Pensar a la cultura porno hegemónica a partir de herramientas feministas
Foto: La estructura del patriarcado (1998), óleo/ lienzo. 130 x 195. Colección particular. Gabriel Alonso
Por Ezequiel Palacio
Desarticular el bagaje cultural, lo que aprendimos, con todos sus vicios. Pero también simplificarnos el trabajo de la intelectualidad tan fango, tan barro, tan todo mezclado.
En primer lugar, quiero evidenciar desde donde escribo que es desde mi condición de varón. Todo lo particular de este escrito tiende a generalizar, a pesar de ser consciente de que lo que fue o es vivido por mí no es aplicable a todo, ni mucho menos, aunque sí puede llegar a echar luz sobre un mal llamado sentido común, el cual es cultural e impuesto.
Partiendo de premisas como que: nadie obliga a nadie a ver porno o nadie obliga a la actriz porno a ejercer su rol en esa industria. Ni al actor a ejercitar deportivamente su falo en esa industria.
A veces uno coge así, a veces coge de otro modo. Pero… ¿a quién le importa eso?
Lo cierto es que la industria pornográfica vende lo que consumimos. Y ahí es donde empiezan a hacer ruido muchos conceptos.
Porque se emparenta la imagen cinematográfica con un ideal masculino y sobre todo con un ideal femenino.
Yo consumo porno. En solitario y en pareja. Practico un tipo de sexo que no escapa al establecido socialmente, a veces más, a veces menos.
¿Debemos hablar de porno en primera persona? ¿Está bien esto?
La careteada berreta de nuestra moralidad católica nos impulsa a hablar de los temas tabúes en tercera persona. Como si uno fuera un sociólogo especializado en el análisis de la ética y la moral y a partir de allí elaborar argumentos a favor o en contra de lo establecido. Lo cierto es que este ejercicio del status quo es bastante limitante y vacío. Pero principalmente hipócrita.
Hablar de sexo, porno y feminismo es necesario. La sociedad se encuentra enfrascada entre lo que nos enseña la familia, la escuela, la preparación para la vida laboral de adultos, etc. Todo pasado por el filtro moralista de la Iglesia Católica.
¿Y el placer? Bueno, a escondidas y en secreto, clandestinamente, en solitario le damos rienda suelta a una serie de parafilias entre las que se encuentra el porno.
¿Qué lugar ocupa la mujer en el porno? O ¿cómo la industria del porno utiliza la imagen y el sexo femenino o masculino?
Muchas veces pensé en esta idea: tengo 37 años, padres separados. Tres hermanos varones. Mi vieja hizo lo que pudo respecto al diálogo familiar.
Empecé a despertar sexualmente en los años 90. Revistas porno compradas de queruza en un kiosco de estación de tren. Después el VHS y el video club. Toda esa vergüenza de ir a alquilar un videocasete. Compartir con amigos de escuela o barrio las revistas o las cintas (Qué quilombo hermoso ¿no? Analizar toda esa conversión homofóbica del macho adulto… ooooootro tema).
Fui criado en el patriarcado y me cuesta aún esfuerzos grandes quitarme de encima toda esa mierda cultural de privilegios machistas. Pero en eso andamos, al menos eso intento.
Cosifiqué mujeres, abusé de ellas, les dije cosas en las calles; alguna vez de pendejo manoseé un culo sin permiso. Fui creciendo y dándome cuenta de mis atropellos.
Ser feminista no invalida al porno o a al menos a algunas formas de porno. Cada cual hace su camino. Pero ojo, al margen de esta frase livianita, es importante decir que el porno es un acto ideológico – político -estético.
Esa comercialización del cuerpo femenino es también una forma de aprender que las cosas pueden ser así en la calle: “Pasa en la vida pasa en TNT” rezaba una campaña publicitaria a principios del 2000. Y esta es la idea central, respecto al porno. Internet nos abrió y les abre a los más pibes y a las más pibas un acceso ilimitado al mundo del porno. Siempre en la clandestinidad como consumidores de porno aprendemos que esas imágenes donde la mujer es un instrumento del hombre nos van formando inconscientemente una forma de vincularnos con el otro. En contraposición al porno, nadie nos habla de educación sexual, ni de respeto sexual, ni de prácticas sexuales. Lo sexual es algo que se aprende en las películas, en la tv, en los libros etc… y aprendemos con la industria, aislados de la realidad. Y la industria prioriza y cosifica el uso genital de la mujer, en primer lugar. Entonces cabe preguntarse… ¿la industria del sexo nos marcó culturalmente una forma de vincularnos sexualmente, al punto de ser nosotros meros reproductores de un canon sexual? ¿Y al reproducir este sistema, no nos volvemos productores de un retrógrado círculo donde el rol de la mujer es objetual? Foucault diría que sí. Comprendido de este modo entonces, el sexo es poder. Y el poder establece un orden, un control, una forma económica que optimiza su propia rentabilidad de manera constante.
Entonces empiezan a aparecer una serie de factores que debemos esclarecer para dejar de perpetuar conductas de dominación y humillación existentes sobre la mujer. Quizás una manera de empezar a hacerlo es entender que al humillar a la mujer es el varón quien encarna la figura más humillante, la del abusador.