¿Se acuerdan de los videoclubes?
Por Dani Mundo
Son los años, seguro, pero hace un tiempo me agarró una sensación extraña de extrañar los videoclubes, esos antros a los que concurríamos para elegir una película por un día, y teníamos el tiempo de verla del principio hasta el final de una tirada. ¿Recuerdan esos lugares? Aun existe uno en nuestra maldita ciudad. ¿Se acuerdan cuando alquilábamos tres películas los viernes al precio de dos y las devolvíamos el lunes? ¿O cuando relojeabas el horario en el que no estaba la chica para ir a buscar una porno, oculta en el estante más bajo de las góndolas, zona frecuentada por los pervertidos de siempre? ¿¡Se acuerdan?! Ese mundo parece haber desaparecido. Recuerdo, igual, las críticas que como siempre no tardaron en alarmarse cuando llegaron los VHS: ¿qué va a pasar con el cine? La muerte del cine y así… Obvio, los hábitos cambiaron. Ya no había vendedores ambulantes escurriéndose entre las filas, ni cines de barrio, ni cines a secas. Todos de pronto fueron multicines de quichicientas salas y pochoclo, o garajes.
Me cuesta entender a la persona que no extraña el videoclub y no tiene una reproductora de DVD en su casa.
Igual, no escribo esta crónica para lamentarme por lo que perdimos, la escribo para recomendar al que imagino como el último bastión en CABA antes de que los videoclubes terminen de desaparecer como una especie cultural extinta. Ahora les voy a contar.
Quizás sea una cuestión generacional, ¿cómo saberlo? y los millennials no necesiten ir al cine para alienarse como lo necesitábamos nosotros, ni conocer a Cronenberg o a Carpenter.
En mi infancia, en los cines de barrio, había lo que se llamaba “continuado”, y podías ver dos películas seguidas. Un día vi seis veces seguidas La naranja mecánica, en Belgrano, en un cine que fue demolido en los 90.
Ahora, cuando me canso de buscar en todas las plataformas imaginables algo, algo, cualquier cosa para ver (hace unos años yo decía que Netflix tiene millones de horas filmadas y nada para ver, ¡qué paradoja terrible!), y no termina de gustarme nada, me quedo con la pregunta regurgitando abrazadora en la garganta: pero peren, peren, ¿solamente buceando en lo profundo de la web (en la dark web) voy a poder llegar a algún director de películas? ¿Qué pasó con los “clásicos”? ¿O no hay más clásicos ni historia ni nada? Ya casi me da vergüenza decir barthesianamente “ir al cine”. ¿Por qué no nos juntamos con mis amigos a ver una peli en una casa? No tenemos tiempo.
Recuerdo que rápidamente, en cuanto llegaron, corrí a asociarme a todos los videoclubes que podía: Liberarte en el centro, Cine Club por Caballito, uno genial que había en Almagro y que yo pensé que nunca iba a cerrar (yo a veces pienso que todo es eterno), pero cerró, hará ya más de 15 años de esto. Pero desde el año pasado pandémico encontré un nuevo refugio que me salva de consumir los enlatados de Netflix, las series cool de HBO o los bodrios de Mubi, un lugar que carga sobre sí toda la impronta del fracaso, pero que resiste en darnos vida, esa vida ficticia que necesitamos para soportar la otra, la vida diaria y productiva. ¿Quién no desea ser un ser improductivo?
Este búnker del pasado se encuentra en Villa Crespo y ya no alquila dvds, sino que los vende a un precio muy razonable. Ni bien entrás el olor a cigarrillo y los miles de películas apiladas de cualquier modo se te vienen encima como un presagio funesto: no podrás salir de este laberinto. Las telas de araña ganan los rincones oscuros del techo. ¿Quién querría salir de ese mundo de ensueños y madrugadas en vela que prometen los enclenques estantes ordenados por director? El año pasado compré colecciones completas de algunos. La de los hermanos Cohen, por ejemplo, o las que ya no andaban de David Lynch, o las dos o tres que me faltaban de Tarantino; este año compré unas 20 películas sobre samuráis y desde hace unos meses estoy comprando las que el dueño del local me recomienda, son películas o series de Europa o Asia. Vengo respondiéndole siempre lo mismo cada vez que él me ofrece un nuevo director incognoscible: ¡ok, elegí 3 y grábamelas!
Al que le gusta ver películas tiene que acercarse a este lugar. Queda sobre la calle Uriarte. Es un viaje al pasado, sí, ok, total, pero es también una invitación a que el futuro no sea lo que ellos quieren que sea. Tiene absolutamente todo lo que un cinéfilo desea. Y si no lo tiene, lo busca y a la semana podés pasar a retirarlo.