Pandemia, miedo y dolor: carta para salir de la desesperación
Por Pablo Melicchio | Ilustración: Matías De Brasi
Tengo una extraña teoría, y se las quiero compartir. Cuando se me impone una canción siento que se trata de un mensaje que me envía mi inconsciente. No es al azar, se los aseguro, está en íntima conexión con algo que no estoy registrando y que el arte me quiere revelar. La otra noche, cuando terminé la jornada laboral, me levanté del sillón, hice apenas unos pasos y me encontré cantando una vieja canción de Los Abuelos de la Nada: “No se desesperen, locos, si algo sale mal, no se detengan, hay que ir a más…”. Salía del consultorio cargando con los síntomas de mis pacientes, malestares que de alguna manera son la síntesis del universo de gente sufriendo por la peste, y de pronto me llegaba esta canción, como un mensaje límpido, contundente, que surgía desde las sombras gambeteando a los fantasmas del pesimismo para tirarme un centro justo a los pies de mis emociones trastocadas. ¿Cómo salvarse de la peste de este tiempo que lo distorsiona todo, repartiendo dolencias, sensaciones negativas, miedos, angustias, ansiedades y preguntas urgentes que no tienen respuestas inmediatas?
El último paciente de esa noche lloraba por la muerte de su padre. Y yo también lloraba, por dentro, por otra muerte, la de mi madre. Lo contuve más en silencio y presencia que con palabras. Estábamos unidos al cordón umbilical del dolor. Uno, psicólogo; el otro, paciente; pero por sobre todas las cosas simples hombres quebrados por la patada intencional de la muerte, por los hachazos del coronavirus. Salí del consultorio un tanto abatido, hasta que desde mis oscuridades brotó aquella milagrosa canción de Los Abuelos de la Nada, esa letra que me traía un mensaje esperanzador, que me decía que cuando algo sale mal, no me desespere, no me detenga… De esta manera entendí que frente a tantas pérdidas tenía que salir a la cancha de la vida con otra energía. Fue entonces cuando después de cenar me puse a escribir esta suerte de carta.
No suelo dar consejos, pero en esta ocasión me daré una pequeña licencia. No se desesperen. No se detengan. Vamos por más. Donde reina el desconcierto y se escuchan tan cercanos los pasos de la muerte, hacer proyectos, buscar los sonidos que calmen a las bestias del dolor, cantarle a la esperanza, pero a una esperanza activa, sin quedarnos paralizados hasta que esto pase, porque así también pasa la vida. Tomemos este momento como una apuesta, como un reto, como una posibilidad. Hagamos de este tiempo donde la peste busca silenciarnos, una sala de ensayos para encontrar la mejor versión de esta existencia que suena tan desafinada.