The courier: otra de espías en la Guerra Fría
Por Antonela Bellino
Si hay un signo claro en la industria del entretenimiento durante 2021 es el estreno de diversas producciones que el coronavirus retrasó el año pasado. A comienzos de enero se había estrenado en el Festival de Sundance una película bajo el título de Ironbark, que más tarde cambió para su distribución al que conocemos hoy: The courier.
Se trata de una película más de espías situada en la Guerra Fría, pero con una historia poco conocida. La trama aborda a Greville Wynne (Benedict Cumberbatch), un hombre de negocios inglés, que es reclutado por las agencias de servicios secretos MI6 y la CIA, representados respectivamente por Dickie Franks (Angus Wright) y Emily Donovan (Rachel Brosnahan), para trasladar información sobre Rusia al Reino Unido.
La narración está situada en 1960, en un contexto en el que las tensiones entre Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) iban en aumento, debido a la disponibilidad de ambos en materia nuclear. Oleg Penkovsky (Georgiano Merab Ninidize), un condecorado coronel ruso y ahora agente de inteligencia, se pone en contacto con la embajada estadounidense para proveer información confidencial sobre los planes nucleares de su país y los misiles que estaban siendo transportados a Cuba, con el objetivo de detener la carrera armamentística.
Aquí es donde aparece Wynne, ya que dada su profesión y personalidad lo consideran perfecto para el trabajo. Lo llamativo es lo surreal que considera la situación, al punto que en su primer contacto con los agentes de inteligencia dice frases como: “No puedo creer que estoy almorzando con espías de verdad”. Wynne es enviado a Rusia para establecer un primer y único contacto con Penkovsky, sin saber lo que realmente estaba sucediendo. Todo cambia cuando le piden que realice más viajes, con un argumento y actuación poco convincentes, por lo que se convierte en mensajero. Ambos acaban cenando juntos, conociendo a sus familias y desarrollan una amistad, que será central para el resto de la película.
Basada en una historia real y con el guión de Tom O'Connor, Dominic Cooke, conocido director de teatro britanico que sale de su molde dirigiendo su segunda película, logra cautivar a la audiencia. Acompañan perfectamente la música de Abel Korzeniowski, creada y seleccionada para cada momento, y la cinematografía de Sean Bobbitt, que va construyendo los distintos climas. A medida que el film va avanzando va tornándose más oscuro y las escenografías que se usan empiezan a ser lugares más toscos con poca luz.
Esos elementos se ven más que complementados por el elenco. La convincente actuación de Cumberbatch, con sus cambió humor, gestos y tono de voz, crea la legitimidad del personaje y nuestra relación con él. En un rol distinto a los que viene protagonizando en los últimos años, lográ personificar a Wynne de una manera exquisita: un cincuenton con la vida aburrida y resuelta, algo alcoholico y considerado tonto, resulta ser un mensajero muy eficiente y leal.
Sin embargo, el papel de Penkowsky se lleva toda la atención. Es sin dudas quien guía la película. Sus expresiones y su mirada nos van marcando el tiempo y la intensidad de cada escena, así como el conflicto permanente que atraviesa este personaje. Basta con seguirlo para entender las tensiones que se dan y cómo algo está por cambiar.
En la segunda mitad del film tenemos un escenario completamente distinto. Ese cambio es progresivo y sutil, pasando de la adrenalina al descubrimiento y al declive. Aún así, pone en pantalla escenas para darle un cierre y un nuevo sentido y valor a la obra.