Yo en crisis, vos en crisis, nosotros en crisis
Por Sofía Guggiari | Ilustración: Gabriela Canteros
Por decisión de la autora, el artículo contiene lenguaje inclusivo.
Me encuentro desorientada. Ya no me guío por ciertas certezas, esas que me prometían cosas. Produzco actos, pequeños actos restitutivos. Hago esfuerzos para inventar salidas. Más esfuerzos. Mapeo garabatos de un futuro. No entiendo, adviene el cansancio y el estrés. Trabajo psíquico de adaptación al mundo. Duelos. Hago cosas para distraerme. ¿Distraerse de qué? Todo pareciera estar igual y el hartazgo de eso abruma.
Pero creo, lejos de lo igual, lo que atormenta en todo caso es esa extrañeza, esa diferencia no codificada, ese malestar incómodo que todavía no encuentra un decir, un hacer, un territorio donde devenir. Un fantasma recorre el mundo: el fantasma de la crisis; y “estar en una” como decimos algunxs, parece la mejor definición.
Incertidumbre y zona de promesas
Hace poco me contactó una periodista que me contó que está escribiendo un ensayo que va a titular “Estar en una”. Comenta que percibe una crisis generalizada pospandemia, y piensa si no es algo generacional. Lucía Sabini hace una serie de entrevistas para pensar su escrito y llega a mí con algunas preguntas que me quedan dando vueltas, especialmente una en particular: ¿Qué opinas de esta sensación de incertidumbre? ¡Qué difícil hablar de algo cuando ese algo está tan cerca!
Intento responder, decir, más bien vomitar. El estado de incertidumbre eriza de miedo los cuerpos, pero no es algo de lo que no sepamos los pueblos de las regiones periféricas. Pareciera que este estado de incertidumbre tiene tinte a otra cosa nunca antes sentida, ni habitada por nosotrxs. Ni los relatos pasados de progreso y estructura, ni el presente distorsionado. Desorientación de los guiones como promesas, quiebre de identificaciones, desarmado de los andamios narrativos en los que, en los mejores casos, hacíamos un mundo. No sé que me pasa, estoy en una, estoy rarx. Y en este sentido, ¿los criadxs en los `90 quedamos perdidos sin época? Pienso, para esbozar, aunque sea, algún tipo de hipótesis.
Pero soy una optimista y le respondo: ¿No es acaso entonces una oportunidad para inventar algo nuevo de la crisis?
¿Se puede vivir sin promesas? ¿Seremos capaces de reinventarlas -proceso creativo-?
¿Qué hacer con la crisis?
Pensar con otrxs es una salida vital, imaginar colectivamente. Converso con un colega y hace una pregunta que lanza al abismo: ¿Qué hacer entonces con una crisis? (parece que estamos en una). Y nos quedamos mirando el aire como si se pudiese morder. Quizás habitar una crisis y atravesar la incertidumbre, es habitar justamente esa pregunta sobre la existencia que nos confronta con la desorientación. La crisis tiene forma de pregunta que raja el sentido.
Entonces es percibida ante todo como un peligro de desintegración. Se vive un malestar, y el malestar se convierte en el portavoz de lo desfigurado, de lo naciente que todavía no encuentra un lugar para desplegarse. ¡Cuánta frustración!
Y ojo que hay malestares y malestares e incertidumbres e incertidumbres. O mejor dicho como dice la filósofa norteamericana Judith Butler, lo que hay es una desigualdad en la distribución del malestar producida por la crisis.
¿Porque no es acaso este malestar y cansancio, consecuencia también de destinar nuestra fuerzas creativas y vitales precarizadamente para seguir sosteniendo un modo de mundo que todo el tiempo nos anuncia que está llegando a su fin? Como sostienen quienes están pensando la politización del malestar como una política de liberación anímica colectiva no fascista.
Apostar a la improvisación, esbozo de una respuesta.
Pienso en el gesto de apostar, el acto de tirar la piedra al agua, rebote de un peso y un tiempo, promesa de continuación en el espacio. Ese lanzarse a lo desconocido. Acto de experimentación.
Creo que la invención necesita de ensayos, pruebas, amase, frustración. Fuga. Revuelta. Improvisación: darle lugar y hacer algo (disponer y componer) con la diferencia que se asoma, con lo que late indescifrable, lo venidero, que le arranca a la identidad su supuesta estabilidad. No sin el terror de lo abismal. No sin lo angustiante de no saber qué va a pasar.
Pero apostando a una imaginación ética, deseante, vital.