Héroes de Malvinas: entrevista a un sobreviviente del hundimiento del crucero General Belgrano
Por Juan Borges
En el marco del °40 aniversario, el ex combatiente y héroe de Malvinas, Mario Eduardo González, dialogó con AGENCIA PACO URONDO. González formó parte de la tripulación del Crucero ARA General Belgrano al momento en que se perpetró el hundimiento de la embarcación. De esta manera, el soldado habló del crimen de guerra ordenado por la ex primera ministra del Reino Unido, Margaret Thatcher, el 02 de mayo de 1982.
AGENCIA PACO URONDO: ¿Cómo llega a ser usted tripulante del crucero General Belgrano?
Mario Eduardo González: Yo soy sobreviviente del hundimiento del crucero General Belgrano donde fallecieron 323 héroes de la República Argentina. Tteniendo 16 años en 1981 ingreso a la armada argentina con el afán de pertenecer a esa fuerza y de esa manera defender a la Patria. Un año de estudio y formación y después me destinan al ARA General Belgrano en diciembre de 1981. De allí realizamos una navegación como parte de la instrucción con la cual recorremos puertos, desde Bahía Blanca a Puerto Madryn, Ushuaia, Punta del Este. Regresamos al puerto General Belgrano con una avería en uno de los motores.
APU: ¿Cómo recuerda el 02 de abril de 1982?
MEG: El 2 de abril en el izamiento del pabellón nacional se nos informa que habían sido recuperadas las Islas Malvinas y en dicha acción se contaban dos bajas entre ellas, la del cabo Pedro Edgardo Giachino. A partir de allí se inició un cambio radical en todo el escenario y en mi principalmente. Era el inicio de la guerra. Nosotros estábamos preparados para ello como soldados. Necesitábamos reparar nuestro buque averiado para poder estar en óptimas condiciones en caso de desatarse un combate mayor. Finalmente, el 16 de abril zarpa el crucero General Belgrano con 1093 tripulantes a bordo, con dos muchachos civiles que atendían la cantina del buque. Habíamos cargado municiones y víveres. Nuestro primer destino fue la Isla de Los Estados, de allí realizamos la prueba de todo el armamento. Cada uno ocupa su rol. Ingresamos al puerto de Ushuaia a recargar municiones. Poner los tanques de combustible para finalmente zarpar. Nuestra orden era custodiar el Mar Argentino y las costas. Mientras debíamos esperar órdenes. Después llegaron órdenes que debíamos desplazarnos al norte de las Islas, íbamos a realizar un ataque conjunto con la aviación contra una flota británica que pretendía desembarcar.
APU ¿En ese marco se les ordena salir del área de exclusión?
MEG: Antes de llegar nos llega una contraorden que debíamos regresar al continente para quedar en alerta y custodia ante cualquier eventualidad debido a que se había frustrado el ataque en pinza que íbamos a realizar. Estábamos fuerza de la zona de exclusión cubriendo montajes de guerra en cubierta durante las 24 horas, nos íbamos relevando cada cuatro horas. Nuestros superiores insistían en los ejercicios de simulacro de diferentes situaciones. Antes de las 12 del mediodía mandan a descansar a toda la tripulación que no cubría cruceros de guerra. A mí en esa oportunidad me toca cubrir el montaje 44 de antiaéreo que me tocaba en el horario del 12 del mediodía hasta las cuatro de la tarde. El viento era muy frio con la bruma del mar, el viento y el oleaje era agotador. A las 15 50 nos vienen a hacer el relevo.
Asimismo, se había mandado a descansar a los tripulantes que no cubrían el crucero de guerra. Todos los que estaban en el montaje deciden ir a descansar. Yo con otros dos compañeros y también otros dos que nunca pude recordar sus nombres porque no eran de nuestra división. Nos desplazamos para buscar agua caliente a la cocina para tomar mate, pasamos por la panadería pedir unas facturas a nuestro compañero de la panadería. De ahí nos dirigimos a la primera cubierta principal en la zona de cantina. Nos sentamos, nos relajamos porque supuestamente estábamos fuera de la zona de exclusión y nada podía pasarnos. Sin embargo la alerta era continua.
APU: ¿Cómo fueron los ataques al buque?
M.G.: Sentimos las explosiones del primer torpedo que impacta en la zona de popa y después la segunda pega en la parte de proa donde corta más de diez metros ante lo cual la entrada de agua al buque era incontrolable. No se podía detener el ingreso de agua en el buque. Yo sentí como que había caído una bomba en cubierta, considerando el movimiento del mar. Parecia como que habían aplastado desde cubierta hacia abajo. Se produce un apagón, un silencio total. Comezaron a escucharse los gritos de mis compañeros pidiendo auxilio, el calor del lugar se elevaba cada vez más, el humo adentro del buque era similar a cuando se queman cubiertas de vehículos. No encontraba mi salvavidas, debíamos subir a cubierta. Los otros compañeros decidieron ir a proa, a cubierta principal. Debíamos avanzar en plena oscuridad con mucho cuidado. El buque se seguía inundando cada vez más, se escoraba cada vez peor, cada vez se inclinaba más el buque. Llego un momento que se hizo irrespirable el lugar. Meto las manos en el bolsillo de mi gabán y agarro una bufanda con la cual me cubro la boca para poder respirar. Después evidentemente me desmaye al igual que mi compañero Juan Sanchez. Estuve desvanecido cerca de quince minutos. Me despierta algo frio y grasoso en la cara.
APU: ¿Qué sucede después de aquella explosión?
M.G.: Despierto y levanto la vista, me intento levantar y percibo que mis piernas no me funcionan, atino a arrastrarme para poder llegar a la escalera, me iba trepando con las manos, pero ante cada movimiento del buque se hacía más difícil para poder subir. Llegaba hasta la mitad de la escalera y volvía a caer hasta abajo. A la tercera vez le pedí a Dios que me ayudara para poder salvarme llegando a cubierta. Dios existe y me dio las fuerzas suficientes para poder treparme con las manos hasta la cubierta principal, allí del esfuerzo creo que me volví a desmayar. Allí un compañero llamado Raúl Avalos que ahora es obispo y está en Ushuaia, estaba por tirar su balsa con unos tripulantes, se da vuelta y me divisa, desata su balsa y se acerca a ayudarme. Me vio muy mal, despidiendo hollín por mi nariz, yo no estaba consiente me dijo. Cuando intenta cargarme a la balsa se da cuenta que se habían soltado los cabos de ella y no pudimos subir. Diviso otra en proa y nos dirigimos hasta allí, me ayudo a bajar la escalera, nos apoyamos sobre la escora. Salto sobre la balsa y caigo afuera. Caigo sobre el costado, los compañeros que estaban cerca me manotearon para ayudarme. Me suben a la balsa y me colocan con los demás tripulantes. Nuestra mayor preocupación era alejarnos del casco del buque porque teníamos miedo que al hundirse el buque fuéramos succionados. Se nos rompieron los remos, al rato el buque se hundió. Por suerte no arrastro ni succionó ninguna balsa. En la balsa debimos soportar grandes temporales, bajas temperaturas de hasta 10 grados bajo cero. Nos abrazábamos del frio y nos orinábamos encima para soportar tanto frio y mojados. Pasamos todo el día domingo y lunes en esa situación, recién el día martes nos divisa un avión. Nos resultaba difícil creer que estuviéramos vivos después de todo aquello. Se acerca la Bahía Paraíso que nos rescata, bajan los rescatistas y nos dicen que primero debían arribar los heridos y los quemados. Subimos a cubierta casi desvanecidos de tanta debilidad. Nos ayudaron a bañarnos, tomamos algo caliente, nos vistieron. Se rescataron otras balsas con pocos tripulantes quemados algunos fallecidos. Era muy lastimoso saber que se habían salvado de los torpedos Ingleses y se murieron de frio.
APU: ¿Cuál es su reflexión a cuarenta años de aquella guerra?
M.G.: Al regreso me di cuenta el daño que provoca la guerra en las familias de los que defendimos la soberanía nacional. El dolor y la incertidumbre de no saber qué pasa, si estamos vivos o muertos. Las madres que todavía esperan a sus hijos, que nunca van a regresar porque son eternos guardianes del mar y del crucero. Saber que la guerra no conduce a nada, la soberanía de nuestras islas hay que recuperarlas de otra manera. La posguerra también provoca un daño inmenso. Amar a nuestro país, prepararnos para ser cada vez mejores. Como mensaje a las nuevas generaciones les diría que hay muchas tumbas donde se puede llevar una flor, una ofrenda o sentarse a llorar a un héroe, un soldado o un veterano que ha dado su vida por la patria, pero en cuanto a los muertos del crucero General Belgrano que está en las profundidades del mar es muy difícil llegar a ellos. La mejor manera es hacer trascender que su muerte no fue en vano. Es a través de la memoria, recordándolos en todo lo que hicieron. Por eso para cerrar diría viva el Crucero General Belgrano, vivan nuestros héroes y viva la Patria.