Quiero que todo suene a Casciari
Nunca me gustaron las películas traducidas sólo si son de dibujitos porque al toque te das cuenta de que ese que habla no es Tom Cruise sino otro y todo se pone raro e incómodo. Aunque, a veces, creo que no me molestaría tanto si Hernán Casciari fuera el traductor de todas mis películas favoritas, salvo algunas excepciones como Terminator porque esa voz es más de la máquina que del propio Schwarzenegger. Y, estoy casi convencida, que me molestaría aún menos que Casciari fuera el locutor principal de los noticieros porque las urgencias sonarían bien diferentes. Pero me conformo con que aparezca siempre en las sugerencias que ensaya nuestra tele, preparado para musicalizar nuestras tardes en el ph de Villa Crespo.
Cuando Casciari narra con tono mercedino hay algo de la infancia de uno que comienza a despabilarse. Una ansiedad parecida a la que sentía cuando la maestra leía en voz alta el cuento de las ilustraciones lindas o mis viejos me explicaban cosas difíciles con historias grandilocuentes. Es una sensación parecida a un viaje, aunque me encuentre sentada en una butaca del Konex, inmóvil, o en el sillón de mi casa mientras sigo en loop la selección automática que hace YouTube de sus cuentos. Un tránsito parecido a los paseos en colectivo que hacía con mamá mientras ella descifraba El brazalete y otros cuentos de Mujica Lainez frente a los pasajeros que viajaban con nosotras.
Antes de escuchar a Casciari no sabía que me gustaba que me narren. Prestar atención a cómo la historia se arma y desarma, a sus entonaciones y pausas.
Antes de escuchar a Casciari no sabía que me gustaba que me narren. Prestar atención a cómo la historia se arma y desarma, a sus entonaciones y pausas. Hay un desafío en esta metamorfosis, de pasar de lector a escucha o testigo, más que nada porque hay que ejercitar un músculo al que no tenemos acostumbrado a esas cosas. Casciari no lee en voz alta, sino que construye la historia frente a la escucha atenta de todos nosotros.
Sé más cosas de la vida de Casciari que de mucha gente que conozco: el infarto en Uruguay, sus ganas de volver a la Argentina y la visita al Estadio Camp Nou con su papá y, es que las cuenta mejor que el resto. En su narración se cumplen muchas búsquedas de esta época: la forma de contar genuina, sintética y accesible. El gancho casi de principio, la alegoría que no hace un esfuerzo sobrehumano por complicarse, la emoción que te espera paciente para que la disfrutes. Convertir algo que asociamos al pasado y transformarlo en presente, hacerlo sin pretensiones academicistas para no complicarlo al pedo, popularizarlo para que no sea suyo propio sino un poco de todos.
Escuchar una historia es diferente a leerla. Son dos experiencias que se complementan pero que no son iguales. Cuando escuchás un cuento tenés la necesidad de compartirlo, una especie de boca a boca inmediato. Existe la posibilidad de colectivizarlo en simultáneo porque cuando todos escuchamos al mismo tiempo y nos reímos y emocionamos de las mismas cosas ya no estamos solos. Esa noche en el Konex mientras tomaba birra con una de mis mejores amigas un miércoles a las 22:30 de la noche, ella y yo nos reíamos y emocionábamos de las mismas cosas, como hacemos en el living de nuestra casa, pero esa acción íntima y privada ya no era sólo nuestra sino de todas las personas que compartían esa noche con nosotras, mientras Casciari leía y Mairal tocaba. Descubrimos que estábamos en el lugar donde todos nos reímos y emocionamos por las mismas cosas en los horarios más ridículos: escuchando atentamente a Hernán Casciari leer sus cuentos.