Adiós a “la Negrita” Ravelo, cofundadora de Madres de Plaza de Mayo - Santa Fe
Por Daniel Dussex | Foto de Marcelo Villar Ramos
En la ciudad de Santa Fe, la Asociación Madres de Plaza de Mayo se constituyó a partir del grupo de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas. Su primera presidenta fue Alejandra Fernández de Ravelo, quien este miércoles 7 se despidió de esta vida para ir a encontrarse con las otras Madres y con sus treinta mil hijos e hijas.
Para recordarla, dejemos que ella misma nos hable de cómo lo hizo: “A mí siempre me conocieron por ‘la Negrita’, pero me llamo Alejandra Fernández de Ravelo y tengo 83 años. La más veterana es Otilia que hace unos días cumplió 90”, nos contó en una entrevista de 2012.
Quien fuera la primera presidenta de Madres agregó: “En los comienzos éramos poquitísimas, veníamos de Familiares y recuerdo a la señora de Bruzzone, a Olga Suárez, a los padres de Néstor Cherry, a Dora Fernández. Yo estaba sola porque mi esposo había fallecido. Cuando desapareció mi hija fui a todos los lugares, hablé con el arzobispo Vicente Zazpe, fui a Rosario al Juzgado Federal, también con una carta para entrevistarme con el Tte. Coronel González Roulet (Enrique Hernán). Después de esperarlo como 10 horas, parada en la vereda de enfrente a su despacho, cuando logro que me atienda, me dice ‘Señora, ¿qué le hace pensar a usted que nosotros tenemos a su hija?’. Le respondo de manera desafiante: ‘Mi hija, que es la propietaria de la casa, no está y la casa está ocupada por Gendarmería, ¿cómo no voy a pensar que la tienen ustedes?’”, recordó.
María Esther Ravelo y Etelvino Vega eran un matrimonio de ciegos que vivía en Santiago 2815, de la ciudad de Rosario, donde funcionaba una sodería. Fueron secuestrados en un operativo llevado a cabo por las Fuerzas Armadas en septiembre de 1977. Su casa usurpada fue cedida a un Centro de Gendarmes. Su restitución recién se produjo 17 años después.
Nos dijo la “Negrita” Ravelo: “De mi hija tengo los mejores recuerdos, yo la llamaba Pinina, y sufrí mucho cuando empezó a quedarse ciega debido a un virus; era adolescente. En la Escuela de No Videntes conoció a su esposo y los dos estaban comprometidos con la militancia política. Cuando se fueron a vivir a Rosario, yo la visitaba todas las semanas. Un día recibí una llamada telefónica en la que me pedía que fuera a buscar a su hijo Iván, que tenía 3 añitos, a la casa de mi prima que también vivía en Rosario. Me decía que su esposo estaba enfermo y no podía atenderlo. Yo sospeché algo, que se confirmó cuando traté de ingresar a su casa y comprobé que estaba ocupada por los militares. Vi cómo cargaban todos los muebles en camiones del ejército. Una vecina, Doña Laura, me contó que hubo un allanamiento y se sintieron dos balazos. Cuando llegué a lo de mi prima para buscar a mi nieto, ella me dijo que llegaron cuatro hombres en un Renault y le entregaron a Iván. Mi nieto era muy lindo y rubio, como a los militares les gustaba al momento de apropiarse de los chicos. Menos mal que no lo hicieron”.
La historia de la desaparición de María Esther tuvo otro capítulo en 2011, cuando el Equipo Argentino de Antropología Forense identificó sus restos enterrados clandestinamente en el campo militar de San Pedro, cerca de Laguna Paiva. Recordó Alejandra: “Fue un golpe muy duro, porque yo tenía la esperanza de volver a verla. Ellos fueron muy valientes, muy buenas personas, dieron su vida por un país mejor. Un militar me dijo una vez: ‘No me venga con eso de que era cieguita, porque su hija pensaba’. ‘Claro que pensaba -le respondí- pero no porque pensaba distinto a ustedes había derecho a matarla’”.