Nota inédita de Paco Urondo sobre la Cantata Santa María de Iquique dirigida por Coco Martínez
La obra musical (del Conjunto Quilapayun, y textos de Luis Advis) cuenta la historia de una masacre al norte de Chile en el año 1907 donde murieron 3600 obreros asesinados. Coco viviendo en Viedma la adaptó al teatro con 35 obreros y 15 estudiantes en escena. Cabe destacar que la siguiente nota no fue incluída en el libro “Obra Periodística” de Francisco Urondo (Adriana Hidalgo Editora) por lo tanto se puede decir que aún es inédita y nuestra Agencia que lleva su nombre se enorgullece hoy de compartirla con todos ustedes. El suplemento-homenaje a Humberto “Coco” Martínez no podía comenzar de mejor manera.
Por Francisco “Paco”Urondo
Valiosa experiencia en el teatro IFT. Un grupo de obreros y estudiantes de Viedma ofreció una alternativa teatral.
Santa María de Iquique, Conjunto Quilapayun. Grupo Teatro Popular de Viedma. Dirección Humberto Martinez. Teatro IFT.
Sobre la cantata que realizara el conjunto chileno Quilapayun, un grupo de cincuenta actores ha escenificado los episodios que terminaron con la masacre de mineros de aquella localidad. Sólo en dos oportunidades los actores apelan a la palabra: puede hablarse así de una actuación muda, pero no de mimar un texto, ya que esto puede tergiversar el trabajo ofrecido en el teatro IFT.
El grupo compuesto en su mayoría por obreros de la construcción de la ciudad de Viedma, trabajó durante tres meses para crear este espectáculo de cuya importancia lamentablemente no podrá tener una noción cabal el público de Buenos Aires; fue representado sólo dos veces el último sábado, sin posibilidades tangibles de reprisar ya que los componentes debieron regresar a Viedma, para hacerse cargo de sus trabajos cotidianos.
Ese sábado pudo verse realmente el buen resultado de un trabajo colectivo. Hombres y mujeres de edades diversas – entre los ocho y los cincuenta años – han logrado producir ese fenómeno tan pocas veces alcanzable que ha sido dado en llamar el “milagro del teatro”. Incluso en algunos momentos por ejemplo una impecable y hermosa escena de amor, en que la actuación se parcializa o se concentra en menos personas – dos en el caso del ejemplo –, la tarea sigue teniendo estas características de trabajo colectivo del cual es vocero una persona o dos, según el caso.
Esto ofrece una particularidad: la interpretación es, en este caso, muy buena, pero diferenciable de otras actuaciones individualmente ponderadas que pueden verse habitualmente en los teatros. Es que ambas han surgido de prácticas distintas.
La concertación grupal, sus puntos de saturación dramática, aflojamientos de tensión, etcétera, han sido rigurosamente manejados por alguien que no sólo tiene sentido del espectáculo y del espacio escénico, sino también un claro criterio sobre lo que puede llegar a ser una épica dentro de la dramaturgia. Así es inevitable remitirse al gran maestro que fue Eisenstein, aquellas movilizaciones grupales que forman una suerte de coral, valga la controversión.
También pudo verificarse este logro, en relación con la conexión que pudo ser establecida con la gente. El público no saludó un buen espectáculo, sino que intervino activamente, se sintió evidentemente expresado. Por cierto que el grupo que colmaba la sala del IFT, era un grupo receptivo a un mensaje político. Pero hay muchos públicos politizados y muchas propuestas escénicas que también se desplazan en el campo. Sin embargo aquí la conexión fue mucho más intensa.
Cabría preguntarse en qué consistió, cual fue la peculiaridad que diferenció este espectáculo de tantos otros. Seguramente la realización de un tema adecuado, a un momento favorece expectativas y, consecuentemente, una conexión.
En este sentido hubo un excelente trabajo de Martínez; un equilibrio que en ningún momento trabó el espectáculo sino que por el contrario, le permitió volar con libertad.
Sin embargo, así Martínez gozara – seguramente es así – de un gran sentido del espectáculo, de una sensibilidad épica y se moviera en este terreno como un verdadero dotado, tampoco explicaría totalmente las peculiaridades de esta versión de Santa María de Iquique.
Sin hacer obrerismo, sin mistificar – como tiende a hacer la pequeña burguesía ilustrada y de izquierda – las condiciones y posibilidades de la clase trabajadora, es evidente que los obreros, a pesar de todas las opresiones y deformaciones que puedan sufrir en virtud de formas sociales, tiene una versión del mundo caracterizable y directamente relacionada con su experiencia de vida en este mundo.
Y esto se nota. Concretamente cuando un grupo teatral avanza hacia un lugar – imaginario – a exigir una reivindicación, sabe lo que está haciendo. Cuando levanta un puño en alto o al caer abatido, sabe cómo es. No debe imaginarse primero y racionalizar después éste u otro tipo de situaciones. Tiene una especial solvencia para desarrollar esta ficción escénica.
Seguramente en esta experiencia de vida habrá que rastrear la eficacia, la incuestionabilidad del espectáculo visto en el teatro IFT. El camino abierto por esta cincuentena de personas que vinieron tan efímeramente a dar un testimonio. “Es como hacerle un regalo a los compañeros” le explicaba uno de los integrantes del grupo a otro, aclarando de paso el sentido que puede tener hacer teatro.
Describía también los resortes de un trabajo que no se apoya en el vedetismo individualista sino en un intento de solidaridad común, que debe ser uno de los elementos básicos para hacer el teatro político que demanda esta época, donde, sin una política, es imposible seguir adelante y consecuentemente ver claro, saber que se tiene algo por decir.
Apendice a modo de Biografía
Humberto “Coco” Martinez nació un primero de Febrero de 1940 en Carmen de Patagones. Fue actor y director de teatro, dramaturgo, docente y gran recitador de poemas.
Hijo de un trabajador ferroviario y un ama de casa, vivió una adolescencia marginal cayendo en la delincuencia y padeciendo los castigos del reformatorio y las cárceles. Ya por el año 1969 comenzó a estudiar teatro en la ciudad de Viedma y poco a poco fue creciendo y haciéndose conocido en el ámbito escénico. Se sumó a las luchas populares (militando en el peronismo revolucionario) y en 1972 reunió a decenas de trabajadores y dirigió la puesta teatral de la Cantanta Santa María de Iquique.
Se exilió junto a su compañera en el año 75, perseguido por la Triple A; vivió en Estados Unidos, en México y retornó al país en 1984. Siguió haciendo teatro hasta sus últimos días, formando grupos, dando talleres, escribiendo y dirigiendo obras. Falleció un 4 de Diciembre de 2012. Tal como lo describió alguna vez su amigo Norman Briski, Coco es considerado por muchos de sus pares, por sus alumnos y su público como un “Un héroe del teatro popular”.