Gases y limones, risas y festejos: la vida por Perón
Por Tomas Mereles* | Ilustración: Gaberiela Canteros
De aquel día me bajan un montón de imágenes, son como fotografías que voy hojeando. Desde ese día nada fue lo mismo, para nosotros cambió mucho nuestra existencia. Me acuerdo una tardecita un amigo me dice “sabes que vengo viendo que para que esto cambie, para que estemos mejor en la Argentina, hay que traerlo a Perón”. Ese comentario así dicho era una síntesis, no resultaba ajeno, ni extraño, lo había escuchado muchas veces de boca de mi viejo y mi vieja, soy de una familia peronista. También, ese comentario, me resultaba lejano.
Me acuerdo de una Unidad Básica en Parque Patricios, en calle Monteagudo, me acuerdo de un colectivo y un camión. El primero era para que vayan las compañeras, el segundo para que vayamos nosotros: para los compañeros. En ese camión estábamos todos parados, algunos con medio cuerpo afuera, otros sobre el techo de la cabina. Nos encontramos a las 7 AM, y salimos como bordeando el parque de los Patricios y ahí nomás, en Almafuerte y Saenz nos intercepta la cana...nos llenaron de gases y nos tuvimos que bajar. Y emprendimos la caminata, agarramos Perito Moreno buscando la Riccheri. Íbamos caminando envueltos en una bandera argentina, lo que había eran banderas argentinas. Había hermanas, abuelas, madres, tías. Era una gesta colectiva impregnada de pueblo.
La cana nos cortaba el paso en las avenidas, entonces lo que hacíamos era meternos en las calles de los barrios. Y ahí se me aparecen imágenes muy interesantes. Caras y gestos de los compañeros en las puertas de sus casas que veían pasar a muchos y muchas que iban a Ezeiza. Me acuerdo de un compañero que estaba parado en la puerta de su casa, por Mataderos, y tenía una pila de diarios. Y nos daba diarios y decía “pónganse diarios entre la ropa mojada y el cuerpo, así no se enferman”. Ese día se desató una tormenta terrible al mediodía. Yo me acuerdo que tenía un pullover marrón de lana que a esa altura me llegaba casi a la rodilla, de lo estirado que estaba.
Muchas ancianas con un cuchillo y con limones. Y cortaban por la mitad el limón y nos daban pedacitos de limón para que el gas no nos hiciera daño. Otra señora que salía por la ventana y nos ofreció bicarbonato para que nos cuidemos los ojos por el gas. Todos estos gestos sencillos y simples, pero con una carga de ternura impresionante. Uno se sentía como abrazado por todos esos vecinos y por todos esos peronistas, que también se sentirían partícipes y protagonistas de lo que estábamos viviendo.
Recuerdo que en esa caminata llegamos hasta Villa Madero o Tapiales. Íbamos desviándonos, pero al mismo tiempo acercándonos, era un recorrido zigzagueante para poder llegar lo más cercano a Ezeiza, pero al mismo tiempo eludiendo la acción de la represión. Al mediodía recibimos la información, porque algunos compañeros iban con radio, irían con alguna Spika, de que Perón había aterrizado en suelo argentino. Sería cerca del mediodía, y los que estábamos cerca con lágrimas en los ojos nos abrazamos y gritamos desaforadamente. Cantamos la marcha, nos había cambiado la vida. También las fotos de los días siguientes que también son muy significativas y fundamentales. Esa noche, del 17 de noviembre, recuerdo, llegué a mi casa destruido, cansadísimo. Satisfecho, orgulloso pero muy cansado. Y recuerdo que dormí de forma brutal. A la mañana siguiente la desesperación era conectar con los compañeros. Para saber qué hacíamos, dónde estaba Perón, qué estaba haciendo. En mi casa no había teléfono y fui al bar de la esquina de casa, Cochabamba y Defensa. Había en una de las columnas del salón un teléfono negro y comencé a llamar. No podía comunicarme con nadie. No atendían, estaba ocupado. Entonces regreso a mi casa con un poco de bronca y mi viejo ya había sacado un televisor enorme que teníamos hasta la puerta de la habitación del inquilinato. Estaba él, mi vieja y todos los vecinos. Cuando llego veo en la pantalla que está Perón. Está saludando. Perón está saludando en una ventana, en la casa de Gaspar Campos. Y estaba vestido con un pijama a rayas. Saludaba con las dos manos en alto, su saludo tradicional.
Recuerdo que mi reacción fue espontánea como supongo habrá sido la reacción de la inmensa mayoría de los compañeros y compañeras. Salí y fui hasta el local, lo habilité y se llenó a los pocos minutos de todos los vecinos y compañeros que frecuentaban la unidad básica. El local estaba en Carlos Calvo al 400, y lo que hicimos fue ir a Paseo Colón, donde está ahora el Ministerio de Agricultura. En una de las esquinas salía el colectivo que ahora es el 130 que iba para la zona de Gaspar Campos. Nuestra idea era tomar el colectivo. Fuimos cantando, gritando, y bajamos por las barrancas de Carlos Calvo y Colón. Lo curioso era que estaban los colectivos en fila, y en el primer colectivo que estaba encabezando esa fila el chofer estaba al lado de la puerta. Entonces cuando nos íbamos acercando el chofer nos decía “suban suban”. El tipo se auto secuestró. El tipo estaba ahí para que el colectivo sea tomado e ir hasta Gaspar Campos.
Cuando llegamos por la avenida Maipú, todo estaba lleno de gente. Muchos coches, gente caminando con banderas argentinas, envueltos en las banderas. Cuando nos bajamos del colectivo, por avenida Maipú, en Vicente López, por una calle que era como una corriente de gente que bajaba para el lado del río hasta la intersección de Gaspar Campos. Doblamos y nos pusimos al frente de la casa de Perón. Nos quedamos ahí porque Perón salía cada tanto, aparecía y saludaba. Por supuesto cuando él aparecía era una locura, saltos, gritos, llantos y abrazos hasta que Perón volvía a entrar. En ese momento ese grupo de compañeros seguía la corriente de la gente que se desplazaba hasta la otra esquina dando paso a los compañeros que venían de atrás. Esto duró dos o tres días. Recuerdo también haber ocupado la casa de enfrente de la casa de Perón. Recuerdo haber entrado a esa casa y subir hasta el primer piso y fue el momento donde más cerca lo tuve a Perón. Me asomé a un balcón terraza de una casa preciosa que estaba a la misma altura de donde estaba la ventana de Perón. Estos son recuerdos que tengo que van a dar vuelta por mi vida hasta que muera. Recuerdos muy profundos y sentidos que uno lleva a lo largo de toda su vida.
Creo que es un hecho político de trascendencia. Me parece que una de las varias razones por las que Perón estaba ahí, había una que para mí es la más trascendente de todas. El pueblo peronista había tenido la esperanza y la fe que Perón iba a volver. El comentario del compañero que me dijo “para poder estar mejor tenemos que esperar a Perón” era un comentario compartido por la inmensa mayoría del pueblo argentino. Y estaba depositada esa fe del pueblo entonces él vino para confirmar esa fe y esa esperanza. Perón vino para decir “cuando el pueblo tiene fe y tiene esperanza todo es posible”. Ese es el camino. Por eso digo que no fue todo igual. Eso cambió, nos dio fortaleza. La concreción de nuestra fe dio fortaleza a lo que vino después. Entre idas y vueltas, entre avances y retrocesos, en definitiva, el peronismo hoy sigue estando vigente.
*Integrante del Centro de Estudios Laborales (CEL).