Unidad del peronismo: el desafío de saber identificar(nos)
Por Iván Di Sábato
Buena parte del trabajo realizado por Ernesto Laclau en sus obras sobre el “populismo” se basó en recoger los conceptos que Jacques Derrida había anudado bajo lo que dio en llamar “exterior constitutivo”. A grandes rasgos, este planteo apuntaba a la configuración de la identidad del sujeto colectivo desde un “nosotros”, hacia un “ellos”. Para lo cual, resulta indispensable que esa otredad produzca el deseo de afirmarse en la pertenencia común a contracara de ese “otro” exterior.
En el mismo sentido, a lo largo de sus “reflexiones sobre la cuestión judía”, Jean Paul Sartre acuñó la idea de que el judaísmo había sido en realidad un invento de los antisemitas, en un intento por identificarlos. Lo que el filósofo francés sostenía era que, mientras los judíos se abstraían en tensiones internas, los antisemitas contaban con la capacidad de reconocerlos a través de una única marca que les permitía combatirlos más eficientemente.
Para el caso, la derecha ha hecho uso de una etiqueta para todo aquel que abreve en el campo nacional y popular: “populista”.
De las contradicciones
Toda acción política cuenta con, al menos, dos opuestos que trazan tácticas y estrategias en la disputa del poder como instrumento transformador. Lo que escinde a los opuestos es denominado contradicción.
Dicha contradicción, sin embargo, emerge de la diferenciación conceptual o metodológica que divide a los sujetos políticos. De modo que en política existen tantas contradicciones como diagnósticos sobre la realidad haya en el tablero de intereses.
A fines prácticos, sin embargo, se destacan dos tipos de contradicciones: las primarias y las secundarias:
Las primarias, por su parte, son irreductibles y constitutivas. Es decir, que ambos sujetos no comparten factores en común, y devienen de esa misma asimetría los elementos constitutivos de cada uno.
La contradicción primaria de la política es la que opone a la oligarquía y al pueblo. Históricamente ha sido así, desde el grito de libertad de los criollos ante el yugo de los realistas, hasta la lucha contra los Fondos Buitres, pasando por el canto de “Patria sí, Colonia no” entonado por los descamisados del peronismo.
Las contradicciones secundarias, no obstante, son prescindibles y no deben ser constitutivas. Son discusiones prescindibles en tanto no aporten herramientas en la disputa de poder principal; y no deben ser constitutivas, dado que el grupo que se ordene en torno a esta puesta en tensión, puede abrir cause al planteo de acciones políticas funcionales al bando opuesto en la contradicción primaria.
Primero lo primero
Peligrosamente, muchos de los debates que pretenden hoy por hoy servir de antesala para una prometedora construcción política opositora a los gobiernos de Cambiemos, giran en torno a si debe ser “con Cristina adentro o con Cristina afuera”.
Más allá de esa discusión, es de reparar que se trata de una contradicción secundaria. Por lo tanto, resulta paradójico que la añorada construcción política se levante sobre los cimientos de un “exterior constitutivo interno”. Amén de lo vidrioso de la cuestión, puede que se convierta ello, ni más ni menos, que en un motivo para patear el balón al campo propio y no al rival.
La discusión principal no puede ni debe ser “Cristina sí o Cristina no”, sino “ajuste sí o ajuste no”.
La derecha lo entendió. Y lo hizo a fuerza de experiencia, cuando en el conflicto de las patronales agrarias puso en juego una movida sencilla pero profunda: “Todos somos el campo”. A partir de allí, vislumbró la incorporación a sus filas de sujetos que, pese a ser ajenos a ese lado de la grieta, lo hacían con orgullo y disposición. Ese, muy probablemente, haya sido el lanzamiento de campaña de una derecha que terminó por consagrarse en las elecciones del 2015.
El odio “anti K”, en efecto, se tradujo en ese exterior constitutivo que la oligarquía necesitaba para reunir los números que, por ser minoría, siempre se ve obligada a buscar.
Patria Sí, Colonia No
Como pocas veces en la biografía nacional, el enemigo del pueblo es muy claro. Lo que aporta factores inmejorables para hacer uso de ese “exterior constitutivo” en la construcción política a asumir.
Esa puesta en marcha colectiva, sin embargo, no debe limitarse a la mera cohesión de fuerzas. Lejos de ser una “unión por espanto”, tampoco tiene que caer en la escotilla del sostenimiento burocrático de la política. Tiene que ser el punto de partida de una unidad en base a ejes estratégicos y programáticos que evite ahogarse en debates estériles o martillarse los dedos por los supuestos desaciertos que la oligarquía desea que “se perfeccionen”.
La unidad tiene que darse desde las bases, y no en acuerdos cupulares con apretones de manos a espaldas de la gente.
Esa unidad tiene que volver a recuperar una capacidad transgresora que se atreva a disputarle el poder a los que, sin temblarle el pulso, meten la mano en el bolsillo de los más vulnerables.
La unidad ciudadana tiene que asumir el compromiso de hacer girar los engranajes de una maquinaria productora de sueños. Porque son los anhelos colectivos los que apasionan a hombres y mujeres por igual en la encomienda histórica de conquistar sus derechos.