Repensar los actos escolares del 25 de Mayo, una tarea urgente
Por Maga Pérez | Ilustración: Gabriela Canteros
Por decisión de la autora, el artículo contiene lenguaje inclusivo.
La llegada de la conmemoración del 25 de Mayo de 1810 nos transporta a un universo patriótico plagado de significados. La historia oficial mitrista que conocemos marcó los sucesos de un incipiente Primer Gobierno Patrio, el comienzo del camino hacia la revolución para la Independencia Nacional, y la presencia de un pueblo en las puertas del Cabildo que quería saber de qué se trataba la epopeya. Pero cuando hablamos de Pueblo, en la escuela sarmientista nos enseñaron con mucha sutileza que no estaban hablando de todxs lxs integrantes de la sociedad colonial, que solo algunxs personajes fueron lxs protagonistas de esos días y que otras personas, que según los censos de población de la Generación del 80 ya no formaban parte de nuestro acervo cultural, conformaron una heterogénea población de súbditxs y ciudadanxs.
Y así observamos con el paso del tiempo cómo la mística del acto escolar del 25 de Mayo delineó a través de roles sociales no solamente presencias heroicas, sino también se transformó en el escenario de pretextos para imponer prácticas de representaciones estereotipantes y establecer las bases del orden racial argentino.
La prueba del Pantone
Reconocer la dimensión de las clasificaciones sociales que aprendimos de diversas maneras en la escuela durante décadas, es sustancial para entender por qué necesitamos ámbitos educativos y educadorxs con perspectiva antirracista.
En aquellos tiempos de uso indiscriminado del "color piel" como hegemonía cromática, vienen a nuestra memoria cómo el Pantone de colores determinó la participación de lxs alumnxs en la actuación escolar en fechas patrias. Sin embargo una cadena de errores históricos voluntarios oculto el origen amerindio del general San Martín, la identidad afro-indígena del sargento Cabral, que el Primer Ejército Patrio en 1810 para la defensa de Buenos Aires era de Pardos y Morenos y que el general Belgrano nombró Capitana y Madre de la Patria a una mujer afroargentina, María Remedios del Valle. Con esta información hubiera sido otra la perspectiva y también mucho más amplio e inclusivo el resultado del Pantone visibilizado.
Pero en la realidad de nuestros recorridos escolares y como la historia fue contada, no todos podíamos ser lxs patriotas, lxs candomberxs y las damas antiguas aunque sea solo un juego de niñes. Las familias sacaban fotos emocionadas cuando se respetaban las consignas porque, excepto para aquellas personas que son parte de algún grupo históricamente invisibilizado, la naturalización de estas prácticas venían a la par de todos los dispositivos educativos posibles, ya sea fotos pintadas de las comunidades en los manuales de texto, famosas revistas didácticas y referencias bibliográficas incompletas y estigmatizantes para trabajar en clase.
Desde la representación enmarcada en la otredad de los cuerpos racializados, los disfraces clichés de pluma y arpillera, la pollera roja a lunares blancos, y la degradante parodia con corcho quemado para burlar la identidad afro, todas esas acciones no fueron inocentes y tuvieron resonancia en la construcción del pensamiento nacional.
El lenguaje de la diferencia “los negros”, “los indios” dejo un mensaje preciso y en este sentido las identidades europeas y criollas prevalecieron heroicamente en el relato fundante de la Nación argentina, y los pueblos indígenas y el pueblo afrodescendiente fueron reducidos a la burla y a el negacionismo de su legado social y presencia, llamativamente arraigada a una memoria histórica que aparece los 25 de Mayo de cada año y luego se esfuma.
Desafíos de la educación
Si bien hay un largo camino para transformar las estructuras en torno a las instituciones escolares, la implementación urgente de políticas educativas interculturales y antirracistas debe ser prioridad en la agenda pública.
Las escuelas también han sido creadas para moldear el pensamiento y la homogeneidad de la ciudadanía, y en este sentido la contraposición de “civilización y barbarie” en la enseñanza de los contenidos escolares forma parte del modelo educativo de segregación que no podemos, ni debemos aceptar.
El reconocimiento de la diversidad cultural amplía las miradas sobre muchos sucesos de nuestra historia que necesitan ser revisados en su análisis y contexto.
En la trayectoria de los actos del 25 de Mayo impulsados por el Estado desde 1887 se evidencian cómo se fue recortando la historia a medida de las generaciones gobernantes que trabajaron por la construcción de una sola forma de ser nacional.
En la escuela, la naturalización escénica de lxs niñes representando esclavizadxs alegres con su condición de explotación, el baile y los gritos que anuncian la llegada de la tribu, la niña de clase dominante recitando un poema y los vendedores y vendedoras ambulantes diciendo pregones recrean una “convivencia armoniosa” de sociedad de castas que lejos estuvo de materializarse en la realidad colonial.
Pueden intentar justificar que estas caracterizaciones didácticas, que por lo general suceden en los actos de nivel inicial hasta tercer grado son “solamente una actuación”.
Pero en realidad el efecto expansivo del discurso y la imagen estigmatizante además de representar un fallido primer contacto con la diversidad cultural, también hace mella sobre el orgullo y autoreconocimiento de las identidades afro e indígenas.
El desafío educativo implica repensar el desarrollo de los actos escolares desde otras perspectivas de visibilización y reflexión. Es un camino necesario y en el cual las organizaciones de la sociedad civil tanto afroargentinas como de pueblos indígenas participan activamente de las iniciativas docentes con propuestas didácticas que pueden compartirse con les alumnes y sus familias. La articulación es posible si estamos dispuestxs a trabajar por una sociedad respetuosa de las identidades, justa e igualitaria.
Por un 25 de Mayo patriótico, intercultural y antirracista.