Evita y el "renunciamiento histórico": la lectura de Alicia Eguren
Por Miguel Mazzeo
Después de la muerte de John William Cooke, el 19 de septiembre de 1968, Alicia Eguren retomará y desarrollará algunas de las posiciones de su compañero de vida y militancia.
En septiembre de 1971, a 20 años del Cabildo Abierto del peronismo del 22 de agosto de 1951 y del célebre “renunciamiento histórico” de Eva Duarte a la candidatura a la vicepresidencia de la Nación (impulsada por el Partido Peronista y la CGT), Alicia proponía, desde las páginas del periódico Nuevo Hombre, una interpretación de la figura de Evita en una clave particular.
Alicia cuestionaba la visión oficial, la de los burócratas del peronismo; señalaba irónicamente: “Evita era el hada buena, la compañera abnegada, la humilde mujer, la discípula, la madrecita de los pobres, a quien el pueblo en merecido homenaje quiso hacer vicepresidenta. Pero ello no convenía a los altos intereses de la Nación. Y Evita, la Señora de las almibaradas crónicas, sensata y equilibrada, así lo comprendió y renunció ante la gran asamblea popular a sus justos derechos adquiridos, para que todo siguiera transcurriendo sensatamente”. Alicia carga contra la liturgia peronista “oficial”, instituida por el Estado. No propone una apología del “renunciamiento histórico” de Evita. Lo relativiza y de ningún modo lo valora como gesto de desprendimiento, sacrificio, abnegación y carencia de ambición. Más bien lo ve como una derrota política.
Alicia cuestionará el lugar mismo de la subordinación femenina. Y objetará a quienes, desde el peronismo, defendían ese lugar y naturalizaban los lugares sociales de/para las mujeres impuestos por el patriarcado. Un lugar en el que Evita solía instalarse en sus discursos, pero en el que fue compulsivamente “ubicada” el día del “renunciamiento histórico”. El estereotipo de genero, la invalidación de la sensualidad y la esencialización social de las mujeres peronistas que la propia Evita había alimentado, le jugaron en contra en un momento trascendental. El modelo de intervención apolítico en la política de Evita se topó con su límite el 22 de agosto de 1951. En su artículo, Alicia pone de manifiesto una rotunda intuición feminista (política y radical).
A la Evita inofensiva y pacificante, a la que instruía a las descamisadas para que “cuidaran a Perón” porque era “sol y cielo”, Alicia le contraponía otra Evita: la Evita plebeya, la que disparaba palabras de guerra, “la antioligarca, la antiimperialista, la que amasaba su vida diaria con los desposeídos de la patria [y] con la materia prima palpitante de la gran aventura del hombre que es la revolución”; para Alicia “esa Evita, esa y no otra, no renunció. Porque los revolucionarios no renuncian”, y agregaba: “En aquel mundo pequeño burgués y escandalizado, Evita encarnó como nadie la revuelta de los de abajo. Su liderazgo efectivo sobre la clase obrera abrió una brecha fuerte y peligrosa para el gran salto revolucionario”.
En el marco de una disputa por el sentido histórico de la figura de Evita, Alicia contempla diversos planos en su análisis alternativo del Cabildo Abierto del Peronismo. También considera que en esa jornada se malogró la posibilidad de una radicalización política y una transformación revolucionaria del peronismo, en un momento donde el equilibrio del frente policlasista estaba roto. El “renunciamiento histórico” era, en realidad, un retroceso, una señal de debilidad que los enemigos del peronismo no tardaron en percibir. Por cierto, un mes y unos pocos días después del “renunciamiento histórico” de Evita se produjo el intento de golpe encabezado por el general (retirado) Benjamín Menéndez.
Perón optó por mantener a Hortensio Quijano como compañero en la fórmula para un segundo mandato, pero éste falleció antes de asumir. El gobierno entonces decidió convocar a elecciones para vicepresidente, algo inusual, dado que nunca, ni antes y ni después, ocurrió en la historia argentina. En abril de 1954, el peronismo presentó como su candidato al contralmirante Alberto Teisaire –Senador, presidente de Consejo Superior Peronista– que se impuso por amplio margen al candidato radical, Crisólogo Larralde. Derrocado Perón, en septiembre de 1955, Teisaire, se mostró diligente con los golpistas y condenó públicamente al General. Se convirtió en un emblema de la “deslealtad”, pero también en una clara expresión de las limitaciones de las mediaciones políticas del peronismo.
Para Alicia fueron los explotadores y sus gendarmes los que aquella tarde de agosto “le dijeron un tremendo no” a Evita, que era un no a la posibilidad de una revolución. No querían que Evita acumulara poder. Después, fueron consecuentes en la ratificación de ese NO frente a las irrupciones disruptivas del símbolo Evita. Por eso no tuvieron reparos en hacer “desaparecer” su cadáver. Entonces, Alicia alerta sobre la Evita “carnavaleada” por tránsfugas, comerciada por mercachifles y manipulada por generales pentagonales.
No lo dice Alicia, pero no podemos pasar por alto que el NO más categórico provino del propio Perón. Años más tarde el General dirá que Evita había sido su “invención” (López Rega dirá lo mismo respecto de Isabel Martínez). Por lo tanto, el 22 de agosto de 1951 puede verse también como una respuesta del General frente al intento de su “invención” por emanciparse. Alicia, que no era “invención” de nadie, se identificaba con la Evita que más incomodaba, la que desbordaba a Perón, la que se “pasó de la raya”, la que quiso salirse del preasignado rol de la plebeya indignada, o el de la intercesora de Perón (la Evita “providencia”, “el puente de amor que unía al pueblo con su líder”), para pasar a ejercer funciones de dirección, la que quiso (y no pudo) acabar con la tutela de Perón, la que estuvo a punto de convertirse, en vida, en corriente interna y jefa de una fracción grande y potente. Sin embargo, Evita terminaría alcanzando esa condición después de muerta. En una carta a Isabel, del 20 de noviembre de 1972, Alicia afirma: “El peronismo de las estampitas pertenece al pasado. Eva Perón viva hoy sería la vanguardia de la lucha por el socialismo con las masas y estaría todo el día caminando por fábricas, villas miseria, grupos clandestinos de activistas, células conspirativas, escuelas de formación de cuadros, sindicatos, formaciones especiales, agrupaciones obreras de base, etc.”.
Alicia construye una Evita que encabeza la guerra del pueblo junto al Che. A diferencia de otros mitos del peronismo que multiplicaban las chances del enemigo, que replicaban los modelos de acción que no desbordaban el campo de objetividad tolerado por las clases dominantes, que desarmaban ideológica y políticamente a la clase trabajadora, el mito de Evita era un mito identificado con la corriente revolucionaria: era el cadáver embalsamado de Evita, era la Evita muerta y desparecida convertida efectivamente en corriente interna, en jefa de fracción que obligaba a pensar la “unidad nacional” bajo coordenadas no burguesas.
¿La idea de una “Evita Montonera” era un delirio o, más piadosamente, un simple malentendido? ¿Se trató acaso de una coartada poética? ¿En la construcción de este mito, se produjo acaso la escisión característica de una “manipulación simbólica” o podemos ver un intento de articulación entre lo sensible y lo racional? Esto último nos parece lo más probable. Alicia siempre estuvo muy atenta a ese tipo de articulaciones porque eran precisamente las que permitían el “pasaje”, el “salto histórico” colectivo, el abandono de las categorías burguesas, la posibilidad de que el peronismo cruzara sus propios límites, la transición a modelos de solución distintos a los de las clases dominantes, alternativos al capitalismo. En ese sentido, la vitalidad o la caducidad del mito, las complicidades que genera, los deseos que roza y las experiencias a las que está asociado, son aspectos que Alicia no pasaba por alto.
La Masacre de Trelew, en otro 22 de agosto, pero veintiún años después, puede verse como la respuesta de las clases dominantes a la consumación de un “pasaje” y un salto histórico colectivo.