Vamos, Negrito, bailá hasta el fin

  • Imagen

Vamos, Negrito, bailá hasta el fin

03 Mayo 2020

Por Mariano Nieva

 

Todos los años, cuando llega el primer fin de semana de octubre, se lleva a cabo desde hace 45 años la peregrinación juvenil a Luján. En 1988 comencé a participar de estas jornadas junto con un grupo de jóvenes de la Parroquia Santa Lucía, de mi barrio de Barracas. Por aquel tiempo tenía 16 años.

Recuerdo que antes de salir para emprender la marcha preparábamos los bombos, las banderas y el carrito de sonido que iban a servir de referencia para que nuestro grupo, unas 400 personas en total, no se pierdan en la marea humana y podamos permanecer durante todo el trayecto lo más juntos posible. Salíamos desde la cabecera en Liniers a las diez de la mañana y llegábamos al santuario con las primeras luces del día siguiente.

Cuando anochecía, por aquellos años, la oscuridad cubría a los miles de promeseros y promeseras que empezábamos a atravesar la última parte de nuestro camino hacia la Basílica. El trayecto de General Rodríguez a Luján no era sólo el más largo sino también el más difícil de transitar, por la ausencia total de luces en la ruta que unía a las dos ciudades.

Por eso, el móvil de sonido, con alguna baliza ubicada en la parte superior, era fundamental para mantener lo quedaba del grupo, diezmado por el cansancio debido a lo duro de la caminata, unido y en calma.

Después de la cena, dejábamos atrás la última parada de descanso en Rodríguez y el carrito de sonido, hecho con partes de alguna bicicleta sacrificada, encabezaba nuestra columna dejando salir a través de su bocina parlante una serie de grandes canciones de rock nacional. 

Almendra, Vox Dei, León Gieco, Los Redondos, Sumo y Charly García nos acompañaban en momentos que las piernas no daban más y el sueño alcanzaba a la gran mayoría. Y entre todas esas canciones grabadas y compiladas en cassetes TDK, también estaban las de Horacio Fontova; “Si Cristo fuera porteño”, “Ay, Jesús, te pido” y la hermosa versión de “El Padre Antonio y su monaguillo Andrés”, que pertenece a Rubén Blades. De esta manera descubrí al Negro, a pata y cantando.

Muchos años después, empecé a hacer radio y en 2017 tuve el placer de recibir en los estudios a este inmenso personaje de la cultura popular. Para que esto sucediera fue clave la generosidad infinita de su entrañable compañera, Gaby Martínez Campos. Con el Negro, que hizo tantas cosas, recordamos su paso como diagramador e ilustrador de El Expreso Imaginario, la etapa televisiva donde su alter ego Sonia Braguetti jugaba con Jorge Guinzburg en Peor es Nada, el show en el teatro Margarita Xirgu en 1979 junto a Los Redonditos de Ricota cantando en lugar del Indio Solari, su etapa con su grupo Los Sobrinos y su comprometida y genuina militancia política.

A partir de ese instante, pude vivir muchos momentos junto a Horacio asistiendo a sus recitales como el del Club Atlético Fernández Fierro (CAFF). Donde además, me di el gusto de compartir mesa con Claudio Kleiman, Pipo Lernoud y su mujer María Calzada, quien hizo junto a Claudia Puyó y Laura Hutton los coros de “Superlógico” y “Criminal mambo” dos de las grandes canciones de Gulp! (1985), primer disco de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Encontrándolo en algún evento cultural, tomando algún trago o conversando de música y política. Hasta que se me hizo inexplicable su ausencia en las redes sociales y en todos los lugares en donde sé que hubiera estado. No había respuestas cuando le escribía a su mail, o a su teléfono celular. Algo no andaba bien. ¿Cómo podía ser que el Negro se esté perdiendo esta nueva etapa política en nuestro país, con Alberto y Cristina? Pensé.

Hasta que el lunes 20 de abril llegó la triste noticia. La última vez que lo vi fue en un show que dio en el Centro Cultural Caras y Caretas, de San Telmo. Me ubiqué en la mesa que me había reservado, bien cerca del escenario. Apenas terminó el recital nos dimos un abrazo y me dijo: “Nieva, me encanta verte reír”. Y eso fue todo.

El Negro me hizo reír mucho, es cierto. Y ahora también me hace llorar.

Se murió Fontova. ¡Conchisumá!