Los vínculos (nada lineales) entre Cortázar y el hecho peronista
Como hemos mencionado en un artículo anterior, la vinculación de Julio Cortázar con el hecho peronista no es tan lineal ni evidente como han pretendido retratar diversos críticos y oportunistas analistas. La relación que tuvo él (un claro exponente de los sectores medios en ascenso, formado en las artes liberales) con el peronismo goza de una rispidez similar a la que experimentaron los jóvenes nacionalistas. Desde los diversos márgenes, tanto las más variantes expresiones de izquierda como las nacionales se sometieron a un fuerte debate tratando de interpretar/comprender algo que había tomado la esfera pública de manera desbocada (lejos de toda predicción). Algo que definitivamente no se podía definir como una expresión “nazifascista”, ni mucho menos…
La primera novela que iba a parir el joven Cortázar no se trató de “Rayuela” (efectuada en su estadía parisina en plena madurez creativa) sino de una que (en algunos aspectos) se anticiparía a ella en algunas búsquedas literarias del autor. Se trata de “El examen” concebida en 1950 y rechazada por la editorial Emecé. Recién vería la luz póstumamente.
En 1952, Emecé sí aceptaría otra novela que tiene muchos puntos de encuentro con la prosa cortazariana pero desde una búsqueda nacional. Se trataba de “Se dice hombre” y su autor fue Jorge Perrone.
“Se dice hombre” había ganado el primer premio en 1951 de un concurso del Ministerio de Educación de la provincia de Buenos Aires para autores noveles, en el cual se presentaron ciento cincuenta obras para los distintos géneros. El jurado estaba formado por Julio César Avanza, Ministro de educación de la provincia, el Director General de Bibliotecas, Miguel Ángel Torres Fernández, y Germán Quiroga, por la Sociedad de Escritores de la provincia. El premio consistió en la edición del libro, que llegó en 1952.
“Se dice hombre” no sólo resultaba una novela de tesis, sino que era una suerte de post facio de un emprendimiento juvenil dirigido por el autor llamado “Latitud 34” de la que formaron parte varios jóvenes nacionalistas como Ramiro Tamayo (el poeta preferido de Jorge Luis Borges), Luis Soler Cañas, Enrique Pavón Pereyra, Alfredo Bettanin, Fermín Chávez, Vicente Tripoli, José Manuel Buzetta, entre otros.
“Latitud 34” fue un ambicioso emprendimiento que pretendía cuestionar los canones culturales en boga, apuntando como adversario a la revista “Sur” de Victoria Ocampo. Su irreverencia era tal que sólo llegaron a editarse 3 números y varios especularon que fue el propio gobierno peronista el que impulsó su cierre. Los vaivenes ideológicos, los debates cotidianos y las ganas de hacer –empantanados en dudas y vacilaciones– asoman por sus páginas reflejadas en los personajes que no eran ni más ni menos los compañeros de ruta de Perrone (Pablo en la novela) quienes se trenzaban en arduas discusiones que podían denominarse como el “Club de la serpiente” nacional y popular. No haría falta profundizar para afirmar que en ambas novelas la experiencia autorreferencial metafísica de Leopoldo Marechal (“Adán BuenosAyres”) las habían marcado, desde sus distintos posicionamientos y cosmovisiones literarias.
No obstante, sería poco prudente distanciar a Cortázar de Perrone como una suerte de “el lado de allá” (cosmopolita y vanguardista) frente al “ lado de acá” (una realidad mundana lindante al absurdo, ¿acaso Oliveira sea el Olivera que aparece acribillado en la novela de Perrone?): ambos fueron coetáneos, además pertenecieron a la “generación poética del 40”. De hecho, Cortázar supo tener una relación entrañable con el nacionalista Julio Ellena de la Sota. El tocayo de Cortázar era unos años mayor que él, dio sus primeros pasos en el periódico nacionalista “Tribuna” donde también se iniciaron Fermín Chávez, Luis Soler Cañas, Jose María Castiñeira de Dios, Manolo Buzeta, Alicia Eguren y Jorge Massetti. Luego escribiría en las revistas “Cultura” y en “Argentina”, participando además en la publicación de la dirección de cultura “Poesía Argentina”, animada por Fermín Chávez.
La ligazón de De la Sota al peronismo se definiría cuando se uniera a la Peña de Eva Perón donde publicaría sus “versos de Canto pleno”. Dentro de este contexto de fervor nacional, los dos Julios se carteaban a pesar de sus percepciones opuestas con respecto al hecho peronista. ¿Pudo Cortázar haber conocido “Se dice hombre” a través de él? No lo sabemos. A menos que alguien se lo haya enviado a su nueva sede parisina, ya que Cortázar partía a la cuna de la literatura universal desde donde definitivamente aplicaría desde allí sus prismas sobre la realidad americana en 1951.
No obstante, en ambas novelas coetáneas (“El examen” y “Se dice Hombre”) se evidenciaría la importancia que adquiría la Plaza de Mayo como un nuevo escenario del fervor social. Sobre “Se dice hombre” los pocos críticos que recuperaron aquella novela del ostracismo cultural destacaron el vivido retrato de lo acontecido en aquel 17 de octubre de 1945, repleto de imágenes humanas y sensaciones de sorpresa, heroísmo y espanto (la muerte de Darwin Passaponti se relata con un dramatismo épico que lo postula como uno de los puntos más álgidos del relato de Perrone).
“… Te quitaste el saco, y empezaste a gritar. Andabas entre los manifestantes coreando estribillos. Descubriste un montón de consignas tuyas, aquellas que por gritarlas habían caído Lacebrón Guzmán o García Montaño; consignas de tu nacionalismo querido que ahora encontrabas en boca de esta gente venida de Avellaneda o Barracas o San Martín, qué se yo”.
En la obra de Perrone, está la sorpresa de encontrarse con aquel “subsuelo de la Patria sublevado” que, de repente, se había adueñado de las consignas de ellos, los nacionalistas que poco tiempo atrás se sentían como fantasmas gritándole al viento.
En cambio, en “El examen” de Cortázar la mirada hacia lo otro, lo desconocido, también es vital. La realidad se asomaba con tal descaro que repugna a los protagonistas (jóvenes de la misma edad que los protagonistas de “Se dice hombre”). En la novela de Julio Cortázar se retrata cómo la barbarie se adueña de la Plaza de Mayo, mientras un grupo de estudiantes se pierden entre la multitud, totalmente desorientados frente a lo que están presenciando:
“ –Todo Buenos Aires viene a ver el hueso –dijo –Anoche llegó un tren de Tucumán con mil quinientos obreros. Hay baile popular delante de la Municipalidad. Fijate como desvían el tráfico en la esquina. Vamos a tener un calor bárbaro(...) Miles de hombres y mujeres vestidos igual, de gris topo, azul, habano, a veces verde oscuro...”
La visión que emula Cortázar está basada en la dicotomía tradicional que está muy arraigada en la historia argentina: civilización y barbarie, y los derivados de ella. La alusión en ciertos pasajes se vuelve explícita: “Y LOS MONTONEROS ATARON SUS CABALLOS A LA PIRÁMIDE”, dice uno de los protagonistas frente a la multitud de personas que se empieza a concentrar inevitablemente.
La barbarie se evidencia hasta en el aire que predomina en la ciudad; en la novela, Buenos Aires está azotada por una poderosa neblina que impide la visibilidad y una insoportable humedad cuyo hedor se nota en el aire.
Dentro de la misma escena de la Plaza, presencian un ritual dirigido hacia una mujer, que por la descripción, la veneración que se le adjudica, y por ser considerada el nexo entre Perón y el pueblo, da a entender claramente que hace alusión a Eva Perón:
“...era un círculo, los tipos se tenían del brazo y rodeaban a la mujer vestida de blanco, una túnica entre delantal de maestra y alegoría de la patria nunca pisoteada por ningún tirano, el pelo muy rubio desmelenado hasta los senos. Y en el redil había dos o tres hombres de negro, que servían en la ceremonia con movimientos de pericón desganado. (...) Uno de los tipos de negro se acercaba a la mujer, le puso la mano en el hombro.
“Ella es buena –dijo-. Ella es muy buena. -Ella es buena –repitieron los otros (...)”
La crítica de la concentración finalmente llega también a la labor oratoria de Perón, que es representado como “el candidato con voz de urraca” cuyas palabras suenan huecas.
Lo que realizaba en esa parte Cortázar era satirizar el discurso, desfragmentándolo, acusando las palabras que en realidad, a juicio de Cortázar, no tienen una significancia directa. En conjunto forman parte de un palabrerío vacío, que sólo surten efecto en el medio de ese ambiente pasional, completamente irracional.
Sin duda, “El examen” es el mejor retrato que nos permite comprender los efectos sociales y culturales que propulsó el peronismo y que impactó a los sectores medios. Existe, incluso, un prejuicio racial tan fuerte por parte de Cortázar que hasta sorprende con la sinceridad que lo expone:
“(...)Me jode no poder convivir, entendés. No-poder-con-vivir. Y esto ya no es asunto de cultura intelectual, de si Braque o Matisse o los doce tonos o los genes o la archimedusa. Esto es cosa de la piel y de la sangre. Te voy a decir que cada vez que yo veo un pelo negro lacio, unos ojos alargados, una piel oscura, una tonada provinciana, me da asco...”
Pero en su novela, también criticaba a quienes tenían el deber de defender y difundir la alta cultura, cuya representación parece indicar a esos grupos de elite como la revista Sur, que permanecían separados de la realidad, encerrados en un edificio denominado La Casa, donde se leen textos en francés y se discuten lecturas de grandes autores europeos. A su vez, ese grupo estudiantes protagonistas asiduos de la Casa, también tendrían cierta culpabilidad de esa desconexión, que los llevó a golpearse las narices frente a la irrupción del peronismo y su jerga populista.
Ambas novelas, presas de la pulsión de lo popular que latía fervientemente durante aquellos primeros años de la gestión peronista fueron devoradas por la revolución reaccionaria que provocaría: “El examen” solo sería editada póstumamente, 34 años después de manera intrascendente para el público ávido de seguir consumiendo de las entrañas del gran autor argentino que murió ignorado y ninguneado por el gobierno radical. “Se dice hombre” sería prontamente descatalogada, siendo una pieza muy poco conocida para el público en general. Su autor regresaría luego décadas después publicando en la revista peronista “Las bases” y consagrándose finalmente como historiador al publicar el exitoso “Diario de la Historia Argentina” en 1974.