Tato y otras intoxicaciones
Por Silvina Gianibelli*
"Mirá, no me quiero meter en tu vida, pero vos no estás para este tipo de teatro. Vos sos una especie de Darío Fo del subdesarrollo. Vos tenés que hacer tus obras y dejarte de joder con la profesionalización comercial".
Esas son palabras del psicoanalista Ángel Fiasché, del otro lado estaba Tato Pavlovsky. Una síntesis poética que resonó en lo que sería luego, un punto de giro en su vida teatral. Claro que, como todos los cambios había provocado una angustia en él. Había terminado Teresa Batista y estaba en un estado de vacío total, él mismo dijo: “había quedado en blanco".
Lo que aún Pavlovsky no sabía era la delgada línea entre quedar en blanco y dar en el blanco per se. Para siempre. Pero por ahora sólo eso.
En el entretiempo de las redes que tejen la existencia, Bartís estaba por estrenar "Telarañas", y Susana Torres Molina le dice a Tato: " ¿Por qué no escribís un monólogo para acompañar la puesta?".
La idea de Torres Molina era darle fuerza a la sala, Tato ya tenía su público.
Sin embargo, a Pavlovsky no se aparecía ninguna imagen para comenzar a escribir, hasta que un día corriendo con Susy Evans (su compañera) se le parece la imagen de un torturador. La sentencia borgeana estaba declarada: hay imagen, hay texto.
Dos horas. Sólo dos horas de escritura dieron a luz una obra que cambiaría el paradigma de la dramaturgia argentina: Potestad.
Inmediatamente Pavlovsky le pasó el material a Briski, su compañero estético de toda la vida.
Lo que pasó con Potestad es historia. Una gran historia. Si bien no fue la primera vez que se ponía en escena la figura de un represor (Trejo lo había hecho en "Libertad y otras intoxicaciones" en el año 1967), sí fue la primera vez que se evidenció la lógica de los hacedores de este golpe moral infame.
La obra llegó a compartir cartelera con Samuel Beckett y obtuvo el prestigioso premio Molière a la dramaturgia. Luego de treinta y cuatro años Norman Briski vuelve a presentar "Potestad" esta vez protagonizado por María Onetto.
Poner en evidencia la lógica de un apropiador de menores no fue una tarea fácil. Pero sí fue, tarea liberadora, porque nos dio un punto de vista claro acerca del pensamiento del represor como personaje trágico. En el que conviven la amorosidad y la monstruosidad: el mismo Pavlovsky consideraba difícil diagnosticar estas patologías psicopáticas emergentes de este momento histórico que provocó daños irreparables.
Por contigüidad (a su público) nos advierte ferozmente de estos monstruos que legitimó el golpe. Y que aún deambulan entre nosotros. La feroz burguesía de la dictadura.
La obra recorre los caminos fundados por el pensamiento francés: la angustia que provoca Potestad es la fascinación de Pavlovsky por Beckett. Sentir el vacío sin nombrar las cosas por su nombre. Tiene la maldición de Marguerite Duras, las acciones mínimas que se van turbando hasta la desesperación.
María Onetto es el cuerpo dramático empoderado deshaciendo la voz interior masculina, con ella todo lo es universal. Adorable y entregada a la escena embestida por la estética de Renata Schussheim. Ellas se vengan a través del monólogo, les diría Flaubert.
La estética del teatro Noh hace un efecto de alejamiento de las puestas que el mismo Pavlovsky interpretaba. Ya nada le es ajeno a un cuerpo que transporta los estados que van creciendo en su dimensión dramática, estética y existencial. El gran teatro de estados que soñó Tato.
La idea del teatro oriental con el universo pavlovskiano me trajo un recuerdo: una vez en el barrio Chino, tuve que explicarle a Pavlovsky cómo es que había construido un universo poético oriental en una película, como vi que no podía explicarme recordé a Cortázar, (eso sí me lo iba a entender). Pensé para mí misma: "Llámale la luz o César Vallejo o cine japonés: un pulso sobre la tierra" y le dije: "Breton, Tato, Breton". ¡Ah!, exclamó como si por fin ya no tendríamos más que decir y yo no volvería a cruzarlo en esta vida pedestre.
*Silvina Gianibelli: Profesora de literatura. Guionista.
(La nota fue escrita tomando datos de "La ética del cuerpo" de Jorge Dubatti)