Tomi Lebrero y el Puchero Misterioso en el CAFF: melodías que preludian la primavera que queremos
Por Martín Tesouro | Fotos: Moby Audiovisuales
Es el primer domingo de septiembre, el mes viene montado en Santa Rosa, la ciudad destiñe gris en cada esquina y en la mitad de una cuadra de Almagro hay un escenario que es una olla borboteando voces y colores. Tomi Lebrero y el Puchero Misterioso suenan en el CAFF. Con un crescendo de primavera que viene entre melodías de agua y pampa urbana se celebra la vida.
El domingo 5 de septiembre fue la segunda fecha en que la banda agotó las localidades del espacio. La banda integrada por Lucila Pivetta en el bajo y coros, Alex Musatov en violín, guitarra y coros, NIco Echeverría en bata, Santi Giardone en piano y coros, y Tomi en bandoneón, guitarra y voz, está de reencuentro con los escenarios y eso se nota en la energía que corre en el ambiente.
Este año, los anfitriones y la banda celebran dieciséis años desde su fundación. En estos tiempos, con vientos globales poco compañeros, la resistencia y la militancia de la belleza son razones hermosas, ineludibles para brindar. Está en el aire la alegría del encuentro con la persona, con el patio, con la poesía. Está el aire lleno del aforo permitido.
Desde el inicio de la pandemia la formación completa tuvo dos presentaciones. Tomi expresa haber sentido un cierto temor respecto a la convocatoria, a la respuesta de sus “congéneres, que ya no salen tanto”. Producto del trabajo comprometido, la primera función se agotó y, en sus palabras, “quedamos tan manijas que agregamos una más”.
Comienza la presentación con la canción “Gracias”, y a medida que crece el recital, desfilan notas de nostalgia, profundas notas lúdicas que nos llevan a “La tormenta”, caos antesala de “Los caminos”, momento en el que se completa la formación de la banda con la inclusión en escena de Alex en el violín y la guitarra eléctrica. La luz negra de Piazzolla nos llena de garúa la garganta.
La simbiosis del grupo es uno de los elementos más destacables de la noche. La conexión que se percibe sobre el escenario hace que brillen los detalles, cambien las atmósferas del salón, se remonte en la fuerza colectiva. Tomi nos cuenta: “Veníamos muy ensayados porque durante la pandemia grabamos cuatro discos. Uno en homenaje a Ricardo Vilca, un disco nuestro de tomas en vivo y produjimos dos de amigues. Eso nos tuvo afilados. Más las ganas de tocar. La gente captó esa energía, y se ve que también tiene ganas de recibir. Estamos muy contentos”.
El recital va culminando. En el barrio de Almagro vuelan aires de Iruya, de Santiago, violines rockeros, un acordeón psicodélico, teclas que sostienen un amor que va trepando un hilo de agua. El lunes nos encontrará plenos de música.
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