Ricardo Iorio y la semilla de lo popular
Dentro de nuestra vasta nómina de artistas populares, muchas veces solemos caer en especie de estereotipos, remitiéndonos a su supuesto metropatrón del cual, supuestamente, este se inspiraría y emularía. Si bien los hay y habrá, aunque los que verdaderamente asumen ese rol de imitar determinada tendencia no suelen perdurar en el tiempo y no se los puede considerar exponentes de la cultura popular, más bien terminan siendo productos comerciales de relativa duración. Lo que sí se pueden trazar son suerte de genealogías de lo popular, en muchos casos.
Como vidas plutarquianas se pueden apreciar ciertos paralelismos entre Elvis Presley y Sandro; Hugo del Carril y Leonardo Favio … José Larralde y Ricardo Iorio. Lo común entre estos últimos con respecto a los anteriores estriba no tanto en la trayectoria artístico sino en donde anida sus motivaciones creativas. La trascendencia de la influencia de la obra de Larralde sobre Ricardo es reconocida por él mismo, asumiéndolo más importante que las influencias del rock metal como Black Sabath o el trash de Motorhead.
La relación entre Iorio y Larralde no sólo implicaría un trasvasamiento generacional sino una complementación: José Teodoro Larralde Saad con sus milongas camperas pincela en sus decires los derroteros del campesino, el hombre rural. Maneja sus códigos y vivencias sufridas. La voz de Larralde es la continuación de las desventuras del poema hernandista, son los hijos de Martín Fierro. Es que desde un principio el poeta oriundo de Huanguelén (suroeste de Buenos Aires) recupera las desventuras, los códigos camperos, porque los vivió. Por eso cada letra de él más que canción es un testimonio. Es que Larralde no pudo subsistir enseguida a través del canto sino que además se la tuvo que rebuscar con trabajos de albañilería, tractorista y soldador.
Si Ricardo Iorio hubiera nacido en las profundidades del Interior de nuestro país, probablemente habría seguido un recorrido similar al de Larralde. Pero nació en el conurbano, más precisamente en la localidad de Caseros y, además del tango y el folclore que escuchaba de refilón en su casa se topó con Led Zeppelin y con diversos conjuntos que se constituirían en bandas referentes del heavy metal. Por estos lares, lo más pesado y propio era Pappo, Vox Dei, El Reloj. La pluma de Iorio canalizó sus vivencias y la dura vida del obrero a través del metal. Como Larralde no puede componer en impersonal: si no las vivió las historias de sus canciones las reproduce como propias. Jamás podría cantar algo que no le erice la piel. En el contexto en que Iorio comienza a componer era en el desierto mismo: sin referentes musicales, con censura y represión en plena dictadura forjaría con V8 su primer banda legendaria. Escribiendo desde lo que vivía y padecía, mientras laburaba en el Mercado Central, construye un pensamiento nacional. Nacional porque está situado en un nosotros, en una idea de comunidad. Aquella comunidad que Scalabrini Ortiz la denominó “espíritu de la tierra”.
Pensamos que en un artista la idea de afirmar una identidad generalmente está articulada con la necesidad de explorar el pasado y reconocer una raíz. En esa búsqueda original, el pasado se reconstruye desde una perspectiva parcial: la conciencia del artista que busca entre las múltiples huellas dejadas y su voluntad de afirmarse en lo que él reconoce como los anhelos de la comunidad a la que pertenece.
Lunes y nuevamente
En el trabajo estoy
solo recuerdo momentos de ayer
vivo el bajón de hoy
Para continuar
en esta estúpida senda
debo gritar que
muy cansado estoy
Recorriendo las calles
solo hallé corrupción
gente apurada que quiere ganar
sembrando solo dolor
Yo ya soy parte de las calles
entre nubes de alcohol
muerte y dolor
sexo y ardor
la corrupción
fuerza de hoy.
(Muy cansado estoy, del disco “Luchando por el metal” 1983)
Con Iorio no solamente nacía el metal nacional, sino que se hacía carne un nuevo mensaje dentro del rock. Ya no partía de la bohemia y la vanguardia artística de los sesenta en reductos donde la mayoría de los jóvenes eran de clase media y elaboraban composiciones de alto vuelo intelectual. V8 era demasiado sucio y violento para lo que se podía llegar a tolerar. Ellos mismos lo demostraron en Buenos Aires Rock denostando a los hippies. Lo de ellos era música de resistencia obrera, tampoco era como aquel primer punk generado por muchachos rebeldones de Villa Devoto y Recoleta, lo de él estaba creado desde las propias trincheras del pueblo.
La segunda figura trascendente en la obra poética de Iorio es, quizás, su alter ego Pedro Bonifacio Palacios, más conocido como “Almafuerte”. La obra poética de Palacios (nacido en el oeste, como Ricardo) vivió la tragedia de nuestra identidad luego de Caseros (Palacios nace en 1854) y fue entonces que se propuso ser interpretes de las entrañas de la Patria. Almafuerte, además de poeta, se dedicó a los oficios que suelen intervenir sobre la realidad social: fue periodista y maestro rural. Recorrió varios pueblos y en cada uno de ellos escribió un poema. Ricardo haría lo propio cuando empiece las costumbres de las giras y tocar hasta en los lugares más recónditos, como así también, en varios de sus caprichos impulsivos, se suba a su auto para perderse en las rutas por tiempo indeterminado. A partir de las giras y el convite rutero, Iorio iría más allá de la tragedia que aqueja a la ciudad de cemento para inmiscuirse en lo que pasa en la Argentina profunda, hasta en la vida de los pueblos originarios.
Es probable que Iorio no cuente con la estima de los críticos que emplazan monumentos. Es que sus letras no son cripticas ni con vuelo prosaico como las de Spinetta o Cerati. A Almafuerte le pasaba igual: siempre fue considerado la figura más extraña de nuestras letras. Jorge Luis Borges reconocía que “como todo gran poeta instintivo, nos ha dejado los peores versos que cabe imaginar, pero también, alguna vez, los mejores”. Ruben Darío no salía de su asombro porque Almafuerte no encajaba dentro de la estética y el estereotipo del poeta: “… me han hablado de un misántropo, o más bien de un loco. En efecto: dicen que es un hombre que huye de las exhibiciones, del trato de las gentes”. Es que Palacios rehuía de las mascaradas elegantes y de los círculos melosos. Iorio también era un hueso duro de roer. A tal punto que en sus últimos años decidió marchar a Coronel Suarez, dejar la urbe y el caretaje con el que tuvo que lidiar y combatir desde que su nombre empezó a ser público. Como dijo Andrés Calamaro (quizás uno de los pocos que lo supo conocer e interpretar como era él realmente): “Ricardo no era un reaccionario social, era un lobo suelto que se llevó a la familia a vivir al campo para saber si era un hombre”.
Héctor Miguel Ángeli decía: “En sus extensos poemas el resonar de la rima puede llevarnos (voluntariamente o no) a un peculiar “estado físico”, diríamos, cuyo síntoma primero sería la necesidad de una lectura en voz alta. Recordamos entonces la autodefinición que gustaba repetir Almafuerte: “no soy un literato, soy un predicador”. Casi un podría aseverar que la diferencia entre Palacios de Iorio es que este último encontró una guitarra para gritar sus verdades mientras que Almafuerte lo que canalizó en la escritura. En ambos casos, la voz ronca fluye por los versos, se dice más que se canta. Está vivo, latente, eterno. En esas letras late el “espíritu del Pueblo” que advertía Johan Herder.
Ser bueno, en mi sentir.
es lo más llano,
y concilia deber
Con quien pasa lejos,
casi adusto
Con el que viene a mi,
tierno y humano
Hallo razón, al triste y al insano.
Mal que reviente,
mi pensar robusto.
Y en vez de andar
buscando lo mas justo,
hago yunta con otro, como los bueyes,
y soy su hermano
Sin meterme a Moisés
de nuevas leyes,
al que pide pan
doy pan y puchero
Y el honor de salvar al mundo entero,
se lo dejo a los genios y a los reyes
Como los bueyes hago,
vuelvo a decir.
Mutualidad, de yunta y compañero.
Y el honor de salvar al mundo entero,
se lo dejo a los genios y a los reyes.
(Como los bueyes, “Mundo Guanaco” 1995)
Tanto en Almafuerte, como en Larralde y Iorio, el testimonio y la predica de lo vivido rompe con el idealismo. Como en el tango terrenal de Discepolo, no remiten al misticismo que algunos ligeros juicios podrían atribuirle. Se evidencia un enfrentamiento con lo divino. Aquella memorable frase de Discepolín “¿Dónde estaba Dios cuando te fuiste?” recorren las tintas de sus escritos. Es que la estructura de aquella escritura, lejos del amor cortés, remite a lucha constante de lo cotidiano. La justicia /injusticia, el combate contra lo maligno (la corrupción, la policía, el pensamiento único, la moralina, la oligarquía, la patronal y la antipatria) está presente en la obra de Iorio. El misticismo implica alegría y Ricardo está lejos de ella, no la conoce ni la aprecia. Cree en la reencarnación pero no en la contemplación. Su enfrentamiento con la divinidad responde a la exigencia de descubrir al culpable o promotor invisible de las vilezas humanas. Le inquietan el crimen y el castigo mucho más que la fe. Su posición no es religiosa, sino moral, hondamente moral, como todos los estímulos que lo instan a escribir.
Como estaba ahí Dios
estuve yo también
ante el desfile de las inclemencias
contemplando tanta miseria
y yo pensé pa´mis adentros
puta que tiene paciencia
como tener tanto poder
y permitir que esto pueda suceder
será tal vez que quiera saber
cuanto aguanta el hombre a través de la fe
como estaba ahí Dios
estuve yo también
como tener tanto poder
y permitir tanta inconciencia
de la mayoría raza humana
juro que hasta me da vergüenza
como estaba ahí dios
estuve yo también
pues claro está que ellos son mas
dueños de su libre albedrio
van tejiendo su propio destino
y están llenos de maldad
y para mierda es el mundo que va, ahora
como estaba ahí Dios
estuve yo también
pero cuánto tiempo más pasara
no lo sé, no lo sé, no lo se
juro por dios que no lo se
porque yo no aflojare
solo Dios sabrá cuanto aguanta mi fe
como estaba ahí Dios
estuve yo también
como estaba ahí Dios
estuve yo también
como estaba ahí Dios
(Como estaba ahí Dios de “Ultimando” de 2003)
Los tres (Almafuerte, Larralde, Iorio) son expresiones de lo subterráneo que hace vibrar lo popular. Lo popular puede que no sea lo que más se vende, pero es aquello que cuando uno lo lee o lo escucha, lo siente. Es lo argentino, lo propio. Nuestros ancestros hablan a través de ellos. Si Palacios fue un “bicho raro” de la mentada Generación del 80, Larralde sería la denuncia latente detrás del éxito del Boom del folklore durante los 60 esquivo al éxito de Mercedes Sosa, Hernán Figueroa Reyes u Horacio Guaraní. Iorio, en tanto, es (paradójicamente) lo outsider de la movida rockera que se gesta en los 80, distante del pop y el twist irónico de Virus o Los Twists como así también de la transgresión de Los Redonditos o Sumo. Sin embargo, su semilla creativa fue prodiga porque creo en la memoria colectiva del heavy tres grandes conjuntos, todos constituidos en leyendas: V8, Hermética y Almafuerte. Junto con las experiencias diversas del legado Charly y Spinetta, puede que Iorio haya sido uno de los pocos artistas que triunfaron en diversos conjuntos con la gran diferencia que, al contrario de los mencionados, él nunca modificó el género sino que fueron los plus de los músicos que lo acompañaron que provocaron la fórmula perfecta.
Ajenos a los postulados estéticos y a las especulaciones intelectuales, desecharon la palabra decorativa y la idea diplomática por imposición sanguínea.
Para que la semilla de la consciencia
llegue a vos
Dando vuelta la tierra
En los surcos de la vida, estoy
Soy quien soy
Cabeza de tractor
Rodando firme
Pasando todo por arriba
Solo aplastando, mas nunca olvidando
Que es la sangre del caudillo
La que hoy mueve mi motor.
*Julián Otal Landi es Profesor en Historia. Miembro académico del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas
"Los tres (Almafuerte, Larralde, Iorio) son expresiones de lo subterráneo que hace vibrar lo popular. Lo popular puede que no sea lo que más se vende, pero es aquello que cuando uno lo lee o lo escucha, lo siente. Es lo argentino, lo propio"