Memorias de Malvinas, la patria mutilada
Por Jorge Giles | Ilustración: Gabriela Canteros
Cuando el 30 de mayo de 1810, a sólo cinco días de la Revolución, la Primera Junta presidida por Cornelio Saavedra consideró el reclamo del penúltimo gobernador español en las Islas Malvinas por el pago de sus salarios adeudados, los patriotas no tuvieron dudas: si aquellas islas eran parte de nuestro territorio había que pagar lo adeudado. ¿Pero cómo registrar ese gasto en el libro contable recién inaugurado por la Revolución? Se preguntaron.
"Como si fuera un buque navegando”, fue la respuesta de los jefes criollos. Quizá no advirtieron que este primer acto administrativo sería la expresión de nuestra voluntad soberana, desde entonces y para siempre.
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Cuando el General José de San Martín convocó a integrar las filas de su Ejército libertador a “nuestros paisanos los indios”, a los negros y mulatos, a criollos y a inmigrantes, también convocó a quienes estaban presos en Malvinas reconociéndolos de esa forma como parte de la misma patria que se estaba construyendo.
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Cuando el gobierno patrio decidió enviar al Comandante David Jewet al mando del buque “Heroína” a plantar una bandera argentina en las Islas y lanzar una proclama para que el mundo sepa que Malvinas también era argentina, el flamante país de los argentinos estaba certificando ante la historia el alcance legítimo de su soberanía.
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Cuando es nombrado comandante militar de Malvinas, Pablo Areguatí, indio guaraní y soldado de la independencia con Manuel Belgrano, primer Alcalde de Mandisoví, pueblo fundado por el creador de nuestra enseña patria, fue como si la historia se adelantara a los tiempos y sentara la presencia de nuestras raíces originarias allí en las Islas.
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Cuando Luis Vernet, nombrado Comandante político y militar de Malvinas, también por orden del gobierno patrio, emprende la epopeya de levantar un pueblo allí donde ruge el viento y el mar la envuelve soberana, junto a su hermano Emilio y el centenar de criollos y de indios que los acompañaban, se creó Puerto Luis, en la Isla de la Soledad y más allá otro poblado y más allá otro y los bautizaron con los nombres de nuestros primeros gobernantes criollos: “Dorrego” y “Rosas”. Y así lo asentaron los papeles de la historia.
Todo esto sucedió entre 1810, 1816, 1820, 1824 y 1829.
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Es decir, allí la patria estaba en plena formación cuando llegó el usurpador inglés en 1833. La resistencia al invasor no la hizo el coronel de marina José María Pinedo, que se rindió de inmediato y regresó a Buenos Aires; la resistencia heroica la hicieron el Gaucho Antonio Rivero y un puñado de criollos y de indios que lo acompañaban. La historia de los argentinos mucho le debe aún a la memoria del Gaucho Rivero, prisionero un año después de la invasión, engrillado y trasladado a Londres en la nave “Beagle” del marino inglés Fitz Roy, quien fuera acompañante oficial del naturalista Charles Darwin.
Sería de toda justicia que, por ejemplo, todas las calles y todos los lugares naturales que hoy llevan injustamente el nombre del inglés, llevaran el nombre de Antonio el Gaucho Rivero, argentino, nacido en Arroyo de la China, hoy Concepción del Uruguay, Entre Ríos, peón rural, y de quien dijeron los historiadores Fermín Chávez y José María Rosa, entre otros, que habría muerto combatiendo en la Batalla de la Vuelta de Obligado en 1845.
Cultivar y divulgar estos saberes es hacernos cargo que la Causa Malvinas tiene los mismos años que la patria; nació y creció con ella, mutilada, herida, ultrajada, pero siempre fue y será parte de la patria de los argentinos y argentinas.
El día que la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner, en 2011, nos honró con la compleja pero orgullosa misión de construir un museo que rescate desde la democracia y para la democracia tan noble Causa, nos propusimos investigar a fondo esa historia escondida por “la historia oficial” de cuño mitrista, para traducir luego esa investigación en un guión museológico que expresara la historia larga de Malvinas.
Y allá fuimos al encuentro de esa historia para demostrar la usurpación colonial a nuestra soberanía, pero también para denunciar la destrucción y el abandono de un pueblo que supo estar dedicado a la ganadería, a la pesca, al comercio de madera con el continente, a la hospitalidad con hombres de todo el mundo que arribaban a su muelle y a la amistad con los hermanos Tehuelches comandados por la Cacica María la Grande, agasajada por Vernet con muchos días de festejos en la Isla.
Y también entendimos en ese cometido que las Malvinas son las islas más grandes de la Patagonia argentina, que no eran “parecidas” su flora y su fauna a las de nuestras costas continentales, sino que eran en muchos casos los mismo ejemplares de aves y ballenas y elefantes marinos los que hacían la travesía marítima entre Península Valdés en Chubut, o Rio Gallegos en Santa Cruz o Tierra del Fuego y el archipiélago de Malvinas.
El vuelo de un albatros tiene la misma validez que el Tratado de Tordesillas para demostrar nuestra soberanía sobre Malvinas. Todavía no se ha demostrado que un solo pájaro de Malvinas vuele hasta Londres o Liverpool.
De todas estas cosas hablamos cuando hablamos de la Causa Malvinas. En este recorrido debemos valorar la decisión de nuestra hermana República de Bolivia que fue el primer país en manifestar su solidaridad con Argentina ante la usurpación británica. ¿Lo sabíamos? A pocos días de la invasión inglesa del 3 de enero de 1833, Bolivia ofrece todas las fuerzas armadas de las que disponía para ir al rescate de Malvinas. Estaban gestando la Causa Malvinas como una causa profundamente regional y latinoamericana.
Gran parte del siglo 19 transcurrirá con la titánica tarea del embajador argentino en Londres, Manuel Moreno, digno hermano de Mariano, denunciando la usurpación y exigiendo al usurpador, por la vía pacífica y diplomática, la devolución de Malvinas a sus legítimos soberanos: los argentinos y las argentinas. El siglo 20 será más intenso en el reclamo pacífico. El primer diputado socialista, Alfredo Palacios, se cargó la Causa al hombro y batalló por ella desde su banca en el Congreso y desde la Junta por la Recuperación de Malvinas.
Será el presidente, Juan Domingo Perón, en 1946, quien presentará el reclamo por nuestra soberanía en la flamante Organización de Naciones Unidas desde su primera sesión. Los textos escolares de sus primeras dos presidencias dan cuenta de la pedagogía malvinera que le imprimió el peronismo a la currícula educativa.
En su tercera presidencia, Perón (1973-1974) promulgará la ley que instituye el Día de la Afirmación de los Derechos Argentinos sobre las Malvinas, Islas y Sector Antártico, al 10 de Junio, en reconocimiento a la fecha de creación de la primera Comandancia argentina en las Islas en 1829. Esta ley será reafirmada una década después por el presidente Alfonsín, desandando el propósito de la dictadura de Galtieri de apropiarse de la fecha conmemorativa de Malvinas, asociando el conflicto armado de 1982 con la digna y pacífica lucha por nuestra soberanía.
El Museo Malvinas e Islas del Atlántico sur fue inaugurado, precisamente, el 10 de Junio de 2014. Otro gran impulsor del reclamo soberano fue el presidente Arturo Illia, que instruyó a su delegado ante la ONU, José María Ruda, para lograr lo que fue y es hasta hoy la principal conquista de la diplomacia argentina: la Resolución 2065 que insta a Gran Bretaña y Argentina a dialogar sobre un entendimiento pacífico para el fin de la usurpación colonial. No nos faltaron las muestras de heroísmo civil argentino en el reclamo.
En 1964 será Miguel Fitzgerald, el aviador solitario que llegará a Malvinas piloteando su avión Cessna para proclamar que esas Islas son argentinas. Será el cineasta Raymundo Gleyzer el primero en filmar un documental sobre Malvinas en las propias islas. Este joven militante comprometido con la belleza y con las causas populares de Argentina y Latinoamérica se convertirá luego en uno de los 30 mil desaparecidos por la última dictadura.
En 1966 será Dardo Cabo al frente de sus compañeros del Operativo Cóndor los que tomarán un avión de Aerolíneas Argentinas, lo desviarán de su destino a Rio Gallegos y aterrizarán en las Islas para desplegar siete banderas argentinas como expresión soberana en suelo malvinense y bautizar la capital isleña como Puerto Rivero, en homenaje al Gaucho. Con sus compañeros y su compañera, María Cristina Verrier, pagarán con la cárcel del dictador Onganía semejante osadía frente al imperio británico.
De los militantes de la Juventud Peronista que participaron del Operativo Cóndor, Dardo Cabo fue arrancado de la cárcel de La Plata y asesinado por la última dictadura, Pedro Cursi y Edgardo Jesús Salcedo fueron desaparecidos y forman parte de nuestros amados 30 Mil, Juan Carlos Ramírez fue asesinado por la Triple A y Andrés Castillo recuperó la libertad después de estar secuestrado en la tenebrosa Ex Esma.
Ellos son el cruel y doliente testimonio de que las dictaduras argentinas nunca fueron “nacionalistas”, sino liberales fascistas y genocidas.
Contra esta larga resistencia pacífica que aquí enunciamos se impuso en 1982 la dictadura cívico militar que desembarcó un 2 de Abril en Malvinas, no para liberarla del yugo colonial sino para perpetuarse en el poder.
Nuestra eterna condena a la dictadura genocida más sangrienta de nuestra historia, es inversamente proporcional al eterno homenaje que nos merecen los ex combatientes y veteranos, esos héroes argentinos, que regaron con su sangre el suelo malvinense.
El 2 de Abril, Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de Malvinas, es preciso reafirmar que nuestros soldados lucharon por la patria, los dictadores no. Por ellos y por las raíces más profundas de la causa que hoy recordamos muy brevemente aquí, es que nuestro compromiso de vida seguirá siendo volver a Malvinas de la mano de América latina. Para lograrlo, debemos insistir en la construcción de un nuevo paradigma de soberanía que armonice la Causa Malvinas con la defensa de la democracia, de los derechos humanos y la paz entre los pueblos del mundo. Nunca más la guerra.