El fenómeno de Sandro y un epílogo casi posmoderno

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ANIVERSARIO DE SANDRO

El fenómeno de Sandro y un epílogo casi posmoderno

05 Enero 2025

El 4 de enero de 2010 fue un baldazo de agua fría, tanto para mí como para ciento de miles de fanáticos y fanáticas. Todos sabíamos de la situación delicada en la que se encontraba el Gitano. Sin embargo, las buenas noticias del trasplante exitoso reafirmaban la idea de inmortalidad sobre Sandro. Y nos referíamos a Sandro. Muy pocas personas pueden y podían referirse a Roberto, para todos Sandro era como se autodefinía en 1979: como Superman. Y, de alguna manera, lo percibíamos así. No era una expresión de fe ciega y de falsas esperanzas: creíamos fervientemente sin importar la biología, de que se recuperaría y volvería al ruedo.

En 2001, para el espectáculo llamado “El hombre de la rosa”, pensaba maliciosamente que lo del tubo de oxígeno conectado al micrófono era una puesta de escena (“a lo MacGyver”, como decía él), una estrategia publicitaria de Roberto Sánchez quien, meses antes salía misteriosamente de una clínica con un barbijo puesto. Es que arrancó el show cantando un inédito rock and roll de autoría propia. Y no lo podíamos creer. Aquel hombre que aparentaba fragilidad tenía más energía y vitalidad al micrófono que Mick Jagger.

Extasiados con ese regreso exitoso y excitante, soñábamos entre amigos con la idea de que Sandro sería fiel a su idea de grabar rock and roll junto a sus ex colegas de La Cueva. Es más, después de escuchar el glorioso unplugged de Roberto Carlos (el padre del Rock and Roll brasilero, de trayectoria muy similar a la de Sandro) quien repasaba su carrera reversionando incluso sus primeros rocanroles, especulábamos que sería factible y hasta sumamente exitoso un show similar a cargo del Gitano donde pudiese recuperar viejos temazos de los tiempos de Los de Fuego y Black Combo (nuestra fantasía principal era que interpretase el temazo “tapado” de su época con Los de Fuego, “Las noches largas” original de Celentano). Fue entonces en que este entusiasta, por entonces adolescente, admirador le mandó una carta del que vaya a saber si tuvo éxito de que la leyera.

Diecisiete años atrás la industria del comic sacudía su modorra con una impactante noticia: la editorial DC anunciaba la muerte de Superman a manos de un personaje enigmático llamado Doomsday en las calles de Metrópolis. El superhéroe que era prácticamente invencible moría a manos de un villano que traducido significa “Día del juicio final”. La sacudida de la muerte de Roberto Sánchez para nosotros fue similar, porque la noticia no era la muerte del hombre de la mansión de Banfield sino que significaba la desaparición de Sandro. Si en el caso de Superman el mineral verde conocido como Kriptonita era lo único que lo vulneraba, en Sandro había sido el cigarrillo que significase su letal compañero de ruta que lo conduciría a su Doomsday. Luego de la muerte se desarrollaron una serie de sucesos donde aparecieron varios supermanes, ¿cuál era el original? 

Aquel hombre que aparentaba fragilidad tenía más energía y vitalidad al micrófono que Mick Jagger.

En el caso de Sandro, ¿Cuántos Sandros prevalecieron en la memoria colectiva? Casi sin pensarlo podemos referirnos a tres momentos, como un proceso dialectico: el inolvidable Sandro de América (el eterno joven amante latino); su antítesis, es decir, el que pretendía renovarse en los ochenta y, finalmente, el que se convierte en mito durante los noventa. Pero también podemos recuperar al Sandro rebelde, el “iracundo” o “el de Fuego” del inicio de su carrera. Sin embargo, tanto el primero como el de los ochenta son los menos recordados por el público. La estela prodigiosa con la que brilló en los setenta se devoró a sus diversos personajes, los anteriores y los que le siguieron. De alguna forma, los rockeros que recuperaron al “Sandro rockero” le rendían honores al Sandro de América poniendo énfasis a su actitud desenfadada, libre y desprejuiciada. La relación con su personaje era tan compleja Roberto Sánchez que, incluso a modo íntimo, al momento de querer realizarle un homenaje a la memoria de su madre realizando unas grabaciones caseras lejanas al sello característico del gitano debió optar por denominarse “Robert Della Nina”.

El abordaje de Sandro como exponente de la cultura popular en tiempos globales debería ser objeto de análisis y, salvo excepciones como los trabajos que desarrolla el sociólogo Pablo Alabarces, la figura de Sandro a partir de los 80 queda supeditada a interpretaciones subjetivas que fueron desarrolladas por entonces (la noción de decadencia) e incluso, como aventuró el historiador estadounidense Mattew Karush atribuyéndole supuesto “apoyo implícito a la dictadura”, afirmación sin sustento alguno. Mientras que, al analizar el fenómeno del mito de Sandro que surge en los noventa, sanciona:

A partir de entonces (1993), las bandas de rock de todo el continente se escuchaban entre sí y se consideraban parte de un ámbito musical latinoamericano. En ese contexto, el estrellato panlatinoamericano de Sandro era, de nuevo, un capital. Así, los músicos de rock recontextualizaron su figura, lo vieron como parte de un legado musical común y le restaron importancia a las perturbadoras asociaciones políticas y de clase que evocaba en la Argentina. (Músicos en tránsito. Buenos Aires, Siglo XXI. P. 171).

Sin lugar a dudas, su afirmación vuelve a desplegar una serie de conceptos que no fueron respaldadas por un análisis heurístico: en principio, lo que Karush afirma sobre la recontextualización de la figura de Sandro poco tiene que ver el sentido de panlatinoamericanización que surgen entre las bandas de rock. Por el contrario, la reivindicación general surge por parte de los rockeros tempranamente a través de la generación de la transición democrática (los llamados “modernos” como Los Twist, Virus y las Viudas e Hijas de Roque En Rol) y se afianza por la generación del rock barrial emergente de fines de los 80 (Attaque 77, Estelares, Babasónicos). Basta dar cuenta de las trayectorias de las bandas que le homenajean en 1996 con el Tributo a Sandro. Un disco de Rock. Por otro lado, ¿alguien puede aportar siquiera algún comentario acusatorio hacia el gitano por lo que Karush denomina “perturbadoras asociaciones políticas”? Sandro, a diferencia de Palito Ortega (quien en los noventa desarrollaba su campaña política llegando a la gobernación de su provincia natal, Tucumán) y Leonardo Favio (quien por entonces refuerza su identificación partidaria hacia el peronismo con el furor de su película “Gatica, el mono”) se mantuvo ajeno a toda opinión político partidaria y, únicamente realizó algunos comentarios socarrones dedicados a Menem cuando este fuera procesado durante el 2001. 

La reivindicación de Sandro surge por parte de los rockeros a través de la generación de la transición democrática y se afianza por la generación del rock barrial de fines de los 80.

El proceso de la globalización que se intensificó durante los noventa, ya para el comienzo del nuevo siglo nos adentramos a una asimilación cultural inevitable y aparentemente irreversible, afectando a todos los ámbitos de nuestra vida: la expansión de los medios de comunicación; el proceso de homogeneización cultural; la hibridación cultural; la interconexión global y el poder del marketing y la publicidad, entre otros factores, son diversos fenómenos derivados de la globalización, que establece el mentado posmodernismo que afecta notablemente a la cultura popular.

La hibridación no es únicamente musical sino también reconfigura muchos elementos y simbologías que previamente eran asimiladas por los sectores populares y luego del fenómeno se constituye en un elemento universal. En los noventa les resultaba llamativo a los fieles seguidores la asistencia a los shows de personas de “alta alcurnia”, (las “señoras gordas” que supo definir irónicamente Don Arturo Jauretche en los 60) quienes ocupaban las primeras plateas para disfrutar del personaje que años atrás era denostado, catalogado por ellos y por la intelligentzia progre como “grasa” o “mersa”.

Ahora, la desaparición física de Roberto Sánchez implicó una crisis de continuidad: el “presentismo” en el cual vivimos y la inoperancia de los herederos para poder sostener la imagen de Sandro contribuyen al desconocimiento de las nuevas generaciones. La mayoría de sus discos permanecen descatalogados, incluso en plataformas digitales. Su biopic en 2018 si bien resultó un éxito de audiencias fue desaprovechada en varios aspectos, principalmente en el mal manejo de su trayectoria musical. Solo el disco Tengo una historia así editado en 2021 resultó ser una bocanada de aire fresco pero que resultó poco sostenido promocionalmente (sorprendentemente ni siquiera obtuvo una mención dentro de los premios Gardel).

Del fenómeno Sandro se desprenden muchos interrogantes para analizar la vigencia de los artistas populares en tiempos posmodernistas. ¿Qué características debe poseer un mito para perdurar en la memoria colectiva teniendo en cuenta la no-percepción, la persistencia de la instantánea del presente y la imprevisibilidad del futuro? Sin dudas, a favor de su persistencia en el recuerdo están sus películas que suelen presentarse en canales de cable y eventuales videos de sus shows en vivo que suelen circular en las redes sociales.

Un gran ensayista del pensamiento nacional, Arturo García Mellid, sostenía que “cada sociedad necesita su mito, su serie de creencias en las que coparticipa y de ideas emocionales”. Más adelante, aseveraba que el mito “es flexible y fluyente como la propia emotividad de los pueblos” (Montoneras y caudillos en la historia argentina. Buenos Aires, 1946). El fenómeno de Sandro, constituido en los noventa como “mito viviente” que podía persistir y fluir en el constante conflicto ideológico que aqueja a la Argentina, revalidando la identidad y las raíces de los sectores populares y asimilado por el resto de la sociedad (producto de la praxis globalizadora) con su desaparición física, el desafío por mantener la vigencia entra en crisis, en un letargo que no resulta lamentablemente afirmar que su persistencia hoy se mantiene solamente sobre el público que pudo presenciar el fenómeno en vivo, o mantiene recuerdos imborrables de su formación inicial.

Asumiendo que la cultura popular no puede desprenderse de la cultura de masas y de su poderosa empresa, queda en manos de sus herederos hacer lo posible por sostener exitosamente su estela mítica. Así como el jovencito Roberto se dedicaba a la música para emular a su ídolo Elvis Presley, los responsables del negocio “Sandro” en la actualidad deberían observar el manejo del legado Presley que permanece vigente con un tendal de fanáticos que se van renovando generacionalmente gracias a un sinfín de ediciones collectors, memorabilia, películas y hasta dibujos animados. El fenómeno Sandro tiene todo lo necesario para explotar esas facetas y alimentar el mito en estos tiempos turbulentos.