Mort Cinder: una invitación a contar otras historias
Por Emiliano Diez
Leí por primera vez a Mort Cinder completo y de un tirón con la edición de Clarín de 2004, la misma que algo ajada tengo ahora a mi lado mientras escribo estas líneas, 42 años después de la primer publicación en Super Misterix. Hasta ahí había visto páginas aisladas, historias sueltas, apenas fragmentos.
Si en el prólogo de aquella edición de bolsillo Saccomanno hablaba de la relectura en clave política que la generación del 70 había hecho de la historieta en general y de Oesterheld en particular, habría que decir que desde aquella edición de 2004 a la fecha, Mort Cinder ganó una considerable camada de nuevos lectores. La diferencia es que, si para los contemporáneos el futuro compromiso político de Oesterheld era una insinuación sostenida a través del abordaje de tópicos como la guerra, la prisión y la esclavitud, para esta nueva camada de lectores el texto está indefectiblemente soldado a la futura participación política de HGO y su trágico final. Lo que antes era una incógnita ahora es verdad revelada. Pero Mort Cinder, como casi toda la vastísima obra de HGO, tiene demasiados pliegues como para dejarse atrapar tan fácilmente. Está, pese a lo que dice su nombre, demasiado vivo como para cristalizarse así sin más. De hecho, de entre todas las virtudes de Mort Cinder, tal vez la más deslumbrante es la capacidad de albergar historias que no están, de sugerir nuevos comienzos a cada paso.
La edición de lomo gris que abría Saccomanno se cerraba con algunas líneas del argumento de “Diligencia a cuchillo”, seguidas por un plot de media carilla. Entre ambos textos, sumergidas en un mar de tinta china, navegaban una multitud de relatos ocultos entre los diez originales.
No me refiero solamente a historias como la del Frate, el que construyó un túnel para no escapar, o a la de Ormus, que murió entre el fuego sin ser tocado por las llamas. Relatos huérfanos que Oesterheld dejó sugeridos a la vera del camino. Ni siquiera a todos los pasados posibles del profesor Angus, los Ojos de Plomo o el indio que llevó el vitral a lo de Ezra. No. Tampoco me pregunto cómo saben ellos de la condición de Mort, ni si este puede atravesar el tiempo a través de la niebla cuando lo desee, como en La Madre de Charlie. Me refiero en este caso a la infinidad de historias posibles contenidas en el argumento central de Mort Cinder. A todos los lugares y momentos en los que Mort pudo haber estado, vaya uno a saber cómo y bajo qué nombre, sin que lo hayamos sabido aún.
Si “un buen guionista es aquel que detecta siempre la variación que faltaba”, quizás podamos aventurarnos a inferir que algo de eso puede haber animado a Hugo Pratt en su obra conjunta con Milo Manara de 1991, “El Gaucho”. Quizás Mort tenía demasiado de inglés, tanto en la estructura de sus relatos como en el trazo de sus ambientes, como para dejarse arrastrar por la voluptuosidad desbordada de la América del Sur que no aporta al corpus de Mort Cinder más que el indio y su vitral. Pese a ello, está claro que sobran grietas en la historia americana por las que Mort podría entrar llevando consigo su mochila de sombras.
Es allí donde el Tano encuentra el espacio para contarnos de un Tambor del 71° de Cazadores Escoceses que quedó varado en Buenos Aires desde las Invasiones Inglesas y es encontrado entre los ranqueles por una partida del Ejército cuando la Campaña del Desierto, casi 80 años después. Al principio y al final de la odisea prima de aquel escocés longevo que ya entonces lleva décadas llamándose Paraun, la que transcurre entre prostitutas irlandesas embarcadas, rebeliones de esclavos al ritmo del candombe y conspiraciones masonas, hay dos diálogos que, como MC, están cargados de historias no contadas. En el primero de ellos Paraun advierte:
- He visto tantas cosas que necesitaría cien años para contarlo todo… Estuve con Whitelok, con Güemes, con Rosas, con Ramírez, con López y Calfucurá. Una vida llena de aventuras…
Y al final, en lugar de cerrar el círculo, lo vuelve a abrir. Cuando el cadete, asombrado por cuanto acaba de oír, tras prestarle el oído a Paraun como Ezra tantas veces se lo prestara a Mort, le dice “Vaya, pues eso podría ser el comienzo de una larga historia, señor. ¿Y qué pasó luego?”, el viejo contesta sin mirar, mientras apura un mate:
-“¿Luego? … La verdad que no me acuerdo muy bien… ¡Me hice viejo!”
Por lo que inacabables historias quedan sin contar; gira la rueda, se abre la puerta y todo vuelve a comenzar.
A diferencia de Nekrodamus, que junto a Sherlock Time podría conformar una notable trilogía oscura, Mort Cinder no encontró continuación; ni después del epílogo de Las Termópilas, ni menos aún tras la ausencia forzada de Oesterheld. Lo primero es una enorme pena, y “Diligencia a Cuchillo” una sobrada prueba de ello, por si todavía hicieran falta. Lo segundo es entendible: para entonces, Mort Cinder ya estaba en el podio de la historieta de autor y su enjambre de sombras era lo suficientemente pesado como para incomodar a cualquiera. Pero a diferencia de El Eternauta, que fue continuada con suerte dispar, Mort no lleva aferrada una historia, sino que puede entrar y salir de todas. Como Ernie Pike, la suya es, en muchos casos, apenas una mirada: un humanismo oscuro a través del cual se sucede la historia, así, en minúsculas, aunque acabe por tratarse del origen de los idiomas o de una de las batallas paradigmáticas de la épica de occidente.
Y ya que estamos en las Termópilas, veamos sino cómo, abordando un mismo hecho histórico, pueden obtenerse dos lecturas tan asimétricas como la de Mort y el 300 de Frank Miller: Si el mal en Miller son los persas, en HGO, como en toda la obra previa a El Eternauta, es la guerra, así sin más. Si en 300 Jerjes está demonizado hasta la deformación sin género, en Mort Cinder, tras amenazar con los peores tormentos - “mañana te haré cortar las manos, te arrancaré la lengua, te reventaré los ojos, pero no te castraré, para que tu carne te atormente” – quizás incluso más violentos que toda la sangre que desborda las páginas de 300, se permite mostrar, a través de un rostro humano devastado, la piedad y la humildad que Miller le niega:
- “Vete hombre de Esparta. Tu eres más Rey que yo. Eres Rey de ti mismo”.
Al final de cuentas, concluyo, estas líneas no quieren decir más que cuanto dicen: que así como Pratt halló una de las incontables variaciones del universo de Mort, hay cientas que aún aguardan por ser reveladas. Que tal vez esa mirada que vive en Mort Cinder sea una de las más maravillosas invitaciones a contar que la literatura argentina moderna pueda ofrecer de cara al futuro.