El destripador de Yorkshire: la influencia del machismo en la creación de un asesino en serie
Por Diego Moneta
Hace un largo tiempo que la apuesta más fuerte de Netflix pasa por las series documentales, en especial si están relacionadas con crímenes o investigaciones. Algunos ejemplos rápidos son Carmel, ¿Quién mató a Malcolm X?, Jeffrey Epstein, y la lista podría seguir. Relacionado a la temática también nos podemos encontrar con Juicios mediáticos o El jurado. Lo cierto es que su crecimiento continúa y siempre aparecen nuevas fórmulas o nombres a explotar.
Si además hablamos de asesinos en serie, el catálogo es aún más abundante. En este caso, el 16 de diciembre se estrenó El destripador de Yorkshire. Los true crime pueden resultar sumamente similares en narrativa, pero cada título tiene su particularidad que lo convierte en una experiencia nueva. El peso fuerte del estreno reside en la brutalidad de los crímenes y en la mediatización que acompañó a cada uno, complementado con un oportuno enfoque sobre el carácter de género de la violencia del femicida.
La principal diferencia con lo que usualmente uno puede encontrarse en el género es que esta producción se sitúa en Gran Bretaña, en lugar de ser estadounidense. Hay una gran dedicación para la contextualización de la época británica a finales de los 70, sumergida en una crisis socioeconómica, similar al retrato que lleva a cabo The crown. Una perspectiva con referencias también a cuestiones urbanas y culturales muy necesarias para ubicarnos en el condado de Yorkshire, a partir de 1975, año en el que Peter Sutcliffe comete su primer asesinato.
Sus víctimas fueron, al menos, 13. Todas ellas mujeres en situación de vulnerabilidad por distintos motivos, relacionadas, por la fuerza policial o por la prensa, a la prostitución. El caso cobró interés nacional cuando el criminal, después de su cuarto asesinato, atacó a una joven de clase media. Como los cuerpos hallados se encontraban brutalmente maltratados se lo llamó “el destripador”, haciendo alusión al célebre Jack del siglo anterior.
La serie documental fue elaborada a partir de material de archivo y de los testimonios de familiares de las víctimas, oficiales, detectives, forenses y periodistas. De hecho, familiares han criticado el sensacionalismo del título escogido, que originalmente iba a ser Érase una vez en Yorkshire y que terminó siendo El destripador de Yorkshire (o simplemente El destripador en inglés). Incluso, Rirchard McCann, hijo de la primera víctima, afirmó que no habría participado de haber sabido la decisión final para el nombre. Lo cierto es que, más allá de eso, la impronta sensacionalista es inexistente en el tratamiento del contenido.
Las fuerzas de seguridad tardaron más de cinco años en capturar a Sutcliffe, lo que se debió a varias razones. Por un lado, los primeros asesinatos recibieron un trato desinterado por situarse en zonas empobrecidas y por la supuesta ocupación de las víctimas. Por otro, eso se trasladó a la prensa, lo que recuerda en nuestro país al femicidio de Melina Romero y a la tapa de Clarín. La policía tuvo dificultad para establecer patrones por las zonas de los ataques y por el procedimiento y comportamiento del asesino. La cuestión es qué tanto influyó en la investigación el sesgo machista.
Sumado a lo anterior, parece que Sutcliffe buscó distraer con algunas de las pistas que dejaba, como una grabación de su voz o cartas en las que firmaba como Jack. A su vez, las pocas sobrevivientes que hubo no siempre pudieron colaborar. Una de ellas cuenta que ocultó la experiencia por el estigma que significaba en aquel momento. A lo largo del caso se evidencia la misoginia y el machismo de quienes debían investigar. Su teoría se asentaba en un “odiador de prostitutas” y desestimaron elementos que no encajaran en ese perfil. Para no dejar dudas: Tracy Browne fue atacada antes del primer asesinato y, cuando fue a la comisaría a contar que había sufrido una agresión similar, se le rieron.
Finalmente, en 1981 fue detenido, podríamos decir, de manera fortuita. Iba en un auto con patente falsa y por eso lo registraron. Había sido entrevistado nueve veces por la fuerza policial y desestimado como sospechoso solamente por no tener la tonada de la cinta de grabación. Buscaban una persona que no fuera alguien local, lo que podría agregar una cuota de xenofobia al machismo.
Peter Sutcliffe creció en un ambiente violento, conviviendo con las agresiones de su padre hacia su madre. De chico lo molestaban por “falta de masculinidad”. En el juicio contó que, durante su trabajo como sepulturero, escuchó voces provenientes desde las lápidas que le pedían “que mate a prostitutas” y asumió que un dios le hablaba. La estrategia de su defensa era plantear una esquizofrenia paranoide, desestimada por el jurado.
Condenado a cadena perpetua, tres años después pasó a un establecimiento psiquiátrico. Falleció a los 74 años el 13 de noviembre de 2020, tras negarse a recibir tratamiento para el coronavirus, aunque ya sufría otros problemas de salud, según confirmó la BBC. Gran parte del personal relacionado a la investigación se jubiló, fue transferido o marginado dentro la fuerza, o directamente la abandonó.
El destripador de Yorkshire reúne los típicos elementos del género, tales como el misterio, la brutalidad y la personalidad enigmática, en un balanceado equilibrio. Eso se suplementa con el enfoque político y de género, poco comunes en la temática, gracias al trabajo de las directoras Ellena Wood y Jesse Vule. Un combo muy completo.