"El militante", por Sol Giles
Por Sol Giles
El militante es un ladrillo.
Moldeado en manos de laburante, imperfecto
pero conciso.
Sabe lo que quiere porque sólo encuentra su razón
de ser
cuando se encuentra con otros.
Y construye.
Un piso. Un techo. Un futuro.
El militante no cree en lo heredado o prefabricado.
Elige lo mejor, y nunca sólo para él.
No espera que venga lo resuelto.
No es cobarde ni oportunista.
Sabe que la historia se escribe a fuego lento
y él es el viento.
El militante no se rinde ni se pelea con la realidad,
la transforma.
Y es capaz de caerse para volverse a levantar
una y 30.000 veces.
Porque ya lo hizo
y él es también su historia.
Pasará desapercibido por la calle porque así lo busca.
No necesita otra cosa
y probablemente le moleste el flash de un infantil deseo de fama
pero un día se volverá inmortal.
Porque creció cuando por primera vez le dolió la injusticia.
Porque en su mundo van también mil mundos.
El militante es idealista, pese a todo elige seguir confiando en otros.
Y siempre tiene un rumbo.
El militante lleva en sus oídos la más maravillosa música,
la de la risa de un niño.
Quizás desde afuera lo vean en vano luchando
incluso por los cobardes,
izando lo irremontable,
quedando como el loco que aún cree en el amor.
Y estará paradito ahí
en la esquina aquella
esperando cruzarse con un nuevo corazón hasta que llegue la noche
y lo abrace tan profundo
sabiendo que lo dio todo
y así será al día siguiente
y así
y así.
El militante sabe llorar.
Y luego, siempre
reír y seguir.
Descreido de las sandeces de que la vida es corta y una sola.
Aunque eso digan quienes viven
exclusivamente
para sí mismos.
A veces mira de frente a la soledad,
pero no le teme ni se oculta.
Porque sabe que nunca viene sola.
El militante no muere por amor.
VIVE por amor.