Un gran peronista
Por Gabriel Fernández * | Ilustración: Gabriela Canteros
La nueva etapa que, pese a las discontinuidades, sigue atravesando la Argentina, surgió en las calles. La movilización masiva y contundente del 19 y 20 de diciembre del 2001 quebró el modelo liberal aperturista y desnacionalizador, anticipando en el orden planetario el inicio de la caída del Consenso de Washington.
Ese fuerte impacto social derivó en un estado de debate ampliado que favoreció el retorno a la política de una parte de la población descreída durante los años 90 y el emerger de una saga de gobiernos débiles que, sin embargo, cumplieron parcialmente con las exigencias populares.
En su semana, Adolfo Rodríguez Sáa dispuso una moratoria que más adelante contribuiría a encarar la renegociación de la deuda externa con vigor ; en su año, Eduardo Alberto Duhalde adecuó el tipo de cambio, durante una década dolarizado, y relanzó tímidamente una producción interna destruida desde 1976. Ninguno, sin embargo, resolvió el problema de la pobreza extendida.
Los comicios del año 2003 evidenciaron la dispersión política nacional. Un empate múltiple llevó, tras el conteo detallado, a establecer una grilla con dos finalistas: Carlos Saúl Menem y Néstor Carlos Kirchner. El primero optó por retirarse invicto de las contiendas presidenciales, al analizar que quienes no lo votaron en primera instancia jamás lo harían en un ballotage. Con un escueto nivel de respaldos, una economía doblegada y sin ser siquiera conocido por gran parte de la población, el gobernador santacruceño arribó a la Casa Rosada.
Allí se desplegó. Abrió las alas y mostró que los pingüinos pueden volar. Tras un arranque en modo tanteo, que le permitió hallar claves y visualizar senderos, se afincó y se definió como el verdadero ministro de Economía. En vez de apostar a un tenue desarrollismo que hubiera resultado insuficiente para salir del infierno, adoptó una serie de medidas activas que dinamizaron el mercado interno y fomentaron la producción y el empleo.
En simultáneo, absorbió las demandas de los organismos de Derechos Humanos –este periodista pudo cooperar con Eduardo Luis Duhalde en la Secretaría durante el tramo que desembocó en el gigantesco acto de la ESMA- y alineó ese rumbo con la política de Defensa, fracturando la unidad artificial entre los jóvenes oficiales y los viejos generales de la dictadura.
Audaz, se puso al hombro la construcción del Unasur junto a gobiernos equivalentes de la región, potenciando el Mercosur con un volumen que colocó al subcontinente como un eje de la naciente Multipolaridad.
Su gobierno fue brillante, acelerado. Esplendente. Punto más, punto menos, puede considerarse la gestión exacta que el país necesitaba en ese período dramático. Bien consciente de la situación y de la responsabilidad asumida, dedicó cada minuto de su vida a la labor de construcción política nacional, antes y después de su presencia en el Poder Ejecutivo. Lo pagó en salud. Fue una decisión nítida, personal, inobjetable.
Se equivocó, como Cristina después, como Alberto hoy, en el vínculo con las grandes corporaciones comunicacionales ensambladas con espacios financieros y exportadores. Extendió sus licencias televisivas y luego autorizó la fusión entre Multicanal y Cablevisión. Admitió pautas publicitarias que fortalecieron esos núcleos y les permitieron vapulear su obra y la de sus sucesores. No se privó de decirles lo que pensaba, pero el poder de fuego mediático se amplificó hasta el borde de lo tolerable. Ese factor no empequeñece lo actuado. Sólo evidencia la dificultad, para toda autoridad nacional popular, de contrastar con los monopolios.
Incentivó las obras de infraestructura, fomentó la producción industrial, activó el comercio y mejoró el poder adquisitivo de los trabajadores disponiendo el reinicio de las negociaciones paritarias. Todo esto permitió a un alicaído movimiento obrero ponerse de pie y acrecentar su poder, algo que el país puede valorar -si observa con detenimiento-, en el presente.
Con esas y otras acciones, enlazadas a un carisma singular, logró el renacer del peronismo como fuerza política y social, y contribuyó a orientar miles de jóvenes hacia la participación tras banderas que valían la pena. La autenticidad fue su firma y los pibes lo percibieron.
Hoy cabe recordar a un gran peronista: Néstor Carlos Kirchner, el hombre que sacó al país de la oscuridad, quien mediante el impulso de masas que redescubrieron la movilización, fijó una vara bien alta; de tal modo, devolvió una esperanza imprescindible para seguir luchando.
Su imagen nos demuestra que el patriotismo es posible.
*Director La Señal Medios / Area Periodística Radio Gráfica / Sindical Federal