No mientan: fue un homicidio político
Por Sol Giles
El mayor hecho político que produce el macrismo es el de convencernos de que estamos solos. Matarnos la consciencia, lapidar nuestros derechos, aniquilar cualquier tipo de organización popular.
La grieta se ensancha tanto que es difícil reconocernos, y ya no importa la antinomia partidista ni las discusiones bizantinas creadas a medida para distraer: Hoy la grieta existe entre la vida y la muerte.
"Este es mi destino. Déjenme solo. No puedo seguir así", dijo un jubilado de 91 años antes de dispararse.
¿De verdad alguien es capaz de creer que era su destino?
Hasta tan sólo dos años el destino de este hombre era el de compartir unos mates con sus sobrinas, jugar con sus nietos en la plaza del barrio, descansar en algún centro de jubilados y celebrar la vida. Y podía hacerlo porque tenía la garantía de un Estado de derecho que, mediante políticas públicas, lo cuidaban e impedían que los mayores estén condenados a morir de frío, tristeza y cansancio frente a los Bancos, pidiendo limosnas en la calle o agonizando para aguardar un turno en el hospital.
El destino de ese hombre no era éste que hoy nos duele. Y el destino del pueblo tampoco es darle la derecha a la derecha, sintiéndose tan solo.
La Patria es el otro. Por tanto, más allá del pésame y los discursos políticos, esto nos compete a todos.
Porque en esta dolorosa Argentina, los dueños del péndulo hacen lo necesario para que se sitúe siempre del lado del hambre, de la exclusión, de la desocupación, de la violencia y el avasallamiento de derechos.
Ése es el efecto más macabro del proyecto de país de Mauricio Macri. El de hacernos sentir solos, insalvables, miserables, una molestia para el de al lado, un trapo sucio sobre el que se limpian las botas los multimillonarios. Somos un cadáver con culpa, como buscan instalar entre líneas los medios de desinformación.
Y entonces, los doblemente amarillistas, intentan convencernos de que un homicidio político fue un suicidio.
"Si tenía plata para balas, se hubiera comprado pan", tuitean desenfrenados los trolls financiados por el Presidente.
"Se desconocen las causas de su drástica decisión", publican los editorialistas del odio.
Nada dicen de la venta de acciones del Fondo de Garantía de Sustentabilidad del Sistema Previsional.
Nada dicen de Macri, que tomó deuda por 20 millones de pesos de Anses, y considera que con el gobierno anterior "ganaban demasiado".
Nada dicen del recorte de aumentos de jubilaciones.
Nada dicen de la eliminación de subsidios para medicamentos del Pami.
No dicen que desde que asumió cerraron más de 2000 centros de jubilados. Ni de los tarifazos, ni de la violenta represión a nuestros abuelos.
Y mientras tanto transcurre esta vida desorganizada, intentando recobrar fuerzas con sus mejores candidatos: hombres y mujeres anónimos, de carne y hueso, que se unen y organizan en sus casas, en sus barrios, en sus escuelas, en sus fábricas y en las calles porque ya no se permiten mirar para otro lado.
"Lo importante es escucharse el uno con el otro, mirarnos, sentir lo que le está pasando al otro", dijo Cristina hace unos días en Arsenal.
El odio dejémoslo para los dueños del odio. Pero demos todo de nosotros para que no vuelvan a aniquilarnos en las urnas, en el hambre o en el silencio.
El destino no existe. Existe la política.