Superclásico
Por Eliana Verón
Había entre ellos una fría cordialidad de mutuo respeto. También se percibía un rencor implícito. Secreto. Algunos aventuraban que se trataba de política. Sobre todo, desde que los peronistas volvieron al poder en la provincia. Otros creían que el motivo era futbolístico: el doctor José Luís Machado era hincha fanático de Chaco For Ever, el club de los comerciantes, y Orlando Sánchez del Atlético Sarmiento, querido entre los trabajadores. La rivalidad entre clubes venía de antaño. Desde comienzo del siglo XX. Sarmiento fue el primer equipo de fútbol del Territorio Nacional del Chaco. Y al poco tiempo de su inauguración, un grupo de socios decidió apartarse y formó una institución que sería su archirrival con colores como el blanco del algodón y el negro del carbón.
Esa última semana de septiembre del 2010, la prensa local hablaba de dos temas: el inicio de los juicios de lesa humanidad por la Masacre de Margarita Belén y el superclásico Chaco For Ever – Sarmiento. Los debates en el quiosco de diarios y revistas de Orlando Sánchez también respondían a esa dualidad informativa. Del juicio se hablaba de “venganza” y del partido, la riña que se suscitaría cuando las dos barras bravas se enfrentaran en el estadio Centenario del atlético. Y esto despertaba el interés de todos los parroquianos de la zona.
La relevancia de la contienda futbolística era por el decimoséptimo enfrentamiento en el Argentino B de aquel año. Pero la competencia nacional tenía un sabor diferente para el clásico local, y más para Sarmiento que sólo había conseguido tres victorias y siete empates. Las ocho fechas restantes fueron todas para el albinegro. Aunque el peso de la historia era para ambos. Y cuando de superclásico se trata, todo vale.
La primera vez que For Ever pudo ganarle a su archirrival fue en el año 1926. Su delantero convirtió el único gol de cabeza de su historia, pero nunca llegó a festejarlo porque al caer se fracturó el cráneo y murió en el instante. En otra ocasión, disputando la copa regional, los sarmientinos se imponían por 2 a 0 cuando la federación de futbol local decidió clausurarle el estadio. El motivo era que los chicos de las inferiores no terminaban de arrancar con sus manos toda la maleza del campo de juego. O como lo sucedido en 2009 durante el partido disputado en la cancha Mister King. La lluvia era torrencial, la pelota casi ni picaba y aunque la visibilidad era una utopía, el "clásico" anticipaba un final parejo. For Ever con buen manejo de “la número 5” empujaba desde atrás; mientras tanto Sarmiento, que parecía ausente y con aviso, no encontraba la solución. Hasta que, en el minuto 42 de ese primer tiempo aguachento, el loco Esquivel del albinegro recibió un centro y marcó la diferencia que desató el delirio de la tribuna local. Empero, todo cambió durante el descanso del entretiempo. El agua que caía copiosamente, y la cancha —construida sobre una laguna— evidenciaba numerosos charcos profundos que ponía en duda el comienzo del juego. Luego de varios minutos de espera y de tener una charla con los capitanes de ambos equipos, el árbitro decidió suspender el partido. La posible victoria de los forevistas tuvo un sabor amargo: la suspensión no fue porque la pelota se estancaba en el césped, sino porque los de Sarmiento habían comprado al referí, ya que For Ever, acostumbrado al barro, sólo podía ganar cuando llovía.
Estas y otras anécdotas tenían su escenario preferido en el puesto de diarios de Orlando Sánchez. Escenografía perfecta para las más variadas tertulias, ubicado en el corazón de la vereda más transitada de la ciudad de Resistencia. Allí, en Perón al 200, se delineaban los vaivenes de la provincia y el país. Pero los temas más picantes eran el fútbol y las tapas de los diarios locales. O al menos así lo vivían el doctor Machado y el canillita.
Cada mañana, José Luís, prestigioso cardiólogo de la región, caminaba las cuatro cuadras que separaban su casa del puesto de revistas. Además de ir por su diario llevaba siempre la clara intención de irritar al canillita. En la clínica no hablaba de política ni de fútbol, sólo lo hacía en el quiosco. Orlando, en cambio, no decía nada. Reservaba sus sentimientos más profundos para su casa. En la calle, en su lugar de trabajo, sólo se dedicaba a escuchar. Aunque las irreverencias del doctor le provocaban inaguantables espasmos estomacales.
Tanto Orlando como el cardiólogo eran sabedores de las peripecias de sus respectivos equipos. No obstante, la rivalidad explícita sólo la ejercía Machado. Ya consumado el clásico provincial, no escatimaba en burlas sofisticadas para atraer la atención del canillita que simulaba indiferencia. En tanto, los desaires de este sublimaban la presión del médico.
En la mañana de esa última semana de septiembre de 2010, antes de salir para el quiosco, el doctor recibió el periódico en su casa. Y entendió que el tiempo no había pasado. La tapa del diario Norte anunciaba que el pronóstico para el domingo era la posibilidad de tormentas fuertes y ponía en peligro la realización del partido. También publicaba una lista con los nombres de los cómplices civiles de la dictadura militar implicados en la causa Margarita Belén.
Orlando, cual delantero de equipo concentrado, ese día se había preparado para el encuentro tortuoso con el doctor Machado. Nunca había contestado las provocaciones injuriosas de su contrincante, pero para esta ocasión estaba agrandado porque la fecha anterior —en el torneo local— Sarmiento había vencido con justicia a Chaco For Ever por 2 a 0.
Sin embargo, el partido de ese domingo nunca llegó. El superclásico en el quiosco se terminó antes de que sonara el silbato.
Ese viernes, la última vez que se vieron en la vereda de Perón al 200, se quedaron sin palabras. Sus miradas erráticas se cruzaron en silencio. Al doctor un escalofrío le recorrió el cuerpo y a Orlando, el corazón le estallaba por dentro.
Nadie se explicaba la actitud de Machado cuando Orlando sufrió el infarto. Ni su insistencia en llevarlo a la clínica donde atendía. Con el tiempo, supimos que era el destino el que lo había determinado.
Los médicos intentaron reanimarlo por 20 minutos, pero fue casi inútil. Su vida pendía de un último aliento en el que no se arrepintió de nada. Sus ojos enrojecidos sólo veían los faroles azules del doctor José Luís Machado que lo miraba con alivio.
La rivalidad llegaba a su fin por obra y gracia de la vida.
En la nómina de la complicidad con los milicos estaba el nombre del cabo “Pateta”: Orlando Sánchez, el canillita. Y mientras todos en la sala de emergencia luchaban por salvarlo, José Luís Machado, exmontonero, gritaba.
¡Viva Perón, carajo!