Quevedo versus Quevedo
El tiempo huye, escapa, vuela. ¿No es cierto? Esto que en latín es el tempus fugit fue una de las características del tópico literario que atraviesa la obra de Quevedo, Francisco de Quevedo para ser más preciso debo decir. Ya que otro cantante de música urbana actual ocupa los charts globales con sus temas de reggaetón, trap y pop rap haciendo bailar a más de unx desde el verano boreal, de la mano de Bizarrap.
Ah pero, ¿tienen ambos Quevedo cosas en común además del nombre? Pues bien, además de las formas propias del barroco tales como la redondilla o los jácaras, a nuestro viejo representante español se le daba también por las canciones y los bailes. Así que sí. Podríamos decir que comparten intereses creativos. Desde luego, entre sus composiciones destacaban con gran gracia los sonetos, pero practicó todas las formas estróficas típicas de su tiempo: especialmente los romances.
El autor de Historia de la vida del Buscón nos presenta a Pablos, el protagonista, como una persona que tiene la insidiosa necesidad de prosperar en los bajos fondos, pero que termina siendo víctima del destino dando lugar a la sátira y la comedia. La obra de Francisco era un tanto elitista y su conceptismo le impelía a sus lectores una lectura ágil y comprensible. Por algo Borges lo amaba y decía de él que "más que un hombre era dilatada literatura". Del trapero, en cambio, podemos decir que su obra genera otro tipo de dilatación con su voz de tenor gruesa que genera todas las ganas de quedarte a tomar champagne. Es que ha sido bastante insistente con este tema el muchacho y nadie quiere que las noches le sigan doliendo y eso.
¡Pos coño, tío! ¡Joder! Y sí hermanos y hermanas míos: ambos son madrileños como el Museo del Prado. ¡Madris, que se dice Madris os digo! ¡Vale! ¡No vayaís a creer que eran oriundos de otra parte!
El muchacho radicado en Canarias, actual estrella en ascenso se hizo conocido por la ya famosa generosidad del Duko compartiendo con él "Si quieren frontear" junto a De La Ghetto, disparando balas como palabras a todo aquel que osara cruzárseles; Francisco en su juventud batallaba polémicamente contra Góngora para llamar la atención y cobrar notoriedad en la escena literaria. Parece que eso de frontear es una argucia que viene desde muy lejos. Platón, Sócrates teléfono.
Toda época de crisis trae consigo la necesidad imperiosa de expresarse, de buscar vericuetos y tretas para articular un discurso que sitúe a cada uno donde le corresponde. Lo mismo podemos decir del presente.
Leer a Quevedo exige conceptualizar, poner las cosas en contexto y aguzar el ingenio. En cambio para escuchar a Quevedo tenemos que dejarnos llevar por el beat, la calidez tonal de sus vocalizaciones y la embriaguez de la noche.
El viejo Quevedo se la pasaba escondiendo rimas estigmatizantes hacia la comunidad judía y el joven trapero como máximo desatino confesó que iba a retirar el estribillo de la canción que lo llevó al puesto número 1 de Spotify porque no le terminaba de cuajar la idea. Desde luego, con ambas cosas nos agarramos la cabeza.
Cada hombre es reflejo de su tiempo. Durante el barroco, el arte era la válvula de escape perfecta, por eso en esa aciaga época surgió una nueva inspiración poética, el diseño de un lenguaje nuevo capaz de expresar una amalgama de experiencias turbulentas, contradictorias, pendulares. Toda época de crisis trae consigo la necesidad imperiosa de expresarse, de buscar vericuetos y tretas para articular un discurso que sitúe a cada uno donde le corresponde. Lo mismo podemos decir del presente. Aunque es claro que si se armaba la hecatombe Francisco de Quevedo sacaba su espada real y la empuñaba haciendo galantería de cómo eran las cosas en su época, mientras que a nuestro contemporáneo le basta con hacer un vivo de Instagram para descargarse y tirar una barra filosa en algún rap real de la vieja escuela.
Quevedo nos hace reír. Uno con sus ocurrencias burlonas sobre el clero y la clase alta y el otro con la escala tonal de su voz diciendo cosas que hacen volar la imaginación mientras damos por ahí una vuelta y proferimos comentarios irónicos sobre lo anquilosada que está la academia.
Eso sí, a ambos se les da eso del romance. Es que el amor no tiene tiempo. Es furtivo, esquivo. Se escabulle y se vuelve etéreo.
Por decisión del autor, el artículo contiene lenguaje inclusivo.