Cobos: Demagogia punitiva y educación

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Cobos: Demagogia punitiva y educación

14 Marzo 2014

 

Por Darío Martínez*

El diputado Julio Cobos, designado como presidente de la Comisión de Educación de la Cámara de Diputados, ha realizado declaraciones a favor del ingreso de jóvenes beneficiarios del plan Progresar a instalaciones del Ejército para que reciban educación y capacitación en oficios. En su libro Educación. El único camino, en especial en el capítulo 6, señala la experiencia del Servicio Cívico Social como una estrategia de inclusión donde se promovían valores y hábitos de trabajo. Según esta iniciativa, se instalaban en los jóvenes valores “como la honestidad, la solidaridad, el respeto, el compromiso y el esfuerzo en el trabajo son modeladores de buenos hábitos y repercuten directamente en la persona y en su vida en sociedad”. La propuesta educativa de Cobos tiene una clara vinculación con otras que marcan la historia argentina donde a los sectores populares se les ofrece contención a cambio de sumisión. Veamos algunos antecedentes para lograr inscribirla dentro de un proyecto político y no considerarla como un evento aislado.

Domingo Faustino Sarmiento, en un artículo publicado en 1853 (Obras Completas. Tomo XXVIII. Ideas Pedagógicas), describe los inicios de las enseñanzas de lectura con los oficiales del ejército, donde trasunta una voluntad de alcanzar una armoniosa relación entre las diferentes clases donde una quedara reducida a las intenciones de la otra. “¿Qué hacían mientras los soldados luchaban con las fastidiosas lecciones de la lectura, los oficiales y jefes del cuerpo? Se fastidiaban a su vez en los corredores aguardando que concluyesen las lecciones. El joven oficial, inteligente, instruido, dotado de una elocución fácil, es el monitor nato del soldado. Sólo él puede despertar la indolente indiferencia del hombre rudo del pueblo; sólo él puede mantenerla viva, haciéndoles soportables las dificultades que la embarazan: sólo él, en fin, obra sobre su espíritu, sobre su moral y sus facultades”. De más está aclarar, que los sectores populares debían aceptar resignadamente la bonhomía de las clases altas e ilustradas.

En el artículo 11 de la Ley 1.420, sancionada en 1884, se establecía a los cuarteles, las guarniciones militares, los buques de guerra y cárceles como lugares donde se podría impartir la enseñanza de la lectura y la escritura, cuyo requisito único era reunir un número de 40 adultos ineducados. En el cuerpo de la ley los espacios físicos que son destinados a la enseñanza son múltiples, pero aparecen especificados con mayor detalle aquellos vinculados con actividades represivas por parte del Estado. Tal vez esto explicite los objetivos políticos de la ley, respecto de la población popular, y al mismo tiempo señale qué tipo de instituciones eran las que contaban con un mayor grado de expansión territorial. Subrepticiamente, se mantiene la línea de equivalencia discursiva entre analfabetismo, inmigración y pobreza, como una suerte de expansión viral del pánico moral que representaban los inmigrantes, los pueblos milenarios y los criollos pobres.

Hasta entrado el siglo XX, se mantienen los mandatos propuestos por la Ley 1.420 y continúan las estrategias de alfabetización de adultos en los servicios militares. La investigadora Lidia Rodríguez sostiene que en 1949 se reforma el plan de estudios para la educación de adultos. Allí se mantuvo al Servicio Militar como una instancia más para realizar tareas de alfabetización con aquellos conscriptos analfabetos. Los jefes militares debían encargarse de la concurrencia de los soldados a clases, garantizar un lugar óptimo para el dictado para el cursado, el traslado de los alumnos y los docentes, la supervisión de sus subordinados y las tareas administrativas relacionadas con la liquidación de sueldos de los maestros que concurrían a estas instalaciones militares. Es probable que, en este último caso, las acciones educativas realizadas en el marco del ejército continuaran reproduciendo las lógicas de un paternalismo redentor destinado a sostener una dinámica “civilizadora”. También es factible pensar que el gran desarrollo territorial de las fuerzas militares haya servido para que hombres analfabetos del interior profundo del país –sin que se modifiquen sustancialmente las desigualdades entre las provincias– tuvieran su primer acercamiento con prácticas de lectura y escritura.

En el cuento “Fotos”, del libro Los oficios terrestres (1965), de Rodolfo Walsh se pueden encontrar escenas que ilustren las prácticas de enseñanza en el servicio militar. Mauricio, uno de los protagonistas, le cuenta a su amigo: “Hasta que un día me avivé y me dije Yo a éstos los voy a joder, y me presento al teniente, Mi teniente, quiero aprender a leer, y el tipo dice ¿Pero vos no sabías leer?, un día te vi leyendo el diario, y yo le digo Miraba las figuritas de los chistes, y el tipo dice Por qué te presentás recién ahora, y yo le digo Porque me daba vergüenza, mi teniente. Así que entré en la clase de los analfas, todas las noches venían a sacarme del calabozo para ir a clase y podía estirar las piernas y cuando me quise acordar el que se divertía era yo. Vos sabés qué plato, que te enseñen de nuevo, me sentía chiquito, eme ele o, lo, y me moría de risa. Negro, por adentro, claro, y al principio me hice el difícil, no podía aprender a leer ‘globo’ aunque el teniente dibujaba en el pizarrón un globo grande como una casa, y yo leía na-bo, y cuando el tipo se cinchaba me hacía el fesa y le preguntaba, Pero eso que dibujó, ¿no es un nabo?, y los otros punto se meaban de la risa. Pero después fue lindo porque empecé a entusiasmarme con la lectura y cada día leía mejor. Les saqué tres cuerpos de ventaja a los otros grasas, el teniente estaba emocionado, me ponía de ejemplo y les decía, Miren a éste que era más bruto que todos y ya casi lee de corrido”. El fragmento rebosa en detalles acerca del poder, las resistencias y las formas de disciplinamiento.

En otro orden, la expansión del sistema público de enseñanza y el descenso del índice analfabetismo –por razones naturales y/o acciones estatales– provocó que también decayera el número de adultos que finalizaran sus estudios en los servicios militares. ¿Qué actualiza la propuesta del diputado Cobos? Sobre todo realza un componente del imaginario social donde se enlazan los “algo habrán hecho” con una portación de rostro o estéticas juveniles. Donde determinados grupos sociales, en lugar de comprender y ensanchar los horizontes de inclusión, buscan que otros se sumen a las reglas de juego que ellos ya escribieron. Esta estrategia educativa se vincula con discusiones coyunturales que apuntan a diversificar e intensificar los métodos de la ortopedia social con apelaciones a las instituciones represivas.

Como una letanía, la demagogia punitiva le reclama a la educación la solución a conflictos que ni la política ni la economía logran resolver.

*Becario de Conicet - Facultad de Periodismo y Comunicación Social - UNLP