Miguel Ángel Morelli: un librero inolvidable
Por Miguel Martinez Naón
El poeta, escritor, librero, periodista y editor Miguel Ángel Morelli, falleció el 21 de agosto pasado.
Además de todo eso era un exquisito analista político, humorista, hincha de Boca, paseador de perros y muchos etceterás más. Tal vez el que muchos otros amigos quieran agregar.
Nació en Coronel Suárez en 1955, y si bien eligió el periodismo como profesión esta se vio frustrada con la llegada del golpe cívico militar del 24 de marzo de 1976. Fue entonces cuando luego de una breve experiencia como aprendiz de librero en la ciudad de Buenos Aires arribó a Quilmes.
Junto con su familia heredó de sus suegros la librería Ramos, fundada hace más de 75 años, y fue allí donde forjó este oficio que llevó adelante con dedicación y contagioso interés. En una entrevista realizada el año pasado por mis compañeros de radio de AGENCIA PACO URONDO, expresó: “A lo largo de estos años uno no se da cuenta pero ha puesto su granito de arena para formar a algún lector, ayudarlo a leer algo más que esta realidad cruel que vivimos, alguien que viene a buscar en la literatura cosas distintas. Hemos ayudado, sin ser vanidoso, a que algunos jóvenes adquieran el hábito de la lectura. Es un oficio hermosísimo pero se está perdiendo detrás de la computadora y los autoservicios”.
Cuando alguien buscaba un libro sobre la militancia revolucionaria y le consultaba, él decía: “Sí, date vuelta, ahí frente tuyo, la sección sueños rotos”.
Autor de una vasta obra poética repartida en varios libros, tales como Piedra blanca sobre piedra negra (1980), Fragmentos de un cielo impenetrable (1989) Humanos, casi humanos (2009) Despojos (2010), entre otros. En 2019 se dio el gusto de publicar un libro con el que trabajó durante mucho tiempo: Borges y el libro de los libros, publicado por Salim Ediciones. Una novela concebida para que lo lean los jóvenes y adolescentes en las escuelas. Desde luego no sólo consiguió eso sino que además sea leído también por los padres de los chicos.
Su deseo era sembrar en estos jóvenes (que después iban a leer a Borges) un montón de pistas para que el día de mañana cuando empezaran con "El Aleph", "El sur", o cualquiera de sus cuentos, digan: “Acá hay una resonancia, yo he leído algo de esto”.
Todo comenzó cuando conoció al autor de Inquisiciones a los 17 años y comenzó a ir asiduamente a su casa. De allí se desprenden caudales de recuerdos que darán forma a este último libro suyo.
A pesar del dolor que produjo su partida, uno de los mayores consuelos que tenemos quienes lo hemos conocido, es contar con el registro imborrable de todas sus publicaciones en las redes: reflexiones, humoradas, sátiras, sentires, homenajes, recuerdos, comentarios futbolísticos, poemas, música y mucho más. Por la módica suma de haberlo conocido (al menos virtualmente). Sólo basta entrar a su muro de Facebook para que diariamente aparezca alguien recordando algunos de esos membretes suyos. O uno mismo comience a recorrer sin pausa toda esa hilera de textos que guardan pasiones y compasiones, desparpajo y severidad, delicadeza y desfachatez, ternura y sensatez. Y así podría seguir horas y horas adjetivando todo lo que sigo redescubriendo de este gran amigo, y que tal vez pueda convertirse en libro alguna vez (por qué no?).
Si no hubiera sido por esta maldita pandemia (que tuvo la osadía de llevárselo) estoy seguro que lo hubiésemos podido despedir como realmente se lo merecía. Hubiéramos sido muchos, miles tal vez, por las calles de Quilmes, ocupando las veredas, y esa plaza frente a la librería, trepados al monumento de San Martín.
Quienes hemos sido tocados alguna vez por su calidad humana o por su generosidad o por su brillantez, o por todo eso junto, sin duda hubiésemos estado ahí. Llorándolo y riéndolo naturalmente, regándolo de amor. Pero no, la despedida la tenemos atragantada. Y puedo decir como autor de esta nota, que hoy me siento un privilegiado al poder escribir sobre este amigo, tal vez para hacerle un guiño a él, de complicidad o de gratitud (infinita gratitud), o de gracia, o de gracias, simplemente eso, darle las gracias, sí.
Alguien escribió “era librero sí, pero primero un amigo” y eso, creo yo, es lo que hemos tratado de expresar todos y todas quienes lo conocimos, aunque no sepamos bien cómo hacerlo todavía.
Sus propias palabras lo pintan de cuerpo entero, y sus poemas, y sus mil rostros en cada foto.
Inolvidable Morelli, querido maestro, aquí comparto unas palabras tuyas para despedirme de nuestros lectores, que seguro te tomarán cariño…
“Si me tengo que morir, no podrá ser ni hoy ni mañana. Hoy, porque llueve desconsoladamente y a mí los días de lluvia me encantan. Mañana, porque tendré que barrer el patio y echar una a una a la basura las hojas que ha ido derrotando la tormenta. ¿El jueves? No creo; después de cada lluvia, después de cada barrido, acabo tan cansado que no tengo ganas de nada, ni siquiera de morirme. Por ahí el viernes, pero los viernes yo suelo estar de buen humor y aprovecho para conversar con los amigos y planificar libros y guiones que jamás cometeremos. Después ya viene el fin de semana, mal momento para andar muriéndose (a pesar incluso del bajón de los domingos que agonizan). Si me tengo que morir, no podrá ser ni esta semana ni la siguiente. Ni siquiera el mes que viene, el año que viene, la década que viene. No te enojes, pero andaré lejos de mí si me tengo que morir”.