Ricardo Iorio: el poeta cancelado en los premios Gardel
Hace unas pocas semanas atrás, se llevaron a cabo la entrega de los máximos galardones para la música nacional: los premios a la música Carlos Gardel. Allí se dieron cita las principales figuras de la escena actual y es un lugar propicio para homenajear a los recientes músicos desaparecidos. Habían pasado unos cuantos meses que fallecía nuestro padre del metal argentino, Ricardo Iorio y (sin embargo) ni siquiera hicieron lugar a la oportuna hipocresía de rendirle unas palabras a quien dejó un legado inmenso durante cuatro décadas a la música popular argentina. Como le sucedió a su alter-ego, el poeta Pedro Palacios más conocido como Almafuerte, termina censurado incluso luego de fallecido.
Como aquel poeta rupturista que reaccionaba ante el demoliberalismo de principios del siglo XX que desdeñaba de nuestros ancestros, Ricardo Iorio también pertenecía a esa sub‐ raza que pregonaba Palacios:
“(…) como tal sub‐raza...no está destinada a realizar nada más...que una serie reducida de acontecimientos... Realizada su misión, producido el hecho histórico a que mi pobre raza estuvo destinada, ella tiene que sucumbir por aniquilamiento, por inadaptación...”
Iorio era eso: un inadaptado. Descreía de la farsa politiquería, de las mieles absurdas y nauseabundas del neoliberalismo, confrontaba antes las agendas multiculturalistas que sólo refrendaban el desmantelamiento de un ideal de comunidad.
Nuestra raza había sido aniquilada ante el avance feroz del progreso evolutivo cuando se produjo el hecho histórico a que estaba destinado ‐ luchar por la libertad de la patria y la defensa del territorio nacional ‐ e, incapaz de adaptarse al nuevo régimen de vida (rápido crecimiento económico, urbanización creciente e inmigración explosiva), debía sucumbir como resultado de la evolución de la raza, para dar paso a un nuevo tipo de hombre. Iorio, instintivamente, suscribía a esa misma idea de sub-raza, de transición.
De esta forma, Almafuerte e Iorio aceptaron su tiempo a regañadientes y con nostalgia, como todo hombre que cree que nació demasiado tarde y se siente privado de vivir los hechos heroicos que se cuentan del pasado. Desde sus tempranos años de juventud, durante los 80, Ricardo observó cómo los militares entreguistas se adueñaban de nuestros emblemas patrios y como el progresismo empezó a tildarlo de algo sucio, manchado de autoritarismo. Cuando el rock (en todas sus aristas) se globalizaba o se atrincheraba, Iorio a través de V8; luego Hermética y finalmente (y sobretodo) con Almafuerte comenzaba a enfatizar la defensa de lo nuestro:
“Antes parecía que la bandera era patrimonio de la policía y de los militares, y ahora parecería que Perón y Evita son patrimonio de Menem y del Partido, aunque hacen todo lo opuesto”. (Epopeya Nro.15, 1998)
La resistencia cultural de lo nuestro que emprendía Iorio también lo trasladaba a su vida y su praxis artística, negándose a someterse a los dictámenes del mercado:
“-¿Seguís manteniendo tu opinión sobre las multinacionales?
-Por supuesto, de ahí mi decisión de grabar acá en Argentina. El dinero de la multinacional queda en mi país. Y mi carta de presentación no es traer a Max Cavalera o Rudy Sarzo , o ir a grabar con sesionistas a Estados Unidos. Mi carta es que mi música salga afuera y grabar en la Argentina” (Epopeya Nro. 15, 1998)
“Yo soy patrón y sota en mi país, no tengo por qué andar haciéndome el yanquilandia y tocar en la mesa de un bar donde venden fideos, y volver acá diciendo “toqué en Manhattan”.¡Chupenme la p…, p.tos! Yo soy capo en mi país y me la gané de pobre, no soy judío, soy hijo de verdulero, no tengo estudios y mis padres no fueron músicos” ( Epopeya Nro.25, 2000)
No ser “políticamente correcto” siempre fue el karma de Iorio. Aquella conciencia de pertenecer a una “sub-raza” lo terminaría sucumbiendo ante la acusación de ser fascista. El término de fascista, está sumamente vilipendiado y vaciado de sentido: todo lo que se considere “antiliberal” es “facho”. Así como también hablar de los judíos es ser “antisemita”, cuando en realidad la denuncia de Ricardo siempre fue hacia el sionismo. Para encender el bosque sólo hace falta un fosforo, y así en el 2000 se desataba el “caso Iorio” cuando se lo acusara de ser antisemita, producto de una movida marketinera llevada a cabo por la revista multinacional “Rolling Stone”. La raíz de la discusión nacía a partir de la reivindicación en su disco “Piedra Libre” realizada a Seineldín
“Guardo de un hombre grande/ Guerrero nacional que hoy tienen preso/ Puede haber caballo verde más no uno/ de ellos honesto/ Y en esta, mi canción, lo manifiesto”
La frase estaba atribuida a Seineldín, que supuestamente decía: “jamás vi un caballo verde ni un judío honesto”. Un dicho nunca comprobado que en realidad la intención de la crítica era a todas luces deslegitimar el pensamiento nacional que propugnaba el líder militar, simpatizante del peronismo. Y con respecto a la opinión de Iorio que habría despertado alarma sobre la comunidad judía, en ningún momento, condenó al mismo sino que abogó por la diversidad de culto aunque sí cuestionó al sionismo. “cada lechón en su teta es el modo de mamar. Lo que no me gusta es que a mi país traigan guerras intestinas de otros lares. Y eso se evita siendo argentino. Ojalá los políticos se dieran cuenta”.
Iorio no fue antisemita, pero sí antisistema. Y eso fue lo imperdonable…
Esa condena no prescribió, ni prescribe. En 2021, cuando la selección nacional estrenaba su título de campeón de la Copa América como local ante la selección de Bolivia y la AFA le encargaba a Ricardo cantar el himno nacional argentino, intervino indignada la DAIA pidiendo la exclusión de aquel convite y se decidió separar a un desilusionado Iorio, reemplazándolo por Sergio Torres. Tras conocerse la noticia, Ricardo dijo su verdad, su estigma de poeta depuesto (como Marechal), de eslabón perdido miembro de una sub-raza que se empecina por no desaparecer porque sin ella no quedaría más nada de lo nuestro:
“Me censuraron porque me identifico con el escudo, la escarapela, las Malvinas, la bandera”.
Como sucedía con otro maldito de nuestra historia de la música popular, Leonardo Favio, a Ricardo Iorio no le gustaba que le dijeran artista, prefería que lo llamaran trabajador de la cultura. Como aquel inolvidable mendocino comprometido con la causa nacional, Ricardo también tenía el porte de Juglar, sentía el deber de pregonar sus verdades desde los lugares más recónditos. Fue así que el llamado de sus ancestros lo llevó a Coronel Suarez, donde dejó su vida sorpresivamente y varios sueños por cumplir. Bruno Larroca, para Rolling Stone, reconstruía sus últimos días que para Ricardo habían sido unos días más, intensos y poblados de emociones. Tres semanas antes de morir, merodeó la pulpería donde solía encontrarse con los paisanos, llevó un pendrive con canciones suyas y de otros compositores que le gustaban como Eros Ramazzotti y Facundo Cabral. Invitó unas rondas y estuvo cantando para el público ocasional muchas canciones, doblándose de emoción en cada verso. Andres Calamaro, gran y sincero amigo de Ricardo a quien defendió en muchas oportunidades cuando varios le deban vuelta la cara, nos confesaba en un homenaje a Iorio para nuestra revista del Instituto Juan Manuel de Rosas:
“ (Ricardo Iorio) No era un reaccionario social, era un lobo suelto que se llevó a la familia a vivir al campo para saber si era un hombre. Si te gusta la música, de Ricardo, te gusta la poesía, el verbo ... emociona porque es argentino ... entonces es. De ser”.
Ricardo, como todos los grandes de nuestra cultura popular, fue un autodidacta. Su mayor mérito fue expresar el sentir de su barrio, pincelando los sentires de su Pueblo. Soñaba con editar “La Biblioteca Privada de Ricardo Iorio”, una suerte de anti-Borges rescatando a los malditos de nuestra historia. De entre ellos, adoraba la obra de Joaquín V. González. Y de su obra, “La tradición nacional” de 1888. Decía aquel exponente de la “Generación del 80”:
“El sentimiento nacional es la primera y más viril manifestación de la unidad social, de la fortaleza de los vínculos políticos y morales, de la vitalidad de un Estado; nace de las diversas evoluciones que constituyen la tradición de un pueblo; es la tradición misma que vive de su calor, se adorna con sus matices nativos, se regenera constantemente con sus nuevos gérmenes, como el árbol con las nuevas corrientes de savia que cambian el ropaje de las ramas. Porque la tradición no significa la permanencia en un mismo estado moral, ni el culto que un pueblo le dedica, expresa su carencia de ideales y fuerzas progresivas: ella es la historia del sentimiento nacional, perpetuada por los sucesos en que se manifestó, y abraza por eso todas las conquistas del espíritu, todas las glorias de la espada, todos los triunfos de las religiones; relata también las desgracias, las catástrofes, las sombras que se levantaron en su camino, como hay nubes que oscurecen el sol, como hay arenas que interceptan los torrentes, como hay incendios que abren inmensos espacios de ceniza entre dos selvas tropicales, sin que por ello la tierra sea menos generosa, ni ardan en su seno con menos vivacidad los gérmenes de nuevas y más espléndidas vegetaciones”.
No lo recordaron en los premios Gardel, ¡qué novedad! Seguramente Ricardo respondería con su recurrente exabrupto “¡que me chupen la p+ja!” Lo importante es que su obra permanece vigente en su Pueblo, en sus amigos y familiares. Ayer, 25 de junio, estaría cumpliendo años nuestro querido Ricardo Iorio.
“Como dice Moria Casán, que es una cristiana amiga mía (imita a Moria exaltada) “¿¡Pero quiénes son!?” (Jedbanger Nro. 48, 2011)