perros
Y si puedes, haz callar a nuestra voz!!”

Eran los primeros años de los noventa, los jóvenes se replegaban ante el abandono del Estado, con el fervor de una comunidad desorganizada, individualizada. Quedaba el barrio como trinchera, los amigos y la música como identidad. Enfrente estaba la policía agazapada y la violencia económica de precarización laboral e injusticia social. Serían los primeros pasos de los dos Caínes de nuestro rock, que tienen más puntos en común de lo que uno podría imaginar. Ambos, como tantos jóvenes de entonces, a través del rock barrial se constituían en fantasmas peleándole al viento…