Los rengos de Perón
Por Maricruz Gareca y Santiago Asorey
Agencia Paco Urondo: ¿De qué se trata Los rengos de Perón?
Alejandro Alonso: Es una historia que sucedió durante la vuelta del General Perón a la Argentina y sucede entre 1972 y 1978. El libro va desde el momento de mayor auge del pueblo peronista, de los sectores más progresistas del peronismo, hasta el 29 de noviembre de 1978 que es cuando irrumpe un grupo de tareas, encabezado por el represor “El Turco” Julián, en la casa donde vivíamos, entre otros compañeros, José Poblete que era un compañero chileno al que le faltaban las dos piernas porque se las había cortado el tren en un accidente ferroviario. En mi caso, soy una persona ciega y otros compañeros que vivían en la casa, todos militantes de la Juventud Peronista que resistíamos a la dictadura. Esta historia comienza en el 72 cuando se funda lo que se dio en llamar "Frente de Lisiados Peronistas" que, como logro más importante y a través de una organización que se llamó "Unión Nacional Socioeconómica del Lisiado", en 1974 lograron la ley más importante, probablemente de América Latina y, quizá del resto del mundo: que las personas con discapacidad sean concebidas como trabajadores y, en segundo lugar, que todas las empresas mixtas, estatales, privadas debían tener en su planta el 4% de mano de obra de personas con discapacidad. Hoy, la ley de discapacidad que está en vigencia es de la dictadura, ya que aquella ley 20.923 de los años gloriosos fue derogada en 1980 por la dictadura militar. El libro, entonces, cuenta la epopeya de eso.
Yo era el más chico, pero mi vocación de poeta hizo que esta obstinación de escribir la historia en estos últimos años con mayor fuerza, un sueño que llevaba 30 años, quedara en la memoria de nuestro pueblo como un símbolo tan importante de personas que, aun con sus desventajas físicas, se integraron al proceso revolucionario o, por lo menos, a la intentona revolucionaria.
APU: Es interesante que esta historia vea la luz en este momento histórico, sobre todo si se tiene en cuenta que hay, hoy en día, una generación de jóvenes muy vinculados con la política e interpelada por la generación revolucionaria de los setenta.
AA: Siempre somos hijos del tiempo histórico que nos toca vivir. Esta década permite que el libro salga a la luz. Interiormente, con Héctor Ramón Cuenya, mi compañero poeta que sin tener discapacidad acompañó en esta travesía, sentíamos que valía la pena que la historia quedara en la impronta del pueblo, pero mi debate interior era cómo contarla. Yo soy psicólogo social y todo el tiempo trabajo con el tema de la discapacidad, y de ahí que pueda decir que el “lugar esperado” para las personas con discapacidad no es el lugar de la revolución, es decir, en muchos casos millones de personas con discapacidad -hoy y ayer- en Argentina padecen una serie de desventajas ligadas a algo que se llama injusticia social, que se ha ido reparando pero todavía hay una deuda que el conjunto de la sociedad debe reparar. Esto no es un problema eminentemente del Estado, sino que son también las organizaciones sociales, los sindicatos, los empresarios los que se deben transformar en personas, en el sentido de apelar a que una persona con discapacidad debe tener la categoría de persona y solo se alcanza esa categoría entrando en el mundo del trabajo; para cualquier persona, el trabajo es el lugar de la dignificación, es estar dentro del mundo, ni importa si después quedás atravesado por los miles de conflictos cotidianos: subir al colectivo, pelearte con tu jefe, tiene que ver con estar adentro.
La inclusión, palabra muy utilizada hoy, se da en el mundo del trabajo. Aquellos compañeros del Frente, y de aquella historia, lo que percibieron es que la única posibilidad de estar dentro de la realidad era mediante la educación y el trabajo, fundamentalmente el trabajo porque te sirve para armar una familia, vale decir, no es solamente un salario, sino que implica mucho más: el salario es apropiarse de un mundo que debería ser para todos.
APU: Existieron algunos avances en los últimos años con respecto a las minorías, como por ejemplo, la Ley de Matrimonio Igualitario. Si tuviera que marcar puntos pendientes en este tema ¿hacia dónde apuntaría?
AA: Yo podría hacerte la repregunta porque el debate con el tema de la discapacidad pone más en juego las reglas del capitalismo. Imagino que una persona con una opción sexual puede no tener un puesto adaptado en el trabajo, no necesita colectivos especiales, rampas. Estamos en el universo de las minorías pero no nos vemos atravesados por los mismos conflictos. Esto no quiere decir que no esté de acuerdo, al contrario, creo que pertenecemos a las minorías, pero una persona gay no necesita una rampa. El subte A solo tiene tres estaciones adaptadas para silla de ruedas, y no hablo de una persona ciega, hablo para que una silla de ruedas pueda entrar y pueda movilizarse, si eso no es una forma de la discriminación...
Del mismo modo digo que no es lo mismo tener una discapacidad en el barrio de Palermo que en La Quiaca. La discapacidad está atravesada por clases sociales y por aspectos que pertenecen a cada clase. Cierto es que en aquel momento el Frente de Lisiados Peronistas lo que unificó fueron los sectores más desvalidos, compañeros que venían de otras partes del país o países limítrofes, que venían a estudiar a la escuela profesional de artes y oficios que existía en el centro de rehabilitación de Barrancas de Belgrano. El empuje del peronismo, lo que permite es que todos los desprolijos de la historia puedan entrar.
En los años ochenta, a los pobres se les decía carenciados y, por qué rengos, porque la palabra no está cargada de contenidos que estigmaticen; si vos vas a un centro de rehabilitación donde hay personas ciegas o con discapacidad motriz, el humor es un elemento que gira todo el tiempo, porque el humor diluye lo siniestro, y un ciego le puede decir a otro ciego: “che, no ves un carajo” y no genera una ofensa. Como tampoco la palabra “puto”. Una cosa es si vos decis “puto de mierda” o “rengo de mierda” o “indio de mierda”. Las categorías del lenguaje están ligadas al encubrimiento también. Una persona es ciega y no indica más que ser ciega, diferente era hace cincuenta, ochenta o cien años atrás que la misma etimología, en la voz cotidiana a alguien le decías inválido, si vos separás la palabra significa no válido, incapaz, minusválido, dice la Real Academia, categorías que aún hoy se usan. La gente en general asocia el mundo de la discapacidad a un mundo mucho más espantoso de lo que es, si se transforma en espantoso es porque el conjunto de personas no está dentro de la rueda, dentro de los canales de participación. Seguramente no es lo mismo no ver y andar por la ciudad que ver, pero intentás hacerlo porque querés un lugar en el mundo.
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