Buffy cumple 25 años: luces y sombras del fenómeno que marcó a una generación
Por Agustín Mina
La década del 90, sobre todo en nuestro país, fue una época frívola y superficial, donde todavía sobrevivía lo peor del machismo. Faltaría mucho para que producciones como The handmaids tale, Orange is the new black o Sense 8 sean algo “común”. Sin embargo, ya empezaban a aparecer las primeras producciones masivas, que lograron éxitos brutales al mismo tiempo que abordaban su historia y la construcción de sus personajes de una manera que resultaba innovadora. Primero The X files, donde Dana Scully inspiraba a una generación de mujeres a estudiar ciencias “duras” y otras ramas históricamente masculinizadas. Luego Xena, la princesa guerrera, nos presentaba desde su título lo que en ese entonces podía entenderse como una contradicción: una princesa guerrera. Más tarde, esta tendencia también llegaría a la animación con series como Las chicas superpoderosas.
Fue en esos años, precisamente un 10 de marzo de 1997, que se estrenó el primer episodio de Buffy: la cazavampiros. Protagonizada por una joven Sarah Michelle Gellar, la historia sigue a Buffy, la última de un linaje de mujeres “cazadoras” elegidas por el destino para enfrentar no sólo a vampiros, sino a toda clase de criaturas sobrenaturales. La serie fue un éxito fenomenal que lanzó al incipiente canal de Warner y a su creador, Joss Whedon, por las nubes. Aclamada por la crítica, premiada y expandida con películas, spin offs y producciones creadas por sus fans, es un pedazo de la historia de la industria del entretenimiento.
Su influencia no llega sólo a las producciones que se desprenden de ella— como su spin off Angel— sino que fue la puerta de entrada para un género explotado hasta el hartazgo en la actualidad, pero que no había tenido un éxito de tal magnitud hasta entonces: hablamos de las series de adolescentes reconvertidas en historias sobrenaturales. Algunos ejemplos son Supernatural, Grim, The vampire diaries y un largo etcétera. La mezcla de la clásica fórmula de jóvenes de secundaria afrontando su vida diaria y las problemáticas de esa época de su vida con una trama más profunda plagada de misterio, acción y elementos sobrenaturales probó ser un éxito. La adición de una protagonista femenina fuerte y combativa, con la retórica femnista que acompaña toda la tira, es lo que le termina dando su toque distintivo.
Sin embargo, Buffy: la cazavampiros también es dueña de una contradicción particular. Creada por un hombre en Estados Unidos en la década de los 90— y vista desde el 2022— el abordaje de la serie en distintas cuestiones es problemático. Tanto los hombres como las mujeres de la serie son todo lo hegemónicos que uno podía ver en la televisión de la época, además de que parece que al casting llegaron sólo blancos y rubios, porque los personajes de otras características no abundan. La visión individualista y superficial del país también le impide ir más allá en sus planteos. Pero su problema más grande aparece en retrospectiva, al haber lanzado la carrera de Joss Whedon, que se convirtió en el rey nerd-progresista de la industria, con producciones de ciencia ficción que siempre llevan mensajes feministas, como es el caso de Buffy, mientras en paralelo es profundamente misógino y racista.
Hace años que se apilan las denuncias en contra de Whedon, de diversas personas, proyectos y épocas de su vida. La más reciente fue del actor Ray Fisher, después de haber trabajado con el director en La liga de la justicia; pero se remontan mucho más atrás, al menos, hasta la creación de Buffy, donde distintos actores y actrices que participaron en la serie, incluida la misma Gellar, acusaron a Whedon de abuso de poder, crear ambientes tóxicos de trabajo y rebajar a las personas de su alrededor y hacerlas competir entre sí.
Charisma Charpenter (Cordelia Chase) lo acusó de haberla despedido después de quedar embarazada, no sin antes hacer todo tipo de “chistes” o comentarios respecto de su cuerpo y su embarazo. Fisher, por su parte, achaca que el director creó un ambiente de trabajo tóxico, fue abusivo en su trato con el personal, pero también eliminó mucho de su personaje en la película e “iluminó” su piel en posproducción. Estas imputaciones reavivaron una llama que existió siempre, intermitentemente, en la industria. Muchas personas que habían trabajado o tenido un vínculo habían dicho cosas similares en el pasado, pero nunca fueron escuchadas, y tanto la reputación como el trabajo de Whedon siguieron como si nada.
En una sociedad que parece que algo ha ido mejorando en los últimos 25 años, las denuncias contra Whedon esta vez no cayeron en oídos sordos y fueron replicadas por todos los medios, dándole a las víctimas el valor de salir a contar sus historias. El icono feminista de la industria que supo ser Whedon, sello de calidad con trabajos que van desde Buffy hasta Los vengadores, enfrenta finalmente el escarnio público que merece y, con suerte, el final de su leyenda.
Su visión problemática de las mujeres y minorías, con su consiguiente construcción de personajes no puede, sin embargo, llevarnos a cancelar obras que, con sus limitaciones, han inspirado a generaciones. Es el deber de quienes crecimos con su trabajo ser mejores, tanto dentro como fuera del set.