Reflexiones sobre la soledad: ¿divino tesoro?
Por Sofía Guggiari | Ilustración: Nora Patrich
Por decisión de la autora el artículo contiene lenguaje inclusivo.
Soledad, un desierto agónico, un lugar de afirmación, una angustia desesperante, una posibilidad para el encuentro. Soledad, esa bella, extraña y espantosa fuerza que siempre, de manera íntima nos despierta desde un terror inconmensurable o una potencia singular.
¿Es lo mismo la soledad como sentimiento, como representación, o la soledad como posición o estado? ¿Por qué a veces es dolor psíquico? ¿De qué soledad se habla cuando se habla de la soledad como castigo? ¿Se puede pensar una soledad en comunidad? ¿Podemos repensar la soledad en un mundo cada vez más individual? ¿Qué hace que un cuerpo tolere más la soledad que otro cuerpo? ¿Qué pasa allí en el cosmos de cada quien? ¿Por qué escribir sobre la soledad?
Aquí unas breves reflexiones sobre todas estas preguntas. Lejos de encontrar un sentido, lo abren, lo dan vuelta, lo ponen en jaque. Mi intención de escribir sobre la soledad quizás también tenga que ver con hacer algo con ella. A cada quien una soledad distinta, y también habrá soledades que hablen el mismo idioma para todxs igual.
Soledad desierto
¿Qué imagen nos devuelve el espejo íntimo? ¿Qué voz se escucha si callamos todas las otras? ¿Qué cuerpo se percibe si no hay ninguno más que el propio? ¿Qué vacío nos convoca si nada va en su lugar?
Las palabras a veces no bastan. Aunque aparezcan para intentar cubrirlo todo, algo que no se cubre, imposible, se resiste a ser hablado. Algo queda inalienable.
La posibilidad de ponerlo a producir (in acabadamente) al mundo, con otrxs, es una posibilidad relacionada a la salud y a la potencia. ¿Qué es eso entonces que se pone a jugar en el mundo? ¿Tiene algo que ver con la soledad?
Podemos estar rodeadxs de personas, haciendo cuantas cosas podamos hacer y sin embargo sentirnos tan solxs que pareciera nada bastara para hacernos oir.
En ese punto donde no hay otro como respaldo existencial. Una soledad oceánica desesperante. En ese lugar donde no hay eco, no hay imagen. Un desierto de sentido, de identificación. Como si nos despojáramos del propio cuerpo que habitamos. Pero imposible, porque nuestro cuerpo también nos habita. ¿Qué hacer allí?
No hay contrato posible para no atravesar algo de esta soledad como desierto. ¿Es este punto de desasosiego, de imposibilidad de lazo lo que produce a veces tanto dolor? ¿No es también, quizás desde ahí, a veces, el lugar necesario desde donde aparece lo nunca pensado, ni vivido, como florecer vital?
Asociarse, componer y disponer son operatorias que en sí mismas nos sacan de las soledades; pero que no implican necesariamente estar con esos otrxs, que siempre o idealmente creíamos que íbamos a estar.
Soledad castigo
La idea o la representación de la soledad también funciona a veces como ese siniestro destino que organiza las vidas del presente. La soledad como un castigo a una desobediencia. El mandato divino de ese gran otro que vela por nosotrxs, nuestros actos, nuestros deseos y decisiones. Ese que nos dice desde el más allá, como en los mandamientos que leyó Moisés: "Se hará mi voluntad". Cada quién con su Moisés, con su voz divina, el famoso superyó. Y sabemos, quienes trabajamos de escuchar, que una de las grandes fuentes de angustia es esta posición tan obediente frente a esa instancia que puede convertirse a veces en la peor compañía.
Estar solx, a veces funciona como una idea anti-promesa de felicidad. Sostenemos los mandatos sociales, guiones preestablecidos de la vida en la normalidad que marcan un destino: una vida en la que nos reconocemos y somos amadxs entre nosotrxs, una vida supuestamente feliz. ¡Si no hay adaptación a las vidas normales quedarás solx! ¿Pero qué sucede si esa voluntad de adaptación no se realiza? ¿Quién es culpable de esa desobediencia? Quien culpa, desea. Quien desea es culpable.
No cumplir con los guiones esperados tiene sus consecuencias. Y ese horizonte tan monstruoso, esa infelicidad venidera, sale como fantasma del ropero para mortificarnos. Pero la desobediencia nunca es en soledad, lejos de eso, es lo que más produce lazo.
Y paradójicamente (y no tan paradójico) la adaptación de las vidas a estos guiones de normalidad se vuelven también historias de sufrimiento, sumisión, y también historias de soledades invisibilizadas, soledades machistas, soledades neoliberales.
Soledad feminista
¿Por qué tener una mirada feminista? ¿Qué tiene que ver la idea de la soledad con el feminismo?
Podría decir a esta altura que mucho. Que la representación de una feminidad en soledad, es una idea que está cargada de supuestos y de sentidos preestablecidos. Pero claro que no es solo a las existencias feminizadas a quienes les apesadumbra la idea de una vida en soledad. Más cuándo los horizontes de las sociedades de consumo apuntan a existencias cada vez más individuales. En donde la compañía es más una idealización de un paraíso publicitario que una experiencia vital. Pero acá quiero referirme a esa soledad que es significada como una anormalidad en tanto es un acto de desobediencia de género.
Ser mujer está definido por el lugar de subjetivación en las relaciones de poder en el mundo heteronormado. Mujer, aquella que está para alguien, que no puede pensar su vida por fuera del maridaje o noviazgo, que incluso hasta hace 50 años no tenía ni voz ni voto, ni independencia jurídica, que estaba para reproducir, cuidar y sostener de forma privada la vida de los que si accedían a la vida pública. Nunca será dueña de su tiempo, porque su tiempo es el tiempo de la posibilidad de gestar, cuidar, proteger, alojar. Entonces claro el tiempo se angosta, las posibilidades disminuyen y se vuelven desiguales.
Para una mujer (utilizo mujer como término poĺítico) su soledad es significada como sinónimo de "ausencia de varón", por lo que se le supone que algo de su no estar acompañada es anormal o por lo menos inesperado y juzgable. No encaja con la historia de lo que significa y de cómo se subjetiviza una feminidad. Y así se escuchan las preguntas ¿Por qué está sola esa mujer? ¿Qué tiene de malo? ¿Está enojada? ¿Esa mujer es feliz sin un varón?
La soledad también entonces es una experiencia política. Y sabremos habitarla en la medida que podamos habitarla no desde su moral sino desde su ética, su potencia y su singularidad.