Rescatar a la UBA, por Natalia Stein
Por Natalia Stein
* Por decisión de la autora el artículo incluye lenguaje inclusivo
Con motivo de sus 200 años comenzó a rondarnos una pregunta, acerca de cómo hacer una crítica a la UBA de hoy -aquello en lo que se ha convertido-, pero sin hacerle un favor, en el intento, al discurso que desprecia a la educación pública. A esos sectores que aprovechan cada ocasión para recordarnos que se trata de un gasto superfluo, que lxs pobres no van a la universidad, que el CONICET investiga trivialidades...
¿Es mejor callar entonces, y celebrar acríticamente la trayectoria, o la ubicación en ránkings que no dicen nada de la Educación Superior que queremos?
Allí vale entonces recordar a Trotsky, que se preguntaba si criticar al tirano era criticar al proyecto socialista -que debía ser defendido-, y concluía que por el contrario, criticar al tirano era la única forma de rescatar al proyecto socialista. Qué oportuno; salvando las distancias, la UBA también requiere ser rescatada. En este caso, de la Franja Morada, y de su casta conservadora y antipueblo.
A la UBA por ellos conducida no le vendría mal un baño de humildad: a ella, que se piensa para adentro y no como parte de un sistema universitario nacional, el resto de universidades -y especialmente las del Bicentenario- tienen mucho para enseñarle. La UBA es hoy una universidad de élite, pero eso se debe a múltiples causas y algunas de ellas la trascienden: principalmente la proliferación de universidades en el conurbano bonaerense, que acogieron a los sectores populares despejando la matrícula de la UBA para dejarle alumnxs blancxs de clase media y media alta. Sucede que hacia la periferia emigró –o volvió– también gran parte del pensamiento crítico, cansado del conservadurismo, los concursos amañados o la persecución política.
Quienes egresamos de la Facultad de Ciencias Económicas conocemos bien el modelo:
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Persecución y desplazamiento de todas las miradas críticas, sea de la propia gestión, o del discurso hegemónico en las distintas carreras.
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Inexistencia, insólita, de la función de extensión universitaria, aquella que propicia el diálogo con la comunidad y la revisión misma de todas las prácticas de producción, validación y circulación del conocimiento. Si acaso se la reconoce, se lo hace desde una versión arcaica y asistencialista, que desconoce décadas de fecundas discusiones que ubican a la Argentina en la vanguardia de la reflexión sobre el vínculo entre la universidad y la sociedad que la contiene.
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Devaluación brutal de la función de investigación, sin rumbo estratégico, sin voluntad genuina de iluminar áreas del saber sino sumando papelitos vacíos y renglones en currículums con más antecedentes en consultorías privadas que en vocación científica.
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Enseñanza acrítica de modelos únicos, descontextualizados, desterritorializados, ahistóricos. Nula voluntad para revisar el profundo vacío ético que impregna el desempeño profesional de sus egresadxs.
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Designación como líneas medias –co-responsables de decidir sobre las funciones sustantivas de la universidad–, de militantes inexpertos y sin mérito alguno. Sí son de trayectoria, en cambio, las conducciones de los departamentos, que discrecionalmente montan la estructura orgánica para que sea funcional a esta “misión y visión” conservadora.
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Cumplimiento ejemplar de la premisa de obtener “recursos propios” para financiarse, ofreciendo sus servicios exitosamente en el mercado, cuando no al propio Estado; o avanzando en el progresivo arancelamiento de su oferta académica.
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Precarización extrema del trabajo docente, con proporción récord de docentes en situación irregular (ad-honorem, sin nombramiento o sin poder acceder a concursos reales). Las solicitudes de lxs docentes para designar auxiliares críticos, por ejemplo, son cajoneadas o “traspapeladas” según la jerga oficial.
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Despolitización sostenida, creciente, de docentes, estudiantes y graduadxs. Machismo generalizado.
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Captura de los órganos que deben oficiar como contralor, por parte de la misma fuerza: la gestión de la facultad y el centro de estudiantes son un todo unificado que confunde funciones, identidad y personas integrantes, sin mediar rendiciones de cuentas ni entre ellas, ni hacia la comunidad.
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Opacidad absoluta de sus mecanismos de toma de decisiones: planes de estudios decididos a puertas cerradas, inexistencia de juntas por carrera, mayorías ganadas por la fuerza en absolutamente todos los estamentos de gobierno.
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Imposibilidad de construir propuestas alternativas, opositoras, a riesgo de padecer incluso violencia física. Instalación de circuitos de cámaras en todos los pasillos, contratación de seguridad privada, disposición de matones y barrabravas –no para cuidar la propiedad, que quede claro: su fin es la persecución ideológica–.
Y vaya si funciona: la consecuencia es el desgaste de la fuerza política y la militancia que anhela otra universidad, su desmoralización y retroceso. Su fortalecimiento no sólo amenazaría el status quo descripto, sino que ayudaría a develar la trama de negocios montados sobre cada centímetro cuadrado de edificio, cada compra o contratación de servicios, y cada posibilidad que ofrezca la propia producción del conocimiento, vuelto mercancía. Como no podía ser de otra manera, en la Facultad de Ciencias Económicas el modelo de educación es un modelo de negocios.
Pero el modelo trasciende a esta facultad, y monta una estructura gigantesca de provisión fraudulenta de insumos de salud, por ejemplo, en las casas de estudios alrededor de Plaza Houssey. Hace varios años que la hicieron una plaza infame –véase la historia de sus sucesivas, inútiles, e infladas reconstrucciones desde el Gobierno de la Ciudad, que logró con ella su cometido de convertir plazas en shoppings–.
Un gigantesco aparato, decíamos, dispuesto para el enriquecimiento personal y el financiamiento de las campañas políticas de los más rancios. La memoria se refresca fácilmente con los informes del viejo programa televisivo “Punto Doc” o con aquellos del periodista Bercovich –todos disponibles en YouTube–. En ellos se menciona malversación de fondos públicos, asociación ilícita, enriquecimiento ilícito, y presuntamente, lavado de activos. La situación allí descripta no sólo no está extinta, sino que sus promotores y principales protagonistas gozaron más tarde de un destino peculiar.
Basta imaginar lo que representó, para quienes transitamos y sufrimos la Facultad de Ciencias Económicas, haber visto cómo el modelo –y los sujetos– que destruyeron allí lo poco que quedaba de una educación y una producción de conocimiento de calidad, desembarcaban en la gestión de la UBA toda. ¿Cómo era eso posible?
La sola posibilidad de que la enseñanza, la investigación y la extensión escuálidas que reinan en Económicas se trasladen a toda la UBA es desoladora. Y de hecho sucede: de a poco avanza el modelo en cada facultad, de la mano de la Franja (Nuevo Espacio, EDI, AFO, Espacio Estudiantil, Nuevo Sociales, Nueva Exactas). Avanza porque se trata de la reforma neoliberal de la educación superior, y tiene aliados poderosos. El modelo de Económicas fue el modelo premiado, con el botín de la UBA. Lo triste es ver que esta última, salvo honrosas excepciones, no ofrece resistencia. Será que se quedó en los 90, época que a muchas de sus facultades parece sentarles muy bien.
También les sientan bien los 70: esta misma UBA que hoy celebramos estuvo a punto de elegir como rector, hace tan sólo 15 años, a un funcionario de la dictadura. Ya lo había elegido, en realidad, mas debió retroceder porque un estudiantado tenaz se decidió a permanecer en la calle, poniéndole el pecho al chorro celeste del camión hidrante. Quienes estuvimos allí recordamos con los puños y dientes apretados que fue nuestro gobierno nacional y popular el que para salir del conflicto les prestó el Congreso y nos cagó a bollos. También el que consideró al actual rector, al del modelo de negocios, como posible ministro en 2015, el mismo que hoy recibe nuevos elogios desde lo más alto del Poder Ejecutivo.
Por aquellos días reclamábamos la “democratización”: la reforma del estatuto cuyas conquistas principales heredadas de 1918 habían sido barridas por la Fusiladora y la injerencia católica en el Consejo Superior. Con los años el reclamo se atenuó, prudentemente: en caso de reforma habría que hacerlo en el marco de la tristemente célebre Ley de Educación Superior del menemismo –ley que por otra parte, sigue vigente–.
En los años previos, no fue tanto la Franja la que echó a patadas a un ministro: fueron lxs docentes y estudiantes de la UBA quienes echamos a patadas a la Franja. Pero el conservadurismo, como siempre, se recicla y vuelve: se fagocita facultad tras facultad, y vende la Educación Superior al mejor postor.
Por eso estos 200 años son sólo de dolor y tristeza, de ver a la querida casa de estudios hundirse en su propio ego, y a nosotrxs ya demasiado cansadxs para intentar sacarla de ahí. ¿Será que pueden hacerlo lxs veniderxs? A la salud de ellxs, el único brindis posible.