Una noche en Heidelberg: cómo somos en la soledad
Por Santiago Haber Ahumada.
Almagro. Teatro El Estepario, arriba de las escaleras, una sala chiquita, orgullosa de albergar lo alternativo.
Todos los viernes a las 20:30 unas cincuenta o sesenta personas se acomodan en las sillas frente al escenario, y se encuentran con una mujer mirando a través de una ventana, la única ventana que tiene la sala.
La mujer mira, vestida de rojo, esperando a alguien. Se le nota en las manos, las junta y las mueve, ansiosa.
La gente se sienta, silencia y apaga sus celulares, la luz atenúa y, con el sonido de un timbre, comienza Una noche en Heidelberg. Dirigida por Pedro Antony y adaptada por Alfredo Zenobi de la novela Muñecas, de Ariel Magnus, la obra atraviesa la incomodidad entre un bibliotecario extranjero y solo, y Selin, una joven y atenta alemana que insiste en sonreír.
Las guirnaldas y las botellas de alcoholes dicen que el cumpleaños de Selin es algo que ella aprecia y respeta mucho. La soledad cubre a la obra de principio a fin en un manto que permite y regala las dos soledades distintas: la sufrida y la buscada. Distintas formas de sentir y aceptar aquello que se piensa como tristeza y angustia.
La escenografía acompaña la fría noche alemana, acoplándose a esos dos mundos mujer y hombre, que son dos, pero son también el mismo. Mundos que encuentran risas y llantos (indispensables en toda desolación real) bajo esa frazada. Mundos que se animan a conocerse.
La inevitable atracción por lo opuesto, por el contraste, que es, en definitiva, la atracción por lo que en el fondo es lo mismo: la soledad. Una de ellas, odiada, despreciada y recluida en el rincón gris de los momentos que no se quieren; la otra, amada en silencio, extrañada en los contactos con el mundo exterior.
La obra se desarrolla en poco más de setenta minutos, y sus diálogos, sus encuentros y desencuentros, y sus lentos y tímidos acercamientos deshacen la incomodidad, metiéndolos en la ternura y el susto a lo raro de ella hacia él, y de él hacia ella. El bibliotecario y sus rupturas de la convencionalidad; Selin y su esperanza de felicidad aferrándose a ella.
Así, se turnan para sorprenderse mutuamente con sus rutinas extrañas, sus visiones de la vida y sus temores a ser juzgados al mostrar quiénes son en realidad.