Jauretche y el pensamiento nacional hoy
Este mes se han cumplido cincuenta años del fallecimiento de Arturo Jauretche (1901-1974), uno de los pensadores más importantes de la historia argentina. En homenaje a su figura vamos, en primer lugar, a recuperar algunos aspectos esenciales de su vida y obra, para luego, en segundo lugar, extraer de allí algunas notas para la tarea intelectual en la actualidad. De este modo, ampliamos las notas para el pensamiento nacional en el siglo XXI que iniciamos en “La reina y sus cipayos” (2022) y continuamos en “La patria y sus intérpretes” (2023).
San Jauretche
Le duela a quien le duela, Jauretche está entre las figuras intelectuales más importantes del siglo XX argentino. Sin embargo, su reconocimiento en cuanto tal es escamoteado hasta el presente. En las universidades, a las que combatió denodadamente por su impronta liberal y cosmopolita, casi no se lo lee. Y, en el peronismo, donde se mantiene el recuerdo de su nombre, se ha transformado en liturgia y estatua; algo que, por cierto, al propio Arturo hubiera molestado bastante. La crisis espiritual del movimiento nacional es también un debilitamiento de las ideas-fuerza que laten en sus libros. En fin, no se trata aquí de recriminar, sino de evidenciar una ausencia y, sobre todo, revitalizar y actualizar un legado.
¿Por qué decimos que Jauretche se cuenta en el puñado de los más influyentes pensadores de nuestro país? Básicamente, por su impacto en la realidad social y política en dos momentos clave de la historia argentina. Nótese que es un indicador de éxito distinto al que se ha impuesto en el ámbito intelectual de las últimas décadas, dominado por una evaluación consistente en computar la “cantidad de citas en artículos científicos”. De un lado, un criterio de importancia situado en nuestro contexto; del otro, un parámetro academicista que deslocaliza el conocimiento y adopta una supuesta frontera internacional de la ciencia. Pero no nos vayamos de eje. Las dos etapas cruciales en que Jauretche destacó por su labor intelectual fueron las décadas de 1935-1945 y de 1955-1968. A continuación, reponemos lo central de cada una.
Corría 1935 cuando un grupo de jóvenes, buscando mantener viva la herencia del yrigoyenismo en plena Década Infame, crearon la Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina (FORJA). Se trató de lo que hoy denominaríamos una “usina de pensamiento” (por favor, no caigamos en la tilinguería de decirlo a lo gringo, que si aquellos pensadores escuchasen que eran un think tank les provocaría un entripado bárbaro). FORJA, presidido por Jauretche, representó en la vida cultural de nuestro país varias cosas. Primero, el pasaje de un antiimperialismo abstracto a un antiimperialismo concreto. Es decir, de ser una proclama declarativa a basarse en estudios documentados, en los cuales se evidencia el modo en que las metrópolis incidieron —y aún lo hacen— en nuestra configuración nacional de modo de garantizar y perpetuar sus intereses. Sin dudas, la figura más sobresaliente en ese tránsito fue la de Raúl Scalabrini Ortiz (1898-1959). Pero el rol del joven Jauretche es crucial como divulgador de ideas y articulador del emergente pensamiento nacional-popular.
Además de sus aportes en esta doble dimensión, cabe agregar dos más. Por un lado, la creación de un nuevo lenguaje político. Su papel fue central en la construcción del vocabulario que sirvió para expresar el choque de fuerzas sociales a partir del 17 de octubre de 1945. Palabras como “vendepatria” o “cipayo”, o el uso y difusión de “oligarca” para definir al bloque dominante, las debemos al ingenio propagandístico de este autor. Por el otro, la síntesis programática de FORJA ―expresada en el lema: soberanía política, independencia económica y justicia social― encontró en Jauretche un vehículo fundamental hacia Perón, a quien visitó asiduamente durante 1944 en su oficina de la Secretaría de Trabajo y Previsión de la Nación. Las tres banderas y el programa del gobierno justicialista deben mucho a esos encuentros y, sobre todo, a las elaboraciones intelectuales del grupo de pensadores presidido por Jauretche, disuelto al iniciar la revolución nacional que cumplía sus anhelos.
La segunda etapa en que más significativa fue la labor de este gran pensador abarca desde 1955 a 1968. Tras el golpe a Perón comenzó su fase más prolífica de producción intelectual, que va desde “El plan Prebisch: retorno al coloniaje” (1955) hasta el “Manual de zonceras argentinas” (1968), pasando por “Los profetas del odio” (1957), “Ejército y política” (1958), “Política nacional y revisionismo histórico” (1959), “FORJA y la década infame” (1962) y “El medio pelo en la sociedad argentina” (1966), entre otros libros y decenas de artículos periodísticos. En poco más de una década, Jauretche escribió esta serie de obras con un impacto muy importante en el proceso de nacionalización de las clases medias. Es decir, el abandono de una mirada liberal y extranjerizante y la adopción de un sentir nacional-popular de parte de estos sectores, como preámbulo de la radicalización social que ocurriría desde 1969. No se trata aquí de hacer un balance de los setenta, sino de destacar que el espíritu antiimperialista y crítico de esos años se nutrió en buenas dosis de las obras de Jauretche de la década anterior (de hecho, sus libros fueron reimpresos sucesivamente, constituyendo verdaderos éxitos editoriales).
Por supuesto, ese clima no es atribuible exclusivamente a don Arturo. La influencia de acontecimientos internacionales (como la Revolución Cubana, el Mayo Francés y los movimientos de liberación en el Tercer Mundo) y de circunstancias nacionales (como la proscripción del peronismo, la masificación de las universidades y los límites del desarrollo dependiente) fueron fundamentales. Pero el modo específico en que se tramitaron esos sucesos en el país tuvo que ver mucho con la incansable labor de Jauretche y de otro gran pensador nacional: si en el período anterior su principal “socio intelectual” fue Scalabrini Ortiz, en esta segunda etapa Jauretche hizo yunta con Juan José Hernández Arregui, cuyas fases más productiva son coincidentes casi año por año (desde “Imperialismo y cultura” en 1957 hasta “Nacionalismo y liberación” de 1969, pasando por “La formación de la conciencia nacional” de 1960 y “Qué es el ser nacional” de 1963).
La obra multifacética de Jauretche en esta década recorre la economía, la historiografía, la sociología, la política, la educación y el análisis cultural, de las ideas y de los intelectuales. El hilo conductor de sus reflexiones es la crítica de la intelligentsia neocolonial que, fascinada por la cultura europea y norteamericana, enuncia verdades y aplica acríticamente recetas importadas. Al desconocer la situación argentina y latinoamericana, incluso al despreciar las condiciones locales, sus propuestas fracasan sistemáticamente y, lo que es peor, colaboran con la reproducción del subdesarrollo. En la polémica de nuestro autor con las ideas dominantes no le interesan tanto los intelectuales y sus miradas puntuales como los efectos prácticos de la colonización cultural y pedagógica, que encuentra en las clases medias su instrumento de aplicación. Su discusión no es vana erudición e intercambio de conceptos etéreos: es pelea política en donde se juega la posibilidad de romper con nuestra dependencia y de avanzar en el sendero de la liberación nacional.
Notas para el pensamiento nacional hoy
Una nueva generación intelectual está formándose en un proceso que se expresa, entre otras cosas, en la creación del Foro del Pensamiento Nacional Latinoamericano en 2022 y su primer Congreso en 2023. Desde el Foro se vienen realizando homenajes a Jauretche en todo el país, como poco antes se hicieron a Enrique Dussel y a Rodolfo Kusch (y en septiembre se realizarán a Hernández Arregui). Su surgimiento responde a la búsqueda intelectual de un grupo de jóvenes pensadores que reaccionan a dos circunstancias que, de conjunto, constituyen el contexto oscuro en que estamos inmersos.
Por un lado, la sucesión desde 2016 de gobiernos liberales y entreguistas, con un tibio impasse entre 2019 y 2023. Por el otro, la pérdida de perspectiva en el movimiento nacional-popular. Como botón de muestra, recordemos que las fórmulas presidenciales fueron encabezadas por un neoliberal en 2015 (Scioli), un liberal progresista en 2019 (Alberto) y un desarrollista en 2023 (Massa). Mientras el kirchnerismo se encuentra en retroceso desde 2015, expresión de lo cual son las luchas internas que se expresan públicamente, sin encontrar un rumbo en sus liderazgos tradicionales ni aceptando el surgimiento de nuevos referentes por fuera de su control. Todo lo cual ha resultado en los peores resultados electorales en la historia del peronismo, en la proliferación de lógicas facciosas, en la desmoralización y en una crisis de conducción.
En tal situación estamos. Frente a ello, emergen sectores que no quieren poner la basura bajo la alfombra, que entienden que en las limitaciones del propio movimiento nacional están algunas de las causas de su crisis y que es preciso explorar nuevos caminos. No está claro que lo vayan a lograr, ni por dónde. El escenario está abierto. Por eso mismo es fundamental dotar de calidad al pensamiento nacional que busca expresar y encauzar ese proceso. No alcanza con diagnosticar el desastre de las políticas libertarias: necesitamos ideas que permitan superar la crisis del movimiento nacional.
Como señalamos al inicio, en dos artículos anteriores enumeramos diez notas para el pensamiento nacional de hoy. A continuación, se presenta una breve síntesis de ellas. Luego, se proponen cinco lineamientos más, inspirados en el accionar de Jauretche. Por supuesto, no se ofrecen como verdades absolutas, sino como pautas para una discusión sobre el tipo de pensamiento que necesitamos, sus interrelaciones, sus métodos y sus metas. Estamos perdiendo la batalla cultural, lo que implica el máximo esfuerzo por mejorar nuestras armas intelectuales, porque, como dijo José Martí, “trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra”.
Las diez directrices desarrolladas en “La reina y sus cipayos” y “La patria y sus intérpretes” pueden resumirse en:
I) La afirmación de lo nacional latinoamericano como marco de pertenencia y referencia, identidad y encuadre estratégico;
II) El rechazo al chauvinismo y el “ombliguismo”, y la necesidad de un pensamiento que se abra al mundo y los problemas de la humanidad, asumiendo nuestro aporte específico, nacional, a la diversidad global;
III) El abrirse a la teoría contemporánea para dar cuenta de las nuevas problemáticas y las circunstancias del presente (por caso, los efectos de las nuevas tecnologías), sin descuidar las raíces en los autores clásicos del pensamiento nacional latinoamericano, para evitar ser arrastrados por las modas intelectuales del norte;
IV) La necesidad de construir una imagen positiva de nuestra sociedad, o sea, la tarea de construir y ampliar desde la producción intelectual el amor propio como país y como región, yendo a contracorriente del menosprecio y autodenigración promovidos por la producción cultural dominante;
V) El asumir una dimensión profética, es decir, trabajar en ofrecer un futuro deseable, una utopía por la que luchar, de modo de fortalecer el optimismo de la voluntad, la vocación transformadora de nuestros pueblos;
VI) La importancia del trasvasamiento y diálogo intergeneracional, lo que implica para los jóvenes pensadores abandonar el lugar de comentadores y asumir plenamente el mandato de la creación original;
VII) La necesidad de pensar en grande, salir de la posición defensiva y proponerse impactar a todo nivel y escala, proyectando iniciativas cada vez mayores y explorando los nuevos formatos estéticos (podcast, contenido audiovisual, imágenes, etc.);
VIII) Construir la unidad en la diversidad, recuperando el valor de la polémica y el contrapunto, sin miedo a las diferencias, pero cuidándonos del divisionismo, los difamadores y sembradores de desconfianza;
IX) Delimitar claramente la relación con lo académico, reconociendo la complejidad del vínculo entre pensamiento nacional y universidad, de modo de aprovechar su potencialidad y evitar las derivas academicistas;
X) Tender los puentes hacia otros sectores sociales, incluyendo todas las manifestaciones de la vida orgánica de un pueblo (sindicatos, movimientos sociales, iglesias, empresariado, fuerzas armadas y de seguridad, asociaciones profesionales, comunidad científico-tecnológica, poderes del Estado, partidos políticos y medios de comunicación, entre otros).
Hecha la recapitulación, proponemos cinco nuevos lineamientos, que extraemos del ejemplo de vida y labor intelectual de Jauretche:
XI) Ser consecuentes, ante todo, con el país, manteniendo siempre presente el principio que indica “primero, la patria, luego, el movimiento, por último, los hombres”; esto implica para los pensadores nacionales no reproducir lógicas facciosas ni personalistas, priorizar el sentido nacional atravesando los tabicamientos construidos por sellos, tradiciones o liderazgos, y asumir la incomodidad de estar a la intemperie con la íntima convicción de que es el único camino posible para regenerar al movimiento nacional;
XII) Buscar el reconocimiento del pueblo trabajador, así como de ese vasto entramado social que componen las fuerzas nacionales, y no los oropeles de la academia, ni del poder o el dinero; así, el pensador nacional aspira y dedica sus energías a recorrer la Argentina en sus distintos estamentos con su prédica y, sobre todo, sale del confort de las universidades, sus revistas y congresos y se adentra en la realidad y sus volcanes, siendo su mayor premio el avance en la conciencia nacional;
XIII) Responder a las batallas intelectuales donde se presente la necesidad de los máximos esfuerzos mentales, lo que implica ser dúctiles, flexibles, y brindar nuestra fuerza de trabajo como un servicio en función de las peleas centrales que reconocemos en cada etapa (exactamente lo contrario a la hiperespecialización del investigador académico); con el cuidado de no caer en el coyunturalismo permanente, ya que no se trata de eso, sino de identificar temas cruciales donde el aporte analítico de un pensador nacional puede hacer la diferencia;
XIV) Ser coherentes con un método crítico de pensamiento que implique partir de la observación de lo real, para luego ir a lo abstracto, y no pretender la deducción y aplicación de esquemas prefabricados; lo que no supone rechazar la teoría, sino reconocer, como hicieron desde Marx al papa Francisco, la primacía de lo concreto, y otorgar un papel epistemológico a la experiencia y al saber popular expresado en el buen sentido, como punto de apoyo para cuestionar las zonceras de ayer y de hoy;
XV) Desarrollar un estilo de comunicación que busque llegar a públicos lo más amplios posibles; nuestra época se diferencia de la de hace medio siglo en que hemos perdido la mayoría social y, si Jauretche se preocupaba por poder ser leído por la mayor cantidad de gente (haciendo uso del humor, la anécdota, la reiteración, la escritura “oralizada”, el refranero criollo), esa búsqueda es más acuciante hoy en día.
Dicho esto, a arremangarse y trabajar mucho, todo el tiempo, obsesivamente, por la batalla cultural que precede y acompaña a la liberación nacional y social. De poco sirve llorar por la leche derramada, más vale ir a ordeñar la vaca de nuevo. Así que, a romper la pereza y, sobre todo, la pasividad de estar consumiendo contenidos ajenos o ser meros comentadores sin energías. Es preciso asumir el esfuerzo constante de la creación, en ello se nos va la vida. Es cierto, la colonización cultural ha crecido y se ha hecho capilar su influencia… pero tenemos siempre algo a favor: la realidad. Y es que el modelo social y económico por ellos propuesto conduce a la ruina nacional y a la infelicidad colectiva. Ese es nuestro punto de apoyo para la crítica. Pero —arrímese para escuchar bien— necesitamos, además, de métodos de luchas e ideas de gobierno, de repensar las formas de vivir en comunidad, de profundizar en valores, de sueños que perseguir y de un proyecto que enamore. A ello debe contribuir el pensamiento nacional hoy.
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