A 13 años de Juno: cómo la comedia podía interponerse a los derechos
Marina Jiménez Conde
Suele ser injusto juzgar el pasado con los ojos del presente, pero siempre es necesario revisar lo visto para poder explicarnos por qué las cosas que antes pasaban desapercibidas ahora nos resultan incómodas o, incluso, ya nos dejaron de gustar. Esto puede pasar al volver a Juno, estrenada en 2007 durante el Festival Internacional de Cine de Toronto. Esta comedia romántica contaba la historia de una adolescente de 16 años —caracterizada por Elliot Page— que quedaba embarazada y decidía dar en adopción al bebé.
Tranquilamente podríamos pensar que la historia de Juno coincide con la situación ideal que plantean los sectores antiderechos ante embarazos no deseados: que las mujeres y personas gestantes tengan al bebé y lo entreguen en adopción. De hecho, Juno sale corriendo de una clínica de abortos luego de que una compañera de clase —que se está manifestando en contra de la interrupción del embarazo— le diga que el feto tiene uñas. A partir de ese gran argumento, y de que una amiga le comenta que puede buscar una familia adoptiva para el bebé, la adolescente no vuelve a replantearse nada, como si la decisión de gestar no fuera un proceso al que se llega, sino un arrebato de un momento.
La guionista, Diablo Cody, explicó en varias oportunidades que no hay una perspectiva antiabortista en el film y declaró: “Di por sentado el derecho a elegir cuando escribí el guión". Se puede argumentar que la decisión es tomada y sostenida por Juno, y que, como tal, no debería cuestionarse. Pero una posición así olvida que para que haya una verdadera elección se tiene que haber accedido a toda la información para saber las posibilidades reales que existen.
No parece ser el caso de Juno, que, por ejemplo, cuando va a la clínica a realizarse el aborto, la recepcionista, bordeando el absurdo, le ofrece preservativos con sabores mientras le comenta sobre su vida sexual con su pareja. Esto es lo que precipita su escape del lugar, sumado a la mención anterior. De esta manera, la opción del aborto nunca se llega a plantear seriamente con estas salidas cómicas inentendibles.
En Estados Unidos, desde 1973, el aborto es legal hasta la semana 12 y, a partir de allí, lo es cuando intervienen motivos de salud o si hubo violación. Pero en 2007, su legalidad no le quitaba presión social: cuando Juno le cuenta que está embarazada a su madrastra, ésta le pregunta si pensó en “la alternativa”. ¿Cómo Juno va a creer que practicarse un aborto es su derecho legítimo si las personas adultas que la rodean no pueden ni nombrarlo?
El estado ideal que plantea la posición antiderechos niega al embarazo en sí mismo: que se tenga que poner el cuerpo durante nueve meses con las transformaciones físicas y cambios psicológicos que eso implica, tomando a la persona gestante como un mero envase. Es cierto que en Juno el embarazo está presente a través de gráficas que marcan el paso de las estaciones del año, a la par que se puede ver el crecimiento de la panza de la protagonista. También se la muestra descontenta por su estado, quejándose por su cuerpo y queriendo pasar rápidamente por esa situación para volver a la normalidad y que sea otra persona la que asuma la responsabilidad sobre el bebé.
Sin embargo, el tiempo de pantalla que se le da a estas cuestiones no es mucho ni central. Y lo más importante es que, continuamente, el personaje de Elliot Page habla en forma de chiste sobre estos temas, entonces nunca se llega a tomar real dimensión de cómo se siente durante este proceso.
Si consideramos que la protagonista de la historia tiene 16 años, no debería exigirse que tenga una respuesta madura ante un embarazo no deseado, y hasta se podría analizar al humor como un mecanismo de defensa, que le sirve para atravesar el momento. Lo realmente sorprendente es que el resto de las y los adultos se manejen con el mismo grado de comicidad, cuando son quienes deberían aportar seriedad y brindar acompañamiento.
Se puede decir que la única adulta responsable de la historia es Vanessa (Jennifer Garner), la futura madre adoptiva. Pero detrás de su preocupación por Juno se oculta el interés de recibir un hijo de otra persona. La trama recuerda al alquiler de vientre cuando le ofrece dinero a Juno, aunque la joven responde enfáticamente que no le quiere “vender al bebé”.
Además de ser inverosímil el grado de relajación con el que se toman la noticia del embarazo, el padre de Juno y su pareja, con sus intervenciones, no ayudan a generar un clima de sensatez acorde a la situación. A esto se le suma el agravante de comentarios típicos de violencia simbólica, dichos siempre en tono cómico: el padre le dice que creía que sabía decir que no, y la madrastra asegura que la idea de tener relaciones sexuales no fue del chico que la embarazó, sino de ella. Más llamativo aún es que la película haya ganado el Oscar a mejor guión —recibió tres nominaciones en total—.
El carisma de Elliot Page resulta indiscutible, y la química que logra con su pareja en la ficción, Michael Cera, también lo es. Por eso mismo, la película fue estrenada en Argentina el 14 de febrero de 2008 y promocionada como una comedia romántica. Pero, por lo demás, no se entiende cómo el grado de inconsciencia generalizada en los diálogos, y los chistes continuos que imposibilitan momentos de reflexión, la hayan colocado en ese lugar. Claro está que lo inentendible surge desde la mirada actual, porque la película no sólo tuvo buena crítica de especialistas, sino también una muy buena recepción de parte del público, y muy posiblemente, muchas de estas cosas se nos hayan escapado en aquel momento.
Si salimos de Juno, queda por pensar lo que una historia como ésta, presentada como simpática y fuera de la normalidad, significó para una generación de mujeres que vieron como una adolescente quedaba embarazada, la primera vez que tenía sexo. El efecto punitivo que pudo tener sobre las prácticas sexuales y los modos de disfrute, cuando es posible imaginar lo traumático que puede ser no sólo ya ser madre sin desearlo, sino la otra alternativa que aparecía: gestar un bebé para luego entregarlo. Dos pesadillas bien distintas, que intervinieron en el mismo lugar: el deseo femenino.