Poner el cuerpo

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Poner el cuerpo

07 Mayo 2019

Por C. Adrián Muoyo*

“Si este pueblo me pidiese la vida, se la daría cantando, porque la felicidad de un solo descamisado vale más que toda mi vida”.

                         Eva Perón, discurso del 17 de octubre de 1951

 

Leí Evita vive (en cada hotel organizado), de Néstor Perlongher cuando salió publicado en la revista El Porteño, en 1989[i]. La redacción agregó un breve texto introductorio porque temían lo peor luego de publicarlo. Con su habitual ironía, rogaban a “Alá para que a Perlongher y a estos redactores no les suceda lo que a Salman Rushdie”, en referencia al escritor indio perseguido a muerte por algún sector violento e integrista del Islam, luego de escribir sobre Mahoma. Después de semejante advertencia, leí el cuento, intrigado. Y me gustó. Aunque no sabía aún muy bien por qué. Tampoco parecía que pudiera provocar la tormenta que los redactores anunciaban. Me equivoqué. La Nación tomó como cierta, al pie de la letra, la Evita del relato. Era una puta. Algunos sectores del peronismo saltaron como los islamistas, casi al borde de una Guerra Santa. Hasta pidieron un desagravio en el Concejo Deliberante de Buenos Aires. Pensaban que Perlongher la trataba de puta. Una falta de respeto, según ellos.

Releí el cuento. Evita aparece en tres situaciones. En una le practica sexo oral a un marinero en un cuartucho reventado del Bajo. En otra, está en medio de un grupo de marginales que se falopea en una casa. Llega la policía y ella los enfrenta. Salva la situación. En la última aparición, se enfiesta en un hotel. Nunca cobra. No se vende. Da y recibe placer. Para La Nación y para algunos peronistas, ya cerca del tiempo de la traición menemista, eso era intolerable.

perlongherLa Evita de Perlongher es una mujer que dispone de su cuerpo. Tiene algo de aparición. Es una Evita post-mortem que se entrega a los más desclasados para darles momentos felices a través del cuerpo. Como fantasma y símbolo, deambula por los sectores más marginados, allí donde la exclusión ha hecho su trabajo. De paso, goza. Se entrega al placer físico como una forma de vida y de felicidad. Esto nos lleva a, por lo menos, dos cuestiones que me interesa considerar, referidas a Eva, al peronismo, a la mujer.

Todos conocemos el martirio del cuerpo de Eva. Primero, azotado por la enfermedad. Luego, por las distintas vejaciones sufridas tras el golpe del ´55. La de Perlongher, entonces, no es una historia de lo que pasó con el cuerpo de Eva, si no, acaso, de lo que éste representa. Porque para el peronismo y para Evita en particular, no hay política sin cuerpo, sin la materialidad de lo humano. Por eso lo que Eva siente, le quema en su carne y arde en sus nervios. Le pasa por el cuerpo.

 

Como humanismo de estos lares, el peronismo no concibe la política sin las personas. Sin los cuerpos. Sin el placer de éstos. No concibe una política destinada a vivir para el capital si no a vivir para gozar. Vivir bien. Por eso Eva entrega la vida “cantando”. Porque la goza. En cambio, el neoliberalismo –reencarnación de la oligarquía que enfrentó Eva y expresión actual del capitalismo- reduce los humanos a números. Por eso celebra a los técnicos. Cuando los neoliberales quieren elogiar a un economista dicen que es un “buen técnico”. Como si la economía fuera tan sólo cerrar números y cuentas, sin personas. Por eso ajusta y excluye. Para que los números cierren.  Y por eso ellos también piensan que cuando alguien cambia de idea, fue “comprado”. No conciben otro interés que el de la compra, la venta y el beneficio económico. Y el único placer que admiten es del propio cuerpo. No el de los otros. El peronismo –y Eva lo sabía muy bien- es hacer política para que todos puedan gozar de su vida, de sus cuerpos. Para que nadie quede afuera de esa comunidad que es la Patria. No se trata de un hedonismo individualista si no de un vivir bien en común. Donde cada uno tenga derecho a la educación y a la salud pública, a un trabajo digno, a una remuneración justa, a la cultura, al deporte, a los avances de la ciencia, a cosas tan elementales como salir con la familia, comer y vivir bien. Disfrutar del cuerpo, es decir, de la vida en sí. Donde otras ideologías ven negocios o manipulaciones populistas, el peronismo ve derechos sociales.

La otra cuestión que nos plantea el cuento de Perlongher es la de la mostración de un cuerpo femenino que goza. Y que lo hace a través del sexo. Esto, desde la concepción social capitalista y patriarcal, es inadmisible. Por eso los malestares que el cuento causó en 1989. Que se entroncan, a su vez, con aquellos que provocaba la figura de Eva en su momento. Para el gorilaje, era inadmisible que una mujer tuviera liderazgo y una relación de amor con el pueblo. Para definirla, debían masculinizarla. Por eso la llamaban la “Perona”. O bestializarla. De ahí que era la “Yegua”. Lo que nos lleva a otra “Yegua”, mucho más reciente y a la que estigmatizaron por razones muy similares. No olvidemos que a Cristina la llamaron “orgásmica” como insulto. Hace poco, la psicoanalista Sofía Rutenberg sostuvo al respecto que “la idea de que el orgasmo femenino es la representación de la lujuria, la imprudencia, la deshonestidad e impudicia, es una significación que insiste en nuestra sociedad. El goce sexual de una mujer sólo se legaliza a través de un marido, de un hombre que lo legitime con el fin de la procreación”[ii]. ¿No podríamos aplicar estos mismos conceptos a las críticas que tuvo  y tiene el cuento de Perlongher? Lo que une –e inquieta a muchos- a la Eva real, a la del cuento y a Cristina es la vindicación de un cuerpo femenino erotizado, ya sea con el pueblo o con otros. Lo que incomoda es la representación de una mujer que decide y disfruta.

 


*director de la Biblioteca y Centro de Documentación y Archivo del INCAA. Ensayista y escritor.

 

[i] Hoy el cuento se puede leer en una excelente edición que hicieron en Eloísa Cartonera.