Teatro: se estrenó “Potestad”, de Eduardo Pavlovsky y con la dirección de Norman Briski

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Foto; Antonio Fernández

A SALA LLENA

Teatro: se estrenó “Potestad”, de Eduardo Pavlovsky y con la dirección de Norman Briski

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15 Mayo 2024

Vine a ver a quiénes nos mataron. Porque, entre otras cosas, nunca se parecen a quiénes nos imaginamos. Cerca, tan cerca de nosotros, están al acecho.

Entré al templo que es la sala buscando las miradas sobrevivientes, las esquivas, las reconocidas y las que no se separan de las mías. He venido al “juego angustioso de un espejo frente a otro”, eso que tan bien dijo Villarrutia.

Estoy aquí sentada frente nuestra propia historia y un poco tiemblo porque la valentía y la impotencia la hemos aprendido haciéndole frente a los caballos del poder con los pañuelos blancos., en esos, los tantos años de infamia.

No son los represores de antes aquellos que vine a ver, los que dije que nos han matado, sino los de ahora. Porque si algo quiero es poder reconocerlos y aún sin saber cómo hacer, tenerlos frente a mí, porque la pequeñez y la monstruosidad algo tienen que decirse.

La escena presenta en su universo visual una presencia metonímica pavlovskiana, presencia simbólica de Beckett, de quién sabemos que ha compartido cartelera con Tato.

Vine porque los quiero a acá a todos los muertitos, en la ofrenda de mi mano para devolvernos a la vida, me dice la impotencia. Y allí está mi apropiador, en el cuerpo dramático de Eduardo Misch en un lenguaje sin quejas, sordamente buscando la ternura en devenir donde nombra a Adriana. Que es Godot, o la vida.

Así, tan in crescendo entra, su estado a crear mi propia desesperación y su propio deterioro, porque lo veo cada vez que se acerca a Tito, su creatura, su alter.

Tito que lleva impregnado la energía despojada del torturador, que de ahora en más es mi apropiador. Su despojo, su des-vitalidad parasitaria lo deja inmóvil frente a mí, con esa pinta de Galíndez, allí tan plantado en lo cotidiano, tan cierto en lo onimoso.

Escucho a nuestro apropiador y al recogimiento tieso de la creatura y me vuelvo vulnerable. Él es casi cualquier hombre que me puede dar la mano, abrazar, darme el paso, ese hombre que Misch interpreta desde lo más sagrado de su compasión. Y lo más tenebroso de su veracidad.

¿Tato, estás ahí?

Como si se tratara de un sueño, vuelve Beckett, claro… son esos juegos que Briski asume en lo más lívido de la denuncia atravesando lo más roto del alma.

Porque ya lo dije antes, vine a ver a quiénes nos matan hoy, que fueron los que nos mataron antes.

Son esos juegos que Briski asume en lo más lívido de la denuncia atravesando lo más roto del alma.

La mirada es total en la escena porque no hay nada que desmienta que Tato está ahí. Me lo dijo, “es el director que mejor lo conoce”. Y también me dijo que cuando ya no estuviera iba a ser dado.

Se equivocó, es ofrendado. Porque dentro de nuestros espacios están Ellos.

En cuanto a lo siniestro y su lógica, tiene una nueva dimensión intimista en la dirección, con la delicadeza poética y provocadora de Briski… cosas que pasan cuando la anagnórisis ya es nuestra, en la medida en que las luces van apagándose y vamos reconstruyendo nuestra identidad.

Y de a poco vamos subiendo cada escalón para volver al mundo a identificar a nuestros genocidas, lo vamos haciendo como dice el poeta ya, “el sueño y la muerte nada tienen que decirse”. Solo queda despertar, y verlos para que ya no nos vuelvan a matar.