Sandro y Los de Fuego: los electrizantes shows en clubes de Lugano y Mataderos
Elena Cristina Ríos había nacido en el barrio de Mataderos en 1948. A comienzos de la década de los sesenta se convirtió en una de las tantas adolescentes que comenzaron a obsesionarse con uno de los cantantes “nuevaoleros” más convocantes y, por entonces, también más polémicos: Sandro.
Cuando Roberto Sánchez alcanza la fama no tenía mucha diferencia de edad con respecto a sus seguidoras: cuando tenía 18 escandalizaba a la audiencia familiar que seguía desde sus casas el programa Sábados circulares conducido por Pipo Mancera. Es que Sandro rompía todos los esquemas de los cantantes modositos e inocentes de por entonces, sacudiendo la pelvis desfachatadamente e, inclusive haciendo desmanes en vivo (su primera presentación en canal 7 terminó con la expulsión del conjunto porque en medio del show rompieron una cámara del estudio).
Sandro no era ni el “Gitano” ni mucho menos cantante melódico: se convertiría rápidamente en la expresión más desenfadada de Elvis Presley y, como él, hacía rock and roll con su conjunto llamado Los de Fuego oriundos de Valentín Alsina. Aquella figura siempre al borde de la censura se lo conocía como “El iracundo”. Entiéndase que el término “iracundo” no estaba vinculado con la exitosa banda uruguaya (que recién daba sus primeros pasos en la escena oriental) sino que significaba algo más que un rebelde, más bien un indisciplinado social. En contra de él estaban todos los sectores más conservadores (los mismos que años más tarde apoyarían la “restauración conservadora” disfrazada de “revolución argentina” de la mano de Onganía), los tangueros y los petiteros (los futuros “conchetos” de los ochenta). El vasco Yrigoitía (guitarrista y amigo de Roberto) recordaría:
“(… ) Un día de 1961 nos contrataron para tocar en Obras, que en esa época era muy bacán, muy petitero. Y los muchachos no podían ver a Sandro. Empezaron a llover monedas, y me rompieron la guitarra y la cara. En un momento, Roberto se agachó, agarró una moneda y le dijo al público: ‘Esta moneda a mí no me sirve, ¿por qué no la ponen en una alcancía de ALPI, que ahí va a dar más resultado?´. Se habían calentado porque se empezó a mover descaradamente y en ese lugar la gente era muy conservadora. Los novios lo agredían y las novias lo disfrutaban”.
Se la puede imaginar a aquella “nena” de Sandro suspirando por él en la pantalla y consumiendo las revistas para la juventud. Por entonces salía semanalmente la revista Nuevaolandia (derivada de la mítica Radiolandia) donde desfilaban las principales figuras de la “nueva ola”: Palito Ortega, Johnny Tedesco, Estela Raval, Leo Dan… Sandro empezaba en 1964 a ocupar un espacio considerable, haciéndose cargo varios meses de una columna llamada “Estrictamente privado” donde respondía las cartas de sus seguidores. Allí Elena le envía cartas lisonjeras y lo que se estilaba por entonces: acrósticos. Uno de ellos decía:
S ensacional movimiento
A lgo de hechizo tiene tu vos (sic).
N adies (sic) te puede igualar.
D ulce sos y soñador,
R omantico, enloquecido
O h Sandro, ¡Maravilloso sos!
En carta fechada el 20 de octubre de 1964, le preguntaba sobre cuándo saldría su primer long play, que le enviaba un acróstico por si lo quería presentar en La Cueva (ojo con esto: si se refiere al mítico reducto de Pueyrredón del que Sandro era habitué, revelaría y reforzaría aún más su identificación con la que sería la “cuna” del rock nacional).
Elena no dejaba pasar oportunidad de escuchar sus presentaciones en radio y televisión, pero cuando sus padres le permitían o le acompañaban, iba a ver sus electrizantes shows.
La revista Nuevaolandia contaba con una agenda semanal donde uno podía ver dónde actuaban los músicos. Era tan relevante como lo sería en los 90 el suplemento Sí! de Clarín. Sin embargo, los shows de aquellos nuevaoleros eran maratónicos como lo eran los de las bailantas en los 90. Allí Sandro y Los de Fuego llegaban a tocar entre cinco o seis shows por noche, por lo general la zona era en el sur del conurbano y en el sur y oeste de la Capital Federal. Allí Elena no podía faltar. Luego de los gritos y llantos habituales, en su casa tomaba nota del show: el día, horario y lugar. La lista de canciones.
Los clubes barriales a los que asistía a ver a Sandro y Los de Fuego eran el Club Yupanqui y el General Belgrano de Lugano, pero principalmente los que estaban más cerca de su casa: el José Hernández, el Glorias Argentinas y el Brisas del sur. Lo jugoso de aquellos registros son el repertorio que tocaba, un realmente aporte inédito para la historiografía dedicada al Gitano.
Además de los clásicos de Los Beatles versionados al español (donde toca por ejemplo uno que nunca grabó en estudio “La vi parada ahí” que tocó el Día de la Lealtad de 1964 en el Club Glorias Argentinas) toca “Las mellizas”, la canción de Zumuva, esta última interpretada en el show mencionado y meses atrás en José Hernández. Si bien en sus primeros álbumes aparecían las primeras canciones de autoría propia, en los shows en vivo junto a Los de Fuego son todas versiones de otros conjuntos.
Curiosamente la única vez que registra un tema propio es “Dulce” en diciembre de 1964 en el club General Belgrano y digo curioso porque si bien la canción es de él, estuvo registrado por los representantes Abraham Loiterstein y Micaela Cabrera, que tenía por entonces. Algo que se estilaba por entonces.
La agencia que regenteaba a Sandro comandada por Mario Naón además tenía a quien sería conocido como Billy Bond y a los mendocinos Los 4 planetas, cuyo plato fuerte era Jackie y los Ciclones. Sandro interpretaría en varias oportunidades la canción “Manos inquietas” de aquel conjunto cuyo cantante era considerado como el Chubby Checker argentino.
En mayo de 1965, de nuevo en el José Hernández, nos colmamos de envidia porque Elena registra en sus anotaciones que el show de Sandro y los de Fuego comienza con “Cuando calienta el sol”, seguido de “Perfidia”, después de una seguidilla de canciones de los Beatles tocaba “La Bamba”, interpreta Johnny Halliday con “Los brazos en cruz”, y cierra descontrolado con una trilogía imbatible “My Bonnie”, “Ritmo de Rock and Roll” (“Rock and Roll music” de Chuck Berry) y termina con cual sería su eterno caballito de batalla al momento de evocar aquellos primeros años: “Hay mucha agitación”. 10 canciones febriles en total.
Elena trata de grabarse en la mente como se vestía para volcarlo en una hoja: para una presentación en el Glorias el 21 de agosto de 1965, Sandro lucía un “traje gris con solapa de terciopelo negro, botas negras, camisa blanca, sobretodo negro, reloj mano izquierda y derecha una pulsera de oro. Y anillo en dedo meñique. Pelo cortado y patillas poco tupidas”.
Elena pertenecía al Club admiradoras de Sandro, ubicado en Cangallo (ahora Perón) 1615 en Capital, allí conseguía fotos autografiadas del conocido iracundo o “muchacho de fuego”. No faltaría mucho para que aquel muchacho rebelde se cruzara con Oscar Anderle y entre ambos reconfiguraran al personaje. De a poco, aquel rockero empezaba a volcarse a la balada romántica para conquistar América.
La bisagra del éxito fueron sus tiempos con el conjunto Black Combo, músicos provenientes del jazz que tocaban de manera estable en la mítica Cueva de Pueyrredón que el mismo Sandro se encargaría de regentear en 1965 donde frecuentarían Moris, Javier Martínez, Tanguito y Billy Bond entre otras relevantes figuras que fundarían el “rock nacional”. En febrero de 1966, Sandro estrenaría su nuevo conjunto en el Club Yupanqui de Lugano. Lucía un pantalón y botas negras, camisa negra, saco rojo y corbata clara. Seguía rocanroleando como lo haría hasta sus últimos días, aunque empezaba a volcarse al pop y la balada. En dicho show presentaba su propia versión de “Me he preguntado muchas veces” de un autor exponente de la chanson francesa, y además estrenaría una hermosa canción pop propia llamada “Solo y sin ti” para cerrar obviamente con “Hay mucha agitación”.
A medida que la estela de Sandro crecía, se alejaría más de aquella posibilidad que tenía Elena de disfrutarlo en sus clubes de Lugano y Mataderos. Con los años, únicamente se presentaría en los carnavales y en escenarios con mayores capacidades. Es que el iracundo se transformaba en Sandro de América y Elena debería conformarse con las revistas y sus presentaciones televisivas.
Julián Otal Landi es Profesor en Historia. Autor de Vibración y Ritmo. Sandro, el padre del Rock and Roll en Argentina (Insolubles, 2020).